58. Boda civil.

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Ha pasado una semana desde que los canes llegaron a casa, una semana en la que ni un solo día me he despertado sin tener a Yarel al lado, una semana teniendo sexo absolutamente todos los días, una semana de ensueño. Yarel ha demostrado lo que puedo tener el resto de mi vida, y sinceramente, puedo ser feliz con ello. Muy feliz.

-¿Te están entrando los nervios?.- En la habitación de mi casa en Jerez se respira el ajetreo, los nervios, la alegría y un calor que me asfixia, aunque creo que eso solo me pasa a mí.

Mis nueve amigas me observan nerviosa perdida, mientras yo me observo con mi vestido blanco en el espejo de cuerpo entero, es un vestido ibicenco hasta las rodillas, tiene bordados pequeños círculos en la parte del vientre y en casi el final, no parece de novia en absoluto, pero por ahora no pienso pasar por la iglesia aunque Yarel lo quiera. Estoy tremendamente nerviosa y creo que la habitación se hace más pequeña poco a poco con el paso de los minutos. Lidia se acerca a mí y me de un masaje en los hombros, es masajista, su vientre también despunta, sabe que es una niña. Yo aún no he decidido si quiero saber su sexo antes de tiempo.

-Relájate. Vas a casarte con el hombre que amas.- Respiro profundo e intento expulsar el aire. Aún no me he decidido a ir a las clases de preparación al parto, que me expliquen que tengo que hacer cuando sé que me voy a morir de dolor no sé si va a servir para calmar ya mi actual miedo a tener a los dos bebés de manera natural. He prometido a Mirella que esta semana iré con ella, la probabilidad de que me vaya a mitad de clase por no querer escuchar la realidad de lo que voy a pasar, es muy alta.

-Lo amo.- Digo mientras veo en el umbral de la puerta a Dárian. Amo a este pequeño hombrecito con locura, pero estoy totalmente convencida de que mi corazón le pertenece a Yarel. Lo supe la misma noche que volví a verlo por segunda vez. Amo a ese hombre, y me voy a casar con el, y es un gran motivo para estar de los nervios. Aún no conoce por completo lo desesperante que puedo llegar a ser, ni tampoco sabe lo más importante de mi pasado, espero que eso no provoque el divorcio inmediato cuando se entere.

-No se va a divorciar de ti cuando te conozca por completo.- Me susurra al oído Mirella mientras sonríe al espejo.- Si no te mandado al cuerno después de fugarte durante meses y después de ver las dos pequeñas bombas de relojería, no habrá nada que os detenga ya.- Suspiro.

-Me siento como una vaca.- Digo viendo como me abulta ya el vientre sin haber llegado todavía al octavo mes si quiera.

-Las tres parecemos unas vacas.- Me aclara Lidia.- Solo que tu eres una vaca que sabe hacer ejercicio, y nosotras unas vacas que solo caminan.- Dice mientras el resto empiezan a reírse.

Todas se van al jardín de casa, mis dos padres me esperan en la puerta principal. Hemos decidido celebrar aquí la ceremonia. Nos casará Mario, el mejor amigo de mi padre, y hasta ahora, juez de paz de muchos felices matrimonios. En el jardín hay colocadas sillas divididas por un pequeño pasillo, hay ocho filas en cada lado de ocho sillas cada una, ciento sesenta y ocho en total. Están invitados amigos de ambos padres, mis amigas fundamentales, con sus respectivas parejas y niños. La gente con la que he compartido mi vida hasta ahora y me ha visto crecer. La más importante, la hermana de mi padre.

-Mamá, estás preciosa.- Dice Dárian vestido con una camisa vaquera y unos pantalones cortos beige.

Mirella lo coge de la mano y le da la almohadita roja de terciopelo con los dos anillos para que los lleve hasta el altar improvisado. Mis dos padres se miran entre sí y luego a mí.

-Si hace un año alguien me dice esto, lo mando al psiquiatra de cabeza, con camisa de fuerza como mínimo.- Dice mi padre a Ulrik.

-Si hace un año me dicen esto, no me lo hubiese creído ni aunque me hubieran pagado.- Los miro mal a los dos y sonrío.

¡No! Es mio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora