Capítulo 8: El amor en pequeñas dosis

85 11 0
                                    

La señorita tendrá que estar varios días en reposo, gracias a dios se hizo un esguince bastante leve y el dolor le durará algunos días. – dijo el doctor.

De acuerdo. Gracias doctor. – se dieron la mano y Maximus salió tras el señor que había revisado mi aleta hace un rato.

¿Qué es un es... esguince? – le pregunté a George que se encontraba al lado de mi cama.

No. La pregunta es, ¿qué hacía usted en el acantilado? – agaché la mirada y él sujeto mi barbilla obligándome a mirarlo. – Podría haber sido peligroso... debes mantenerte en palacio, es un peligro que andes por esas zonas.

Simplemente escuché el sonido del mar y quise verlo de cerca. Hace días que no estoy en el agua, que no se nada de mis hermanos, que mi libertad se ha cerrado. – sentí mis lágrimas caer.

Oye preciosa, no llores. Tú libertad no te la hemos quitado nosotros. Puedes salir del castillo, si así lo deseas. – secó mis mejillas.

No, no me refiero a no poder salir del castillo, que también. Pero me refiero a nadar a gran velocidad por mar abierto, haciendo carreras con mis hermanos, visitar el arrecife y bailar con los delfines. Surfear las olas era nuestra actividad favorita hasta que... Aqua apareció en nuestras vidas. – hice una mueca por el dolor que me proporcionaba aquel esguince.

El doctor ya se fue. – Maximus entró en la habitación y nos miró. – Padre, ¿puede dejarme a solas con Greta un momento?

Pero háblale bien. Hoy te noto de malhumor. – rodó los ojos y George dejó un beso en mi frente para salir del cuarto.

Te ha cogido cariño. – no lo miré. – Sé que estás enfadada conmigo, no fue mi intención tratarte así anoche. – lo miré de reojo y se sentó en el borde de la cama. - ¿Sabes? La primera vez que monté a caballo estaba bastante nervioso y eso el animal lo notó, porque me lanzó tan lejos de él haciéndome caer en un matorral. – lo mire y se estaba riendo. – Me hice un esguince y me raspé todo el brazo. – señaló por donde se hizo daño. – Mi hermana se rió bastante de mí aquel día. – sonreí de lado. – Bien, conseguí hacerte sonreír.

Perdón, no debí desobedecerte. – se sonrojó.

No te preocupes, estoy acostumbrado con Keisha. – me sonrió. – Pero, la culpa fue mía. Te hablé mal anoche y tú no debías culpa de nada. – tomó mi mano y la acarició.

Yo no debí molestarte, estabas durmiendo. Simplemente me sentí mal por Cassandra. – él rodó los ojos.

Cassandra siempre ha sido así. Una dramática compulsiva. – ambos reímos.

Eso es lo que más te gusta de ella, ¿no? – él rió. Yo lo miré sonriendo era la primera vez que lo veía reír tanto desde que lo conocía.

Pues, ¿puedo serte sincero? ¿No le contarás nada a mi hermana? – negué divertida.

Te lo prometo. – me sonrío.

Cassandra no me atrae en nada...- dijo y yo lo miré sorprendida.

¿En nada? ¿Y por qué te vas a casar con ella? – suspiro y se puso de pie. Llevo sus manos a su espalda y caminó hasta la ventana.

Se lo debo, sus padres y mi padre son amigos, y nos ayudaron hace mucho tiempo. – respiro hondo.

¿Por un favor te vas a casar con su hija? – me miró.

¿No es lo correcto? – se acercó a mí.

¿Quieres mi opinión como reina o como humana/sirena? – él se echó a reír.

Como ambas... - se volvió a sentar a mi lado.

Como reina debo decirte que hay que hacer lo más conveniente para el pueblo, lo más favorable. El pueblo desea verte feliz, ellos quieren una pareja radiante y enamorada porque eso les hace sentir orgullosos de tener unos reyes que se aman y que sacan adelante el reino juntos. Como persona, mostrar una sonrisa falsa al resto del mundo no es lo más agradable. Te sentirás incomodo en diferentes situaciones, pero si te enamoras de alguien con la que compartes gustos, aficiones, risas, besos, caricias... -el tomó de nuevo mi mano, pero no me miró. – Creo que el amor lo merece todo el mundo, y si ellos te hicieron un favor de corazón no te exigirán casarte con su hija.

Ella me lo echa en cara cada vez que nos vemos. – susurro y yo entrelacé sus dedos con los míos.

Haz lo que tu corazón te indique. – dejó un beso en mi mano.

¿Sabes? Has estado poco tiempo con nosotros, pero ya te hemos cogido cariño. – me ruboricé y agaché la mirada.

¿Tú tienes algún pretendiente en Oceana? – dijo sonriendo.

Miré sus manos junto a la mías y algo en mí decía que estaba haciendo algo mal. Solté sus manos y me miró sorprendido. Debía alejarlo de mí antes de que fuera demasiado tarde.

Sí. Yo también estoy prometida. – mentí. ¡Pero qué dices!

Vi en su rostro como iba desapareciendo su sonrisa. – Vaya... ¿y como es él?

Lo mire a los ojos. – Guapo, fuerte e inteligente. Protector, un buen hombre, a veces serio... aunque es muy difícil no enamorarse de su sonrisa. – Pues si estás intentando mentir lo haces muy mal porque a ti no te estás mintiendo en nada, ¿eh?

Te tiene enganchada entonces...- se levantó de la cama. – Voy a pedirle a Bruna que te traiga algo de comer para que puedas descansar. – sin esperar respuesta camino hasta la puerta y antes de marcharse me miró durante unos segundos.

No podía descifrar aquella mirada. Pero lo peor era que no podía descifrar mi corazón. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué me estaba pasando con él? ¿Por qué no podía sacarlo de mi mente? Esto nos iba pasar factura. 

Mi extraña maldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora