¿Te gusta navegar?

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- El mar siempre relaja a mis fieras - le digo, rompiendo el silencio que por un par de minutos ha reinado en nuestro espacio vital.

- A mí también - responde Raúl, posando sus ojos marrones en mí.

- A veces me gustaría alquilar una barquita y recorrer el mundo sin importar dónde me despierto - vuelvo a hablar ("¿por qué estoy tan tranquila ahora?")

- ¿Te gusta navegar? - pregunta esbozando una media sonrisa que derritiría el mismísimo Polo Norte.

Ahora sí. Mis pulsaciones vuelven a ser las de un deportista de élite haciendo la maratón de Nueva York. Mi corazón va a marchas forzadas y no puedo pararlo.

- Sí, mucho - digo sin ninguna convicción.

- A mí también. No tengo tiempo por mi trabajo, ya sabes... Me encantaría en un futuro poder conocer mundo a través de este medio.

- ¡Pero si tú has estado ya en medio planeta y parte del otro!

- Ojalá así fuera. En realidad, he estado en decenas de países pero no conozco ninguno realmente. Es muy triste, lo sé.

- No, no... - miento, aunque creo que lo ha notado - tu trabajo es así, lo entiendo.

- Son muchas horas solo en una habitación de hotel. La vida de un artista no es tan idílica como pueda parecer desde fuera. Amo lo que hago, pero pago un precio. Como todo en la vida, supongo.

- ¿Has pensado en tomarte un tiempo? Un año sabático donde poder hacer todo aquello que no has hecho hasta ahora.

- ¿Y cómo le digo a mi discográfica que necesito parar? Ahora mismo es imposible. Estoy en la ola del éxito y no me puedo bajar, aunque quiera.

Vuelve el silencio incómodo. ¡Tonta! No tendrías que haberle presionado así. Ahora pensará que eres una entrometida que le encanta controlar la vida de los demás. Si es que no sabes hablar sin meter la pata, Lia.

De pronto, aquellas manchas negras que tiñen de negro el cielo empiezan a lanzar su munición. Las pequeñas motas sin peligro se visten de aguacero, un peligroso enemigo acuoso que promete un buen resfriado a todo aquel que se cruce con él.

Raúl se levanta y me alarga su enorme mano. Dudo un segundo, pero al final la agarro y me impulso hacia arriba. No controlo mis fuerzas y freno a tan solo un palmo de su cara. Le miro. Me mira. Para ese entonces estamos empapados hasta la médula. No importa nada.

Cincuenta sombras de Mendes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora