DANIELA POV.
Nos advirtieron que después de navidad iban a echar a la calle a las personas que no fuesen estrictamente necesarias en la empresa. Despidos por razones que todos desconocíamos, porque los de contabilidad afirmaban que los números iban perfectamente y no había habido pérdidas exageradas.
He estado toda la navidad comiéndome la cabeza con esa tontería, con la mosca detrás de la oreja de si yo fuera despedida. Pero al final no fue tontería. El lunes cuando llegué me mandaron al despacho del jefe de recursos humanos, de donde, o puedes salir despedido, o puedes salir ascendido a un mejor puesto. A mi mejor amigo Juanma, lo ascendieron, a mí, me despidieron, me sumé al paro de España en pleno principio de año, cuando relativamente, menos trabajo hay, y te viene toda la cuesta de enero con todos los gastos que hayas hecho de más en las navidades.
Recojo todas las cosas que tengo en varios cajones de mi mesa y las meto malhumorada en mi bolso. La verdad, aunque lleve trabajando aquí casi dos años, no es que tenga nada muy personal.
Salgo echando humo a la calle, observo por última vez el gran edificio de oficinas en el que he estado dos años entrando cada mañana. Me fijo en si pasa algún taxi, ya que hoy vine con Juanma, pero para mí mala suerte, uno de los miles de empresarios ricachones que pueden llegar está bajando de su limusina. De un momento a otro yo tengo a un supuesto ejecutivo pegado a mi espalda, el cual me ordena ir hacia el ricachón a punta de pistola, la noto en el costado derecho, pero me quedo totalmente quieta, me he quedado congelada.
-O caminas, o la primera muerta serás tú, bonita. -Me dice con una voz grave, como si fumaría cincuenta cajetillas de Marlboro al día, de hecho, huele demasiado a tabaco.
Yo me voy acercando haciendo gestos al señor con mi cara, el cual me mira confuso y en ese momento me doy cuenta de que no llevaba guarda espaldas. ¿¡Que empresario ricachón no lleva guardaespaldas?!. Mi padre, desde que era pequeña me enseñó que nadie merece morir, por muchas cosas malas que haya hecho en la vida, o por mucho que se lo merezca.
Cuando estamos a escasos cinco metros el señor no sabe hacia donde ir para poder salir ileso de lo que se le viene encima. Por lo menos la gente se está percatando de todo, pero escapatoria no tiene por ninguna parte, la pared más cercana está a veinte metros.
Pienso fríamente. Sé algunos golpes de artes marciales, pero contra un arma de fuego no sirven para nada ahora mismo. Noto que el hombre va a disparar, yo le cojo la mano y la pego más a mi cuerpo, con toda la mala suerte del mundo que el primer disparo atraviesa todo mi costado derecho de atrás hacia delante, y da en la pierna del empresario ricachón.
Pero el segundo, tras forcejear con el supuesto ejecutivo, consigo que la pistola apunte hacia el cielo, casi a nuestras cabezas, si sale la bala, no sé a quién podrá dar de los dos, pero, cuando me quiero dar cuenta el mismo ha apretado el gatillo para disparar y justo el arma estaba apuntando hacia su cabeza. Con literalidad se ha volado los sesos.
Todo el mundo corre a socorrerme mientras, mi blusa blanca y mi falda de tubo azul oscura, se llenan de mi sangre demasiado rápido y yo me desplomo contra el suelo por lo débil que me estoy empezando a encontrar.
Cuando despierto estoy totalmente monitorizada en una habitación de hospital, de color blanco y llena de máquinas y utensilios por todas partes. Tengo una vía en la muñeca izquierda con tres cosas conectadas, que imagino que serán calmantes y suero, ya que es lo normal en estos casos. Aun así, el costado derecho me duele como si me hubieran apaleado cien veces con una vara de nogal. Entra un hombre con una bata blanca, una pequeña placa con su nombre y sujeta un pequeño cuaderno, en definitiva, es el doctor.
-Buenas noches, señorita Martínez. Soy el doctor Ramos. ¿Quiere saber su diagnóstico? -Asiento con la cabeza como puedo, me encuentro bastante aturdida.
Me están llegando flashes de todo lo ocurrido, y no me encuentro apta para articular palabra sin que me tiemble la voz, o que por lo menos salga una sola palabra de mi boca si quiera. ¿De dónde saqué el valor para enfrentarme a alguien que tenía un arma de fuego?. Realmente, creo que la adrenalina me nubla el juicio.
-Tiene una herida de bala en el costado derecho, lo suficientemente superficial para no haber dañado ningún órgano. La entrada y salida es limpia. Lo hemos limpiado y cosido, pero por lo tanto quedarán cicatrices que con cuidado pondrán hasta casi desaparecer. Permanecerá con calmantes en vena hasta que pueda soportar el dolor sin necesidad de ellos. Tiene que estar aquí varios días, perdió mucha sangre. -En resumen, me pasaré unos días siendo cuidada, con lo cual me puedo olvidar por unos días de mi baja en el trabajo, y de ser un número más en el paro español.
Después de terminar se me queda mirando. Creo que espera una respuesta, la cual no he dado por divagar en mis pensamientos, cosa que me ocurre muy a menudo.
-Entendí todo doctor. -Digo poniendo los ojos en blanco. Soy joven, no idiota.
-Vale señorita. Ahora la harán el cambio a una habitación. - ¿Aquí hay suit de lujo o cómo va?. Nunca, por suerte, me ha tocado estar en ningún hospital de Madrid por días, solamente por revisiones que duraban algunas horas.
El doctor se va y da la orden de efectuar el cambio de habitación.
Antes de percatarme de ello me vuelvo quedar dormida por todo lo que me estaban metiendo en vena, que imagino que será para dormir los sentidos de mi cuerpo, por lo menos el del dolor. Cuando me despierto hay una ventana medio abierta a mi derecha. Miro al fondo de mi cama y veo a mi padre sentado en el sillón que en absoluto tiene pinta de cómodo. Cuando giro mi cabeza a la izquierda me encuentro con unos ojos grises impactantes y me sobresalto en la cama.
-Buenos días preciosa. -Me dice el hombre de ojos grises.
Mi padre se despierta al oír su voz, me mira y sonríe.
-Buenos días mi niña. -Me dice guiñándome un ojo.
-Papá. ¿Quién es el?. ¿Te me has hecho gay y no me he enterado? -La verdad es que yo a mi padre no le veía pinta sarasa. Aunque en realidad a estas alturas de mi vida, no me importaría en absoluto que lo fuera, de hecho, casi me alegraría que haya encontrado un nuevo amor.
Los dos hombres sonríen y yo me quedo con cara de póker. ¿Qué pasa aquí?.
-Buenos días Ela. Soy el hombre al que salvaste la vida ayer.-Me dice dándome un beso en la mejilla.
-¡Ah!. El ricachón que no entiende de gestos.-Digo esto asintiendo, aunque me doy cuenta de que me mareo un poco. Intento recordar con exactitud su cara, pero es muy vago el recuerdo.
-¡Ehh!. No estoy acostumbrado a ver mi vida en peligro todos los días cielo. Soy un hombre con pocos enemigos.-Se encoge de hombros. Tiene pinta de ser muy apacible y pacífico.
-Bueno. Pero no me respondiste la pregunta. ¿Quién eres?.-Lo intento descubrir con la mirada, pero sé que no sirve. Tampoco recuerdo haberlo visto antes.
-Ulrik Solberg.-Los ojos se me abren de golpe lo máximo posible. No doy crédito a que sea el a quien tengo delante.- Si. Soy el dueño de la empresa de la que ayer fuiste despedida cariño. Pero tengo una buena noticia.-Mira a mi padre y este me sonríe.
-¿Cuál?.-No creo que nada me pueda alegrar en este momento, excepto que todo esto sea una pesadilla y yo siga dormida en la pequeña cama de mi piso de alquiler en un barrio un poco malo.
-Estas contratada de nuevo. ¿Quieres saber donde?.-Espero que no me toque de controladora de nada, soy demasiado perezosa para ello, y aparte de ser un desastre controlando cosas, diría que torpe.
-Dígame.-Miro a sus ojos. Son como dos lunas puestas a una medida exacta a cada lado de su nariz, que quedan perfectas con su piel blanca.
-Eres mi nueva secretaria.- Esperaba todo, menos eso.
-Le doy las gracias pero no creo que este cualificada para ese puesto ya que...
El señor pone los ojos en blanco y me hace callar con su dedo índice en mi boca. Sólo sonrío y asiento, mientras los dos hombres aquí presentes se ríen.
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¡No! Es mio.
RomanceDesde que era pequeña siempre he querido tener unos pequeños pies corriendo por casa, el problema es que jamás he encontrado con quien hacer eso. Hace unos meses decidí que fuera así, pero sin necesidad de tener que hacerlo con alguien, criaría esos...