Capítulo 27: El veneno del palacio

55 8 0
                                    

Keisha me levantó temprano para ir juntas a recoger flores y llevárselas a su padre, para después darle la noticia. Cuando entramos en su habitación, vimos a un George bastante apagado, no respondía nuestras palabras, bastante pálido e ido.

Tomé su mano sentándome al lado de su cama en el piso, tomé mi colgante y la puse en su débil mano que apenas podía sujetar las cosas por lo que lo ayudé. Cerré los ojos y recordé buenos momentos con todos.

Abrí los ojos al sentir una mirada sobre mí. - ¿Cómo está George?

Ahora... mejor. – cerró los ojos.

¿Cuándo comenzó a sentirse así de mal? – dije.

Ayer... cuando te marchaste. – fruncí el ceño.

No puede ser. Ayer, Cassandra le llevó su medicación una vez me marché. – él asintió y dirigió su mirada a la ventana. Fruncí el ceño y cuando miré a la puerta ella estaba nuevamente ahí.

Greta déjanos solos, le voy a dar su té. – dijo ella y me acerque a ella para quitarle la bandeja.

No te preocupes, se lo daré yo. George no se encuentra muy bien y no quiere ver a nadie. ¿Algo que deba saber? – alcé una ceja mirándola.

Que se beba todo el té. – asentí y esperé que se marchase. George me miró frunciendo el ceño sin decirme nada. Apoyé la bandeja en la mesa de noche de George y cogí la taza. Miré a George y olí el té.

Hagamos algo, ¿de acuerdo? Voy a ir a prepararle un té, con algunas hojas de plantas sanadoras de su invernadero. Por nada del mundo se tome este té. ¿Se fía de mí? -George asintió.

Fui hasta la cocina y preparé nuevamente otra taza de té. Se la llevé a su habitación y una vez que lo senté mejor en la cama, le tendí la taza de té. Cogí la que había preparado Cassandra y la eché en una plantita que había en la habitación de George.

Está bastante bueno... no sabe tan raro como el de Cassandra. – lo miré y vi que sus mejillas estaban sonrojadas y estaba más cómodo.

George, ¿a quién más le lleva este té Cassandra? – George se quedó pensativo.

Creo que a Keisha. – abrí los ojos como platos. No debes alarmarte, Cassandra puede sospechar.

De acuerdo... - miré la planta y su color verdoso que la caracterizaba se volvió a uno marrón, dejándola ver bastante mal.

Greta habla conmigo, ¿Qué piensas? – acerqué a George.

Aún no lo sé, pero en cuanto lo sepa será al primero que se lo diga majestad. Ahora descanse. – lo ayudé a recostarse.

Me gusta tu presencia, ¿te puedes quedar hasta que me quedé dormido? – asentí sin ningún problema. Al cabo de unos minutos, George cayó profundamente dormido.

Salí de la habitación y me acerqué a la ventana para ver a Cassandra en el establo. Bajé las escaleras corriendo y fui hasta allí. La vi salir montada en caballo hacia el bosque. Fruncí el ceño. Debía seguirla o si no, no podría entender que pasaba. Le pedí a uno de los muchachos que me dejasen un caballo también, recordé cuantas veces lo había echo en el mar y puse en practica todo lo que sabía.

Me adentre en el bosque intentando dejar distancia entre ella y yo, para que no se percatase de que la seguía.

La vi llegar hasta una cabaña en mitad de la nada, retrocedí con mi caballo y bajé del caballo en un lugar bastante alejado para que no me viera. Me acerqué a la cabaña sigilosamente, la verdad es que tenía el corazón en la boca. A lo mejor la estaba siguiendo sin motivos. Como decía mi padre más vale ser precavido y asegurarse de que no pasa nada malo, que arrepentirse de no haberlo hecho.

Miré por la ventana y vi a un hombre de espaldas mientras le entregaba a Cassandra un pequeño bote marrón que tenía una etiqueta negra con una carabera.

¿Veneno? ¿Cassandra estaba envenenando a George? Abrí los ojos impactada y cuando volví a mirar por la ventana Cassandra y aquel hombre se estaban besando. Dejo el tarro sobre la mesa y giraron dejándome ver el rostro de aquel hombre. Marco Zappellini.

Corrí devuelta hacia el caballo, me fui a montar en este y caí al piso dándome contra un árbol.

Toqué mi cabeza y vi que estaba sangrando. Me mareé, pero volví a subirme al caballo y volvimos al palacio.

Al llegar al establo varios muchachos me ayudaron a bajar del caballo y me llevaron dentro.

¿Se puede saber porque estabas montando a caballo si no sabías? – gruñí cuando Keisha tocó mi herida con el algodón y Maximus se movió enfadado de un lado a otro de la habitación.

Hermana, no es lo mismo un caballo de mar que uno de tierra, ¿y si te llega a pasar algo? – los miré.

En vez de estar aquí echándome el sermón del año, deberías ver como esta vuestro padre. – le dije a Maximus.

Mi padre está genial. Hace un rato fui a verlo y unca lo había visto dormir tanto... las medicinas están funcionando. – me levanté enfadada.

¿Medicinas? ¿Aun crees que son medicinas lo que le está dando Cassandra? – Keisha me miró sorprendida.

Keisha esa acusación es grave. – mi hermano se acercó a mi y me sentó en la cama. – Debes descansar.

Sé lo que vi, Azariel. – me ayudó a recostarme.

Descansa, ¿vale? Ha sido un día muy largo. -les di la espalda enfadada. Ninguno me creía, pero les demostraría que lo que le decía era verdad. 

Mi extraña maldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora