Capítulo 9.

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Oliver.

Estando en mi departamento, fumando un cigarrillo en el balcón mientras hablaba con Jeremy, oí golpes en la puerta. Seguro era la vecina que venía a pedirme azúcar. Vieja de mierda, si la pensión no le alcanza deje de hornear tantos pasteles.

Apagué el cigarrillo en el cenicero que tenía junto a la maceta y lo dejé allí para volver a fumarlo después.

Me encaminé a la puerta, al abrirla, vi a Nicholas. La volví a cerrar de inmediato, intenté poner el seguro pero fue muy tarde, empujó la puerta y entró.

─ ¡En la cara no!─ Grité levantando ambos brazos sobre mi cara cuando vi que alzó el puño. Esperé el impacto, no llegó. Estaba frente a mí de manera amenazante pero no reaccionaba─. Bueno, cuando quieras.

Más rápido de lo que esperaba, y aún con esa habitual cara de cachorro enojado, me abofeteó. Cerré los ojos cuando me haló el cabello, de pronto su cara estaba muy cerca de la mía.

─Eres un puto horrendo y te quiero muerto.

Bien que después de decir eso, su boca estaba sobre la mía. No tuve oportunidad de sonreír, me sujetaba con fuerza por la cara, dolía que fuera tan bruto. No fui capaz de enojarme, sus labios eran gruesos, y aunque el roce se sentía un tanto reseco, al abrir mi boca pude humedecerlos con mi lengua. Oí un gruñido, le hubiera comparado con un perro, más el mero sonido me prendió como a una lamparita, una lamparita cachonda.

La fiereza se intensificó cuando él abrió su boca, fue tan obvio deducir que era un principiante que eso me llenó de alegría. Era tosco, apenas me sostenía por la mandíbula y parecía sufrir ligeros espasmos.

Me aparté, la bestia no respiraba. Era debido al beso supongo. Reí, mordiéndome el labio inferior.

─Respira, Nick─ retrocedí sobre mis pasos─. No te desmayes cuando apenas estamos empezando.

Me perdí por el pasillo, oyendo sus pasos detrás de mí. Entré a mi habitación, al voltearme le tenía frente a mí. Era un jodido mastodonte, sin embargo lo atractivo no se lo quitaba nadie. Me senté sobre la cama, le veía parado ahí, sin saber qué hacer. Con una ceja alzada, le hice una seña con el dedo para que se acercase.

Era increíble pensar que el idiota que me había golpeado sin compasión era el mismo que estaba nervioso en el marco de la puerta de mi habitación. Sin la capacidad para hacer un sólo movimiento. Se acercó, y aunque sus pasos eran torpes me quitó el aliento. Quizás era por su altura, su porte. Volví a sujetarle el cuello de la camiseta y le halé hacia mí. Seguir describiendo su boca se tornaría aburrido, pero yo no me cansaba de su sabor. Le envolví la cintura con las piernas, con la intención de que se pegue más, yo arqueaba la espalda para sentir más el contacto de su entrepierna con la mía. Se ve que le intimidaba el contacto, apenas estaba sobre mí, como si temiera aplastarme.

Le mordí el labio con fuerza, para que entrase un poco más en confianza, y parece que funcionó, porque me haló el cabello. Volví a sonreírle, consiguiendo un ceño fruncido en cambio de una expresión lasciva. Consiguió relajarse un poco, pegando su cuerpo más al mío. Se frotaba involuntariamente, abriendo la boca más y finalmente pude rozar su lengua con la mía.

Su respiración era pesada, ambos queríamos hacerlo, era cuestión de que Nick lo admitiese. Seguimos lamiendo la boca del otro, hasta que mis manos se cansaron de jugar en su pecho y fueron bajando, despacio, por su abdomen. Morder su belfo inferior era encantador, aunque se quejaba, eso iba disminuyendo mientras más lo hacía. Oírle intentar ahogar los gemidos era la gloria para mí. Cuando no pude contenerme, me aparté de sus labios, mi respiración estaba demasiado agitada pero no pretendía parar, le quité la chaqueta. Comencé a frotar su entrepierna sobre la ropa con mi mano, palpando el tamaño y la dureza. Necesitaba hacerlo.

Entrenando al Baby Boy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora