Capítulo 2: El rey confuso

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Maximus


¿Una muchacha necesita mi ayuda? Padre no tengo tiempo para atender a ninguna plebeya. – termine de firmar los papeles que se encontraban sobre el escritorio, los guarde en sus carpetas y me levanté para colocarlo en la estantería.

Maximus, nuestros aldeanos también son una prioridad. – bufé. Me acerqué a mi padre y me senté enfrente de él.

A ver, ¿qué tan urgente es? – me crucé de brazos.

Debes ayudarla, es una sirena. – miré a mi padre de forma seria y negué.

¿Qué clase de antibiótico te estas bebiendo? Tengo que llamar nuevamente al médico…- negué y tomé una carta.

¡No! Hijo créeme, una sirena de verdad. – levanté mi mirada de la hoja. – Ella necesita nuestra ayuda. Su reino está en peligro y…

Padre. – me miro. – En este castillo no hay ninguna sirena, porque las sirenas no existen. – mi padre dio un golpe sobre el escritorio.

Te quiero en la sala de baile dentro de un rato para que la recibas, y cuando la trates ya verás como no me equivoco. – refunfuñé ante la insistencia de mi padre y asentí sin poder llevarle la contraria.


Camine por el pasillo metido en mis pensamientos. ¿Por qué mi padre insistía tanto? ¿No podía entender que no quería hablar con nadie? A este hombre se le estaba yendo la cabeza.

Entre en la sala y vi la silueta de una mujer de espalda al portón.

Buenos días…- dije de manera educada y cuando ella giró quede impresionado ante tan delicada mujer. Su piel era blanca y los mechones dorados caían por su sonrojado rostro. Mire su vestido, ¿era uno de los vestidos de Keisha?

Buenas… usted es el rey, ¿verdad? – su dulce voz retumbaba en mis oídos como si fuera una maravillosa canción.

Maximus. – le tendí mi mano, ella estiró su mano hacia la mía y cuando nuestras manos se rozaron un escalofrío recorrió mi cuerpo. Su saludo fue brusco como si desconociese la forma en la que las personas nos saludásemos. Sirena… No. No podía ser sirena.

Necesito su ayuda. Mi reino está en peligro. - ¿su reino?

¿Vuestro reino? – ella me miró a los ojos durante algunos segundos y dijo:

Yo soy reina de Oceana. Un reino que se sumerge en las profundidades del mar, quedando muy lejos del alcance de los humanos o cualquier ser fantástico. – la mire sorprendida.

¿Qué clase de broma es esta? ¿Qué le dio a mi padre para que creyera en sus mentiras? ¡Guardias! – grité.

No, ¡espere! Debe escucharme…- los guardias sujetaron sus brazos.

No voy a permitir que nadie venga a contar calumnias a mi palacio, y menos voy a permitir que venga a hacerme perder el tiempo. ¡Llévenla al calabozo! – ordené.

¡NO! – gritó. – Por favor…- negué y los guardias la llevaron a los calabazos.


¡Eres un ignorante! – gritó mi padre entrando a mi despacho nuevamente. - ¿Me quieres explicar por qué encerraste a Greta?

A si que así se llama esa individua…- dije mientras rellenaba unos papeles.

Greta no es ninguna individua. Greta es una reina sirena. – dijo bastante convencido.

El médico vendrá en unas horas, me gustaría que no comentase nada de esa mujer cuando el doctor aparezca. No me gustaría que lo llevasen a ningún psiquiátrico. – me cruce de brazos mirándolo.

¿Sabes hijo? Tienes tan poco recorrido como rey... Espero que algún día no te arrepientas de no haber disfrutado de las maravillas que nos da el mundo. – mi padre se giró y salió del despacho.

Suspire cuando salió del despacho. Admiro a mi padre desde muy niño, el siempre ha sido mi mayor apoyo desde que mi madre murió, pero ahora que no estaba al mando de todo, lo notaba ido. Él necesitaba una compañía, alguien que lo escuchase.


Horas más tarde, recibí al doctor y caminamos hasta la habitación de mi padre, donde tras oponerse varias veces dejó que el médico lo auscultase.

Su padre está completamente sano, majestad. Como siempre. – mire a mi padre que me sonrió victorioso. Rodé los ojos mentalmente y acompañé hasta la salida al doctor. No comprendía nada, ¿mi padre tendría razón y esa chica sería una sirena?
Subí hasta su habitación y toqué levemente en la puerta para apoyarme al marco. - ¿Puedo pasar?

¿Qué será lo siguiente, Maximus? ¿Llamarás al loquero del pueblo? – suspiré. Vale me lo merecía.

Padre, entienda que me preocupe las cosas que usted me dice. ¿Cómo voy a creer así sin más, que esa muchacha es una sirena? – me senté en su cama.

¿Por qué no? Se supone que soy su padre, que debe creerme. – se cruzó de brazos.

Padre, yo le creo. Pero, reconozca que al estar tanto tiempo sin realizar a alguna aventura o disputar alguna guerra, está aburrido y se vale de cualquier cosa por pequeña que sea, para salir de la rutina. – mi padre negó.

