Tres

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El último de los diez guerreros del universo díez fue Obuni. Era uno de los más fuertes sin duda y el más difícil de convencer de participar en el Torneo de la Fuerza. Desde luego no era la falta de valor la causa de su resistencia a ser parte del torneo.

El planeta de Obuni era uno de los más precarios del universo díez, debido a que durante muchos años estuvo en medio de una brutal guerra. Por suerte eso habia terminado, sin embargo, su gente aún seguía luchando contra las consecuencias de aquel conflicto y las condiciones de vida eran muy difíciles. La proliferación de enfermedades se estaba llevando a centenares de personas. Para desgracia de Obuni, su esposa había contraído una de ellas. Estaba muy mal. No había nada que hacer salvo aguardar en triste desenlace que apenas tomaría uno o dos días según el médico que los visito.

Obuni era un guerrero respetado por su gente y por supuesto su situación conmovió a quienes lo conocían, que no tenían ningún reparo en compartir lo poco que tenían con él y su pequeño hijo que había nacido no hace mucho.

Cuando Rumoosh y Cus llegaron por él, el dios le exigió que participara en el torneo, sin darle demasiados detalles del asunto y por supuesto él, se negó. No quería dejar sola a su esposa. Mas cuando el ángel le explicó un poco más, ciertamente titubeo y les dió los motivos por los que no quería irse de su hogar. Algo que terminó por irritar al dios. Por suerte para él, la ángel Cus mostró algo más de condescendencia y le dijo que volverían por su respuesta en unas horas.

Así Obuni volvió a casa con su esposa quien le preguntó por qué había ido el dios de la destrucción a verle. No era extraño, pues en ocasiones,
aquella deidad le solicitaba que resolviera algunos problemas de índole universal. Pacientemente y tratando de restarle importancia al asunto, Obuni le contó lo que sucedía y el rostro, cansado de su esposa tomo una expresión muy sería.

-¿Por qué no fuiste?-le preguntó la mujer.

-No quiero dejarte sola, además el señor Rumoosh seguramente encontrará un mejor guerrero que yo para este asunto...

-¡Nadie es mejor que tú Obuni!- exclamó su esposa-¿Cómo puedes quedarte aquí cuando la vida de nuestro universo peligra?

Aquellas palabras desconcertaron a Obuni que se quedó quieto a un lado de la cama, contemplando a su esposa que se esforzaba por lograr sentarse.

-¡No te quedes aquí cuidando de una moribunda!-le dijo la mujer- Ve a pelear por el futuro de nuestro hijo. Su tiempo apenas está empezando, el mío termina. Hazlo por él ¡pelea por él!...dale tiempo a él- le dijo señalando al bebé que estaba en la cuna.

¿Tiempo? Esa fracción de la existencia de la que disponemos, para vivir nuestras vidas y que no es más que un parpadeo en la inmensidad del cosmos, pero que valioso es para los mortales. Obuni debía ganar tiempo.

No estaba seguro de si su poder sería suficiente para salvar su universo, pero las palabras de su esposa le hicieron ver que no tenia que verlo de forma tan magna. Se sentó junto a ella y le hizo una caricia, mientras la mujer se quitaba un relicario que llevaba al cuello y se lo ponía en las manos. Sólo tenía que concentrarse en salvarlos a ellos, aunque a su esposa solo le quedará, cuando mucho, un día mas de vida valia la pena defender ese breve instante. Ese fue el motivo por el cual Obuni aceptó y cuando el dios de la destrucción volvió se fue con él hacía el templo de Gowasu.

El Supremo Kaiosama del universo díez tampoco era un desconocido para Obuni y la verdad se entendía mejor con él que con el dios. Para Gowasu que nunca estuvo muy de acuerdo con la idea de Rumoosh, fue Obuni una cuota de sensatez en aquella elección que hizo el dios basado sólo en la fuerza, pero desde el principio le transmitió las pocas esperanzas que tenía de triunfar en aquella empresa.

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