No pego ojo. Giro hacia un lado. Un minuto. Al otro. Otro minuto. Doy la vuelta a la alhomada. Tampoco surte efecto. Nada, no conseguiría conciliar el sueño ni aunque contase las ovejas de una ganadería entera.
La tarde/noche que he pasado con Raúl no deja de atormentarme. Todo parecía un sueño. Una preciosa quimera hecha realidad. Nos besamos. Eso fue real, no me lo he imaginado. Pero ¿por qué no ha querido entrar en mi casa? ¿Temía que pasara algo más? Yo lo deseaba. Él parecía que también. No entiendo nada.
Miro el reloj. Son las 03.25 de la mañana. No se escucha ni un alma en la casa. Me levanto aburrida de dar vueltas como una tonta y abro la ventana. Las nubes, que antes atemorizaban Barcelona, ya se han ido. Ahora solo queda una pequeña niebla que viste de blanco mi horizonte. La luna intenta salir en vano. Tendrá que esperar a mañana.
Mañana. Dios, ¿mañana veré de nuevo a Raúl? Es su último día en Barcelona. Suspiro anhelando su presencia. Él sabe dónde vivo, podría venir a buscarme en cualquier momento. Ay, por favor, deja de pensar en tonterías, Lia. Seguramente no le vuelvas a ver el pelo nunca más. ¿Y si voy yo a su hotel? Claro, muy bien, y que descubra que eres una loca desquiciada. No, no pienso hacerlo.
Vuelvo a meterme en la cama. Mi mirada se queda fija en el techo. No hace calor, pero me sobran las sábanas en este momento. Lo mejor será que intente dormir. Mañana será otro día. Mejor que su antecesor, lo dudo. Dibujo una sonrisa en mi rostro recordando nuevamente todo lo que he vivido. Los párpados empiezan a pesar. Poco a poco, la oscuridad va invadiendo mis pensamientos. Noto como las voces, que antes vociferaban sin piedad, ahora se van apagando.