Capítulo 31: Final

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Maximus

Mi cabeza daba vueltas, apoyo esta sobre mis brazos encima del escritorio y no me quedan fuerzas para sollozar.

Hijo...- alcé la mirada para ver a mi padre vestido totalmente de negro, entrando en su silla de ruedas. – Los hermanos de Greta están en la entrada. Les gustaría ver a su hermana y darle el funeral a su manera.

Pero... la tendré lejos... - sollocé.

Deberías hablar con ellos. – asentí limpiando mi cara y caminamos hasta la entrada donde estaba Azariel con dos personas más.

Buenas tardes, yo soy Maximus. – les tendí la mano. – Siento tener que conocernos en estas circunstancias.

Y nosotros también, Greta...era... tan especial para nosotros. ¿Podemos verla? – dijo con lágrimas en los ojos el hermano.

Está cubierta porque no creemos que sea conveniente verla en el estado que quedo. Y menos usted que parece delicada. – la mujer me miró llenándose de valor.

Tengo fuerzas. – el hombre que la acompañaba la miro no muy seguro, para después mirarme. – Por favor... - asentí y los llevé al pequeño velatorio que había creado en el invernadero, su lugar favorito del palacio. Mi Greta...

Ambos hermanos se acercaron hasta el cuerpo de Greta cubierto por una sábana blanca.

No... - la mujer sollozó al ver a su hermana y su hermano la abrazó viendo como a él se le escapaban algunas lágrimas de dolor e ira.

Vi posicionarse a mi lado a Keisha, que tomó mi mano en forma de apoyo. Ella tenía una pinta horrible, de haber estado llorando todas las noches desde que volvimos.

Nos la llevaremos para Oceana. – miré a Azariel y este puso la mano sobre el hombro de la chica.

Estaría de acuerdo si Greta hubiese fallecido allá, pero aquí ella tenía una vida y estoy seguro de que será más feliz si seguimos la ceremonia de los humanos. Al fin y al cabo, ella había elegido esta vida. – los hermanos de Greta me miraron y asintieron. 

Se hizo un funeral a la que asistió bastante gente: los empleados del servicio, las personas que habían asistido a la fiesta y con la cual habían entablado conversación con Greta, los padres de Cassandra que vinieron a pedir disculpas y sus condolencias, las familiares sirenas de ellos, la gente del pueblo.

Ay mi sirenita, te quería mucha gente, pero no así. Te querían ver corriendo y saltando de un lado a otro, riendo y ayudando a los demás. Esto es una condena a un pecado que no he cometido. ¿Por qué Greta? ¿Por qué te fuiste? ¿Es justo que te fueras? Me hubiera dolido menos que te hubieses marchado a Oceana y me dijeras que no querías volver a verme. Mi sirenita, mi reina, el amor de mi vida...

Al terminar el día me senté en la cama de mi habitación. Miré a mi alrededor y vi brillando algo en la mesa de noche de al lado de la cama. Me acerqué a aquello que brillaba y al darme cuenta era el colgante de mi madre que le había dado a Greta. Comencé a llorar con toda mi fuerza y grité su nombre.

Me dejé caer en la cama y me perdí en un punto del techo recordando cada momento con ella, lo vivido y cuanto la amaba. De repente, mi mirada comenzó a volverse borrosa y la vi, ella estaba allí, me estaba mirando.

Greta, Greta, Greta...

Greta... mmm... Greta... - sentí como me sacudían.

Mi amor, Max. Mi amor, despierta. Son las once de la mañana, ¿hasta cuando vas a seguir durmiendo? – sobé mis ojos y la vi allí parada a mi lado, con una hermosa falda verde larga y una camisa blanca de botones.

Mi extraña maldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora