Madre mía, cuánta gente hay aquí, ¿no? La cola casi da la vuelta al estadio. Mejor, así hacemos amigos mientras esperamos a entrar. Amanda no deja de tocarse su melena rubia, intentando recomponer en vano lo que el viento ha destruido a su paso. Yo, ni me preocupo por el peinado. Bastante tengo con evitar que se me levante el vestido, y todos vean la braga de "todo a un euro" (leuro como dijo aquella simpática gitana) que me compré el otro día en el mercadillo.
Miro el móvil. Quedan diez minutos. El pulso comienza a acelerarse. Noto los latidos de mi corazón en el cuello. Los espasmos nerviosos comienzan a ser más seguidos. Las fuerzas de las piernas empiezan a abandonarme. Las gotas de sudor perlan mi frente. Pero ¿si no hace calor? ¿Qué me pasa doctor? Ah, sí, ¡que voy a conocerlo!
¿Y si me quedo trabada y no soy capaz de articular palabra? ¿Y si comienzo a sudar como un pollo asado y mi olor corporal quiere compartir protagonismo? ¿Y si le piso un pie al intentar colocarme en la posición correcta para la foto? ¿Y si...? Bueno, ¡basta ya! Si no dejo de llamar a la mala suerte, al final ella vendrá a por mí.
Todo va a salir fenomenal. Yo le diré cuánto aprecio su música, él me escuchará, yo le explicaré lo importante que es para mí sus canciones, él sonreirá con esa boca perfecta que me vuelve loca.. ¡Para! Deja de pensar en ello y céntrate en no cagarla fuera, que bastante bien habrá salido todo si logras seguir las indicaciones correctamente. Menos mal que tengo a Amanda. Ella, haga lo que haga, siempre sabe mantenerme a flote en mi barquita fan. No está tan loca como yo. O eso creo.