Capítulo 15.

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Advertencia: He escuchado durante demasiadas horas las baladas románticas de mi madre y éste capítulo podría generar:

●Convulsiones.
●Estrés
●Diabetes.
●Aburrimiento extremo.


Oliver.

Pagué el uber y bajé después de Nicholas, quien ya se conocía el camino. Él, a pesar de eso, iba a mi lado, cabizbajo y callado. Parecía un niño regañado, tenía sentido. Después de todo él apenas debía tener diescisiete. Subimos al elevador mientras yo pensaba en qué podría haber pasado para que él tuviera ese humor. Una discusión normal con alguien sin tanta autoridad como yo o alguno de sus amigos seguramente le ocasionaría un humor de mierda, sin embargo se mostraba más bien cauteloso. Pendiente de no hacer demasiado ruido, y aunque en su rostro se reflejaba la molestia, tenía la mirada vacía.

Pulsé el botón con el número siete, que nos llevaría a mi piso, colocando ambas manos entrelazadas detrás de mi espalda, inmediatamente después de que el par de puertas se cerrara. No fue mucho tiempo el que Nicholas tardó en separar mis manos por unir mi zurda con su diestra. Intenté reprimir una sonrisa, no quería que pensara que me burlaba de él. Apoyé mi cabeza en su brazo. Seguimos en silencio lo que restó del momento, y sólo le solté la mano para abrir la puerta.

Le insté a sentarse en el sofá color crema, obedeció, le ofrecí un té de manzanilla, asintió. No parecía dispuesto a hablar. Se veía muy concentrado en la vista del ventanal. Salí de la cocina, usando para servirle el té, la única taza que no me rompió cuando vino a destrozarme el departamento. Dejé la infusión en la mesita de café, ni se molestó en moverse.

─Si quieres desahogarte no me burlaré de ti por llorar─ Al menos no ahora─. Es normal, todos lloramos.

─No quiero llorar.

─Dame la mano─ Lo hizo, y entrelacé nuestros dedos enseñándole el dorso de su mano─. Te hiciste mierda los nudillos e igual estabas llorando, claro que quieres.

Soltó un bufido, rodando los ojos, sin embargo no duró mucho con esa expresión de desinterés pues su mandíbula comenzó a temblar, la apretaba para que yo no lo notara, pero no podía disimular la cristalización de sus ojos.

Me provocó demasiada ternura verle de ese modo, aunque era un mastodonte de casi dos metros y probablemente aún crecería más, no quitaba el hecho de que no había superado la etapa adolescente en la que siempre algo estúpido nos afecta, haciéndonos llorar sólo por el hecho de que nos afecte más que por la situación en sí.

Me subí sobre su regazo, con una rodilla a cada lado de sus muslos, rodeándole el cuello con los brazos. Ocultó el rostro en mi pecho, rodeándome la cintura en un abrazo, atrayéndome más a sí.

─Tranquilo, todo está bien─ Le besé la cabeza, me apretaba bastante fuerte, si seguía de ese modo se me dificultaría respirar─. Ya estás conmigo, bestia. Aquí ningún imbécil te dirá que hacer, estás en el paraíso para maricones reprimidos como tú.

─Ese es el problema─ masculló, tenía la voz quebrada, pero ronca. Era sexy hasta llorando─. Soy un jodido maricón.

─A ver, estúpido─ le levanté el mentón para verle la cara─. El único que te va a insultar de los dos, soy yo, así que vete retractando, pedazo de reprimido.

Reprimió una risa, volviendo a esconder el rostro.

─Haces que todo parezca demasiado fácil.

─ ¿Todo qué?─ Le acaricié el cabello, comenzaba a tranquilizarse─. No tienes idea de lo que me cuesta cada estupidez de aquí.

Entrenando al Baby Boy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora