Jamás hubiese imaginado ser protagonista de este momento tan mágico. Si es una fantasía, producto de mi mente soñadora, espero que nadie me despierte. Mira, ¡deja de pensar tonterías, Lía!, esto no es un producto de tu imaginación. Tú nunca hubieras podido idealizar algo tan perfecto. Nunca.
Raúl acaba de agarrarme y a pulso me ha atrapado entre sus brazos. Son fuertes, muy fuertes, pero a la vez son delicados y apacibles. Sin mediar palabra, me dirige a la cama que está al fondo del salón. Caemos en ella. Tiene unas dimensiones más que aceptables, y es muy cómoda, mucho más de lo que uno podría esperar de la estancia de un simple barco.
Raúl continúa explorando cada centímetro de mi cuerpo. Yo no opongo resistencia. Me dejo llevar. Sus dedos me acarician de arriba a abajo. Mi vello se eriza una vez más al notar cómo comienza a besar con pequeños toques mis pies fríos.
Intento memorizar cada segundo. No quiero olvidar este encuentro por nada del mundo. Pero mi cabeza me dice que no piensa trabajar. Hoy no. Todo se nubla. No puedo pensar en nada. Solo siento y experimento como mis sentidos se agudizan por mil.
Así, descubro a través de la vista a un Raúl escultural, blanco y completamente desnudo encima de mí. Mi oído me destapa los gemidos de placer que vociferamos al sentir como nuestros cuerpos se unen en un rítmico vaivén. Mi tacto me enseña cómo nuestras pieles arden del deseo. Mi olfato trae su aliento abrasador a mi boca. Y por último, el gusto me regala de nuevo la sensación de ese primer beso bajo una tormentosa noche en Barcelona.
Todos esos sentidos en acción me llevan al orgasmo más salvaje que he experimentado en mi vida. Raúl me mira fijamente y sonríe. Yo comienzo a hacerlo a carcajadas. Agarro su cabeza y lo llevo de nuevo hasta mi boca. "Hoy no te voy a dejar dormir", me prometo a mí misma.