Entro en el avión suspirando por las pocas ganas de tener que estar con Yarel por más tiempo, me siento en un sillón que es como sentarse en una nube, y cierro los ojos.
Mi corazón no para de latir feliz desde que el apareció en la piscina con ese bañador y ese cuerpo de dios griego que tiene, pero la parte racional de mi cerebro me grita un «huye mientras puedas» a pleno pulmón cada vez que se aproxima demasiado a mi. ¿Y a cual de las dos partes hago caso?. Pues aún ni me he planteado que parte puede ser la realmente correcta. Cuando ya estamos en el aire abro los ojos, la verdad es que los aviones nunca han sido mi medio de transporte favorito, se podría decir que les tengo respeto, aunque no miedo.
-¿Señorita, usted quiere algo?.- Me pregunta una voz a mi lado.
Me quedo mirando con cara de asesina a la rubia de metro ochenta que tengo delante, que será la azafata de vuelo. No para de lanzar miraditas y sonrisitas a Anker y Yarel. Niego con la cabeza y miro a una Mirella que acerca su cabeza a la mía.
-¿Te la cargas tu o me la cargo yo?.- Pregunta con cara de malicia.
Sonrío, y empiezo a barajar mil maneras de matarla, pero no creo que quepa por el váter, y tirarla por una ventanilla sería un crimen demasiado imperfecto.
-¿Que cuchicheáis, preciosas?.- Pregunta desde el otro lado Anker mientras nos observa con una sonrisa. Levantamos la cabeza y sonreímos.
Estudio todo el avión, nuestra empresa tiene dos jets privados, uno le suele usar Ulrik, y eliminé todas la mujeres alturistas de la plantilla, y me ocupé de hacer personalmente las entrevistas. Mi favorito es Trevor, un chico de ojos grises y con tatuajes por todo el cuerpo excepto por la cara, Ulrik no dijo nada al verle, pero sé que por dentro quería gritar «¡Despedido!». Y el personal de este jet no quiero ni saber quien se ha encargado de contratarlo, pero cuando llega la primera