Yo sigo pensando en que tu has vivido muy poco y que no debí aceptar que fueras rey tan joven. – suspiré.

Sabe que era lo mejor y que no necesito vivir ningún viaje extraordinario. – él me miro frunciendo el ceño.

¿Cómo que no? ¿Y tú futura reina? ¿Y los largos viajes por el bosque? ¿Y los entrenamientos de tiro con arco? – dijo mi padre enfadado.

Ya está hablado. Me casaré con la señorita Cassandra Lewis el mes que entra. Ella será la futura reina con la que pase mis días. La respetaré y la trataré como la dama que es. – vi a mi padre rodar los ojos.

Maximus, ¿tú la amas? -respire hondo. – Yo me casé con tú madre sabiendo que la iba a amar para toda la vida. Yo no estoy obligándote a casar ya, hijo. Yo quiero que vivas la vida, feliz y sin amarguras. Que disfrutes como lo hicimos tu madre y yo.  

Disfrutaré. Te lo prometo. Pero no te inventes más historias de sirenas, ¿sí? – le suplique.

No me estoy inventando nada, Maximus. Esa chica es una verdadera sirena y tú la tienes encerrada en un calabozo injustamente. – me cruce de brazos.

Como puedo comprobar que lo que dices es cierto…-lo vi sonreír.

Te lo puedo demostrar y contar una buena historia. Pero eso será después de cenar, muero de hambre. – negué con una sonrisa y bajamos al comedor donde nos esperaba mi hermana.

¿Se puede saber por qué encerraste a esa sirena? – me recriminó mi hermana.

Pero ¿tú no le tenías miedo? – preguntó mi padre colocándose en el centro de la mesa y mi hermana y yo a sus laterales.

No le tengo miedo. – dijo mi hermana mirando esta vez su plato. – Simplemente me sorprendió. No esperaba esa respuesta.

¿Qué tal con Marco? – pregunté intentando dejar el tema de conversación de la sirena fuera de la mesa. La expresión de mi hermana: una mueca y sin mirarme, me delataba lo que yo ya sabía.

No sé porque te empeñas, Max. – bebió del vaso de agua.

Porque mi hermana debe ser feliz. -esta vez su mirada se detuvo chocando con la mía.

No necesito ningún hombre para ser feliz, entérate ya. – dijo enfadada.

Keisha. – mi padre la reprendió.

Déjela padre. Yo sé que tu felicidad no depende de ninguna persona, pero quiero que te cases y que formes una familia. – dije.

Max, no intentes controlar mi vida. – dijo enfadada. – Yo no me quiero casar aún, porque soy joven. Buenas noches. – Se levantó ofuscada de la mesa y camino en dirección, supongo yo, de su cuarto.

Después de terminar de cenar, camine hacia la habitación de Keisha.

Toque levemente. - ¿Se puede? – Pasé a la habitación y ella estaba acostada en su cama. Me acerqué hasta ella y me senté a su lado. Acaricie su pelo. – Keisha, soy tu hermano mayor, solo quiero tu bien.

Por una vez en la vida, me gustaría ser la que dirija su propia vida. – se separó de mí.

Pequeña, sabes que esto no va así. Créeme, yo más que nadie, no quiere que te cases con nadie. Porque eres mi hermanita y no quiero que ningún hombre te haga daño. Pero esta vida forma parte de nosotros, de lo que somos y por mucho que intentamos alargar el período de tiempo para que las cosas no sucedan o tarden en suceder, al final acabarán pasando. – ella se giró para mirarme.

Pero Max, yo no quiero casarme con Marco. – acaricie su mejilla.

Está bien, dejaré que el amor se plante solo en la puerta de tu corazón. Pero con una condición… - ella me miró atenta. – No dejes de pasar las oportunidades.

Está bien. – me sonrió.

¿Un abrazó? – ella rió y me abrazó. Después de un rato abrazados y comentando cosas del castillo, ella me miró detenidamente y preguntó:

¿No te parece bastante bonita la sirena? – respire hondo.

¿Qué tiene que ver ella ahora, Keisha? – resople molesto.

¿Qué tiene de malo en que te pregunte por ella? Me gusta más que Cassandra. – la mire alzando ambas cejas.

Cassandra es… es… bonita. – dude.

Sí, claro. Pero la sirena es hermosa y creo que a ti te pone nervioso porque nunca habías visto a una mujer tan bella. – rió pícaramente. Mi hermana me conocía a la perfección, nunca había visto a un ser tan hermoso.

Anda, a la cama. – me levanté. – Creo que necesitas dormir.

Hasta mañana, hermano. – se recostó.

Hasta mañana, Keisha. – pasé mi mano por mi pelo y caminé dirección a mi habitación. Dentro de un mes me casaría con una mujer que conocía de dos o tres veces verla por el palacio, ¿era eso lo correcto o debía hacer como mi hermana y seguir a mi corazón? No, lo correcto era cumplir con mi deber.

Mi extraña maldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora