Capítulo 7: El pasado siempre vuelve

98 10 0
                                    

Sabía que era tarde pero después de lo que había pasado esta tarde me sentía bastante mal con la prometida de Max.

Llegué hasta su habitación y le di un leve toque a la puerta. Tampoco quería despertarlo, estaría cansado de un día como hoy.

Me gire sobre mí misma. Pero qué haces mujer, vuelve a hablar con él. Debes pedirle perdón y preguntar por cómo había reaccionado su prometida, tu intención no era hacerla sentir mal.

Mire sobre mi hombro hacia la puerta, me volví a acercar y toque un poco más fuerte.

¡Voy! - una voz dormida sonó tras la puerta. Esta se abrió despacio y dejó ver a Max, con el torso desnudo y llevaba únicamente una pieza que cubría sus aletas. ¿Eso también era un vestido? ¿O una chaqueta?

¿Greta? ¿Estás bien? ¿No puedes dormir? - alejé mi mirada de su torso y luego dirigí mi vista hacia sus ojos verdosos. Ahora que me daba cuenta, Maximus era moreno de piel, su sonrisa blanca hacia contraste con esta. Su cabello castaño estaba despeinado, al contrario de otras veces que lo lleva siempre peinado en forma de ola, o como dice Keisha, en tupé. Era bastante alto y fuerte, haciendo que todos le tuviesen respeto. Hasta yo se lo tenía.

Emm, sí... bueno, no... quiero decir... - ¿no sabes hablar, Greta?

Maximus se apartó dándome paso al interior de su habitación. Entre tímida y él colocó su mano en mi espalda y nos sentamos en un pequeño sillón que tenía Max en su habitación. Keisha estaba haciendo un buen trabajo enseñándome los nombres de todas las cosas de la casa.

¿Y bien? - me sonrió.

Quería saber qué tal estaba vuestra prometida. - lo vi suspirar.

Ella se quedó tranquila cuando le explique la situación. Creía que tu y yo teníamos algún tipo de relación. - lo mire confundida.

¿A qué tipo de relación se refiere? - pregunté sin entender.

No sé de qué modo le llamáis en Oceana, pero aquí cuando una persona está con otra aún estando comprometidos o casados, eso es un adulterio. - lo mire sin entender.

¿Y por qué creía eso ella si usted y yo no hacíamos nada malo? - él miró hacia abajo.

Cassandra se sorprendió de verme con otra mujer cerca, cuando yo siempre he preferido no mantener relación con ninguna. - lo vi jugar con sus dedos nervioso. Me acerqué y coloqué mi mano sobre la de él.

Puedes confiar en mí. - me miró a los ojos, y si os soy sincera no sé qué pensó, pero tensó su mentón y miro hacia la pared como buscando un punto fijo.

Cuando tenía 16 años, me enamoré de una jovencita de mí misma edad del pueblo, la cual sus padres eran gente adinerada. Es raro ver ese tipo de niñas en esos pueblos, pues lo tienen todo, pero ella lucía diferente. Era sencilla, ingenua, divertida y brillantemente inteligente. - cerró los ojos y sonrió. - Se llamaba Lucy... ella amaba la lectura, y cada día iba a la biblioteca del pueblo, y lo sé porque desde mi habitación se ve dicha biblioteca. Un día decidí bajar a hablarle, ella no sabía que era el príncipe del reino, me conoció tal cual era yo y ambos nos enamoramos. Pero antes de que la mentira fuera a mayor, le conté la verdad. - lo observé atentamente viendo como sus ojos se llenaron de lágrimas sin perder la sonrisa.

¿Qué hizo ella? - le pregunte curiosa.

Al principio se enfadó. Ella me dijo que no por ser el príncipe me iba a tratar diferente, pero que en realidad iba a ser complicada nuestra situación. No fue para nada complicada. Cuando cumplí los 18, le conté a mi padre de nuestra relación secreta y nos aceptó. Todo estaba saliendo perfecto, hasta que... hasta que... - su mandíbula se tensó y se levantó soltando mi mano.

¿Hasta qué? - me levanté tras él.

Vete a tu habitación, Greta. Buenas noches. - lo miré sorprendida.

Espera Max... puedes contar conmigo. - se giró y me miró de manera seria.

Maximus para ti. - un nudo se creó en mi garganta. ¿Por qué de repente se había puesto tan serio? Retrocedí y salí de su habitación directa en la que me quedaba con Keisha.

Cerré tras de mí y me dejé caer tras la puerta. Nunca pretendí incomodarlo.




A la mañana siguiente, no quise ir a desayunar. Bajé por unas escaleras que daban al pueblo de aquel reino. Me escondí detrás de unas columnas y observé a la gente pasar de un lado a otro. Hablando entre ellos, riéndose y haciendo diferentes actividades que no sabría diferenciar.

Quería interactuar con ellos, pero no podía o si no, tendría un problema muy grande. Cerré los ojos y el sonido del mar invadió mi ser. Hacia semanas que no pisaba el mar.

Me escabullí entre las personas, siguiendo el olor y el sonido del mar. Al llegar a aquel acantilado, sujeté con una mano mi vestido y con la otra fui bajando entre las rocas para estar más cerca del agua.

Toqué el agua con la punta de mis dedos, y a la vez sentí las lágrimas caer por mis mejillas. Echaba de menos a mis hermanos, ¿cómo estarían? ¿cómo estaría Oceana? ¿qué estaría haciendo Aqua?

Maximus

¿Dónde está Greta? - preguntó mi padre mirando a Keisha.

No lo sé, esta mañana estaba muy rara no habló conmigo y se fue sin decir nada más. - Te pasaste.

Me levanté. - ¿Adónde vas Maximus? - preguntó mi padre.

A buscarla. - salí del comedor y caminé hasta la habitación de Keisha, pero allí no estaba. Registré todo el castillo, pensando que se había marchado camine hasta el ventanal del despacho y al observar por allí, la vi en el acantilado. - No puede ser. - enseguida salí corriendo del despacho en su dirección.

¡Greta! - le grite desde arriba. Gruñí cuando vi que no me hizo ni caso. Me quité la chaqueta y los zapatos y me sujeté a aquellas grandes rocas. ¿Cómo se le ocurría bajar hasta ahí abajo? ¿Estaba loca? Estaba poniendo en peligro su vida. Cuando llegase hasta ella se iba a enterar. Pero al llegar abajo, la vi arrodillada delante del agua llorando. - Ey... - me acerqué a ella. - ¿Qué ocurre? - Esta se levantó y se apartó de mí. - Greta puedes contar conmigo.

No, no puedo. Porque tu no puedes confiar en mí. Además, que más te da lo que me pase, si anoche me trataste muy mal. Déjame sola, eso es lo que necesito. - me dio la espalda.

Greta, por favor. Te dejaré sola cuando estés a salvo, allá arriba. - se giró para mirarme, pero resbaló con una roca y la cogí antes de que cayera. Ella se aferró a mi camisa y yo la pegué a mí sujetándola, evitando que algo le sucediera. - ¿Estás bien?

Me duele... - sollozó y mire su pierna.

Sujétate a mi espalda. Te cargaré hasta arriba. - dije.

No, no puedes conmigo. No podrás con los dos. - ella intentó apoyar la pierna, pero hizo una mueca.

No la apoyes o será peor. Haz lo que te dije. - yo me giré y ella se sujetó a mi espalda. Cuando llegamos arriba, la cargué en brazos hasta su habitación.

Gracias. - me susurró cuando entramos a la habitación. Algo en mí interior, sonrió, pero no quise mostrárselo a nadie. Ella era como una pequeña figura de porcelana con la que había que tener cuidado sino quería que cualquier niño la rompiera por querer jugar con ella.

Mi extraña maldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora