II

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Al salir entendí dos cosas: el frío que se colaba dentro y por qué decían que era de noche cuando debía ser de día.

Me encontré en un prado blanco que se extendía un par de kilómetros en todas direcciones y, más allá, había unos árboles enormes tan llenos de nieve como el suelo. Mis deportivas se hundieron varios centímetros cuando pisé fuera y sentí mis pies calarse al instante, pero no llegó a molestarme. El frío era agradable de alguna manera. Y el cielo estaba oscuro. No precisamente de nubes, aunque no dudé que hubiera algunas. Simplemente era como si el sol no llegase hasta allí, iluminaba ligeramente desde un costado, pero no permitía que los rayos incidieran directamente.

Enkar me siguió, así que me giré para mirarle, definitivamente más calmada. Ya insistiría en mi asesinato después. Ahora prefería centrarme en qué era aquel lugar. El edificio tras de mí era enorme, pude echarle un vistazo tranquilamente, porque Enkar se subió la capucha de su sudadera y me esperó con calma.

Estaba construido con piedras grandes y oscuras y no tenía grandes ventanales. Pero, aun así, era imponente. Se extendía hacia ambos lados y tenía cuatro plantas, más la de los vampiros bajo tierra, parecía un sitio inmenso, con tejados de dos aguas para que no se acumulase la nieve. Y en uno de los extremos se alzaba una torre imponente, que subía varios metros más que el último piso y acababa en una campana gigantesca y un tejado puntiagudo. Me hubiera gustado subir para ver todo desde allí. Parecía un lugar magnífico.

—¿Te gusta? —preguntó Enkar, acercándose un poco a mí.

Asentí un poco. Era precioso, no podía decir nada malo.

—¿Qué es este sitio?

Me hizo un gesto para que le siguiera y echó a andar de nuevo. Yo no me quejé, quería verlo todo.

—Es un refugio. Un lugar donde entrenar para aprender a controlar lo que somos y estar a salvo —explicó, mientras rodeábamos el enorme edificio que tenía forma de «u».

—¿A salvo de qué? —pregunté, mientras girábamos la segunda pared.

—De la gente mala. —Se encogió de hombros, con tanta simpleza, que supuse que hablaba de los vampiros de ojos amarillos.

Quizá no. Pero uno me había matado, así que para mí estaban en el top de maldad. «Céntrate, como te llames», me regañé.

Enkar paró, como si quisiera darle un golpe de impacto mayor (¡teatrero!), al nuevo lugar. Sin embargo, tuve que reconocer que me llamó la atención. El lugar estaba protegido por tres lados por las paredes del edificio y el patio era un enorme centro de entrenamiento.

Estaba dividido por secciones, pero me pareció algo arcaico, cerca de nosotros había muñecos con armaduras, palos clavados en el suelo, circuitos donde correr o arrastrarse... Además, había una especie de foso en la zona más alejada al edificio. Estaba excavado directamente en el suelo y aprecié unas gradas en el lado contrario. Me llamó la atención aquel lugar, porque oí un familiar ruido de golpes metálicos saliendo del agujero.

Todo mi cuerpo reaccionó de una forma que no logré entender, alerta, con todos los sentidos aguzados. Caminé despacio hacia allí, mis pies apenas crujieron sobre la nieve. Enkar me seguía, y sus pasos resonaban en el sitio como si fuera corriendo. Supuse que era una desventaja de ser tan grande.

Llegué al borde del foso y me asomé con precaución, aunque me calmé en gran medida al ver a un par de personas dentro. Llevaban armaduras ligeras y estaba claro que entrenaban solo. Tardé en darme cuenta, quizá porque también llevaban yelmo y porque estaba prestando más atención a la espada que a ellos, que uno era la mitad de pequeño que el otro.

Crónicas de Morkvald: Luna de Sangre #1 - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora