Aquí estás. Detrás de la mesa del pasillo. ¿Cómo es que el bolso ha ido a parar ahí? Bueno, da igual, no tengo tiempo de crear teorías porque ya están aquí Amanda y Laura. Sé que son ellas porque son las únicas que funden el timbre a llamadas. ¿Se creen que soy sorda?
- ¡Ya voy! - vocifero mientras abro la puerta.
El mundo al revés. Ahora ellas van de vestido, mientras yo me he calzado vaqueros y camiseta. Me meten prisa, el autobús está a punto de pasar por la parada que queda al final de mi calle y, como lo perdamos, tendremos que esperar otros cuarenta minutos más.
Llegamos al centro. Hace un día estupendo. Parece verano. El sol brilla tan fuerte que crea en el lienzo del aire pequeños diamantes brillantes que apetece tocar. Hay mucha gente. Veremos dónde podemos comer. Hoy nos va a costar horrores encontrar un sitio. Laura nos sugiere uno nuevo que está un poco alejado. Aceptamos. De todas formas, íbamos a caminar lo mismo buscando un sitio en el que hubiese hueco.
Dios, este sitio es impresionante. Tiene unas vistas inigualables de la Barceloneta. Y la carta tiene muy buena pinta. Yo me comería hasta un bisonte. No he desayunado nada y anoche tampoco cené. El camarero está impaciente. Nos ha preguntado tres veces seguidas si sabíamos ya qué pedir.
No me lo puedo creer. Alzo mi vista un segundo y veo aparecer por la puerta a Raúl Mendes y a todo su séquito de músicos, manager y equipo técnico. ¿Es en serio? Tal vez siga sumergida en la bañera y todo esto sea un sueño más. El pellizco que me mete sin anestesia Amanda confirma que no estoy soñando.
Raúl se sienta en un par de mesas más atrás de la mía, en un reservado con las mejores vistas de todo el establecimiento. Estaba a punto de decir algo cuando se queda mirando a un punto fijo. Yo. ¡Soy yo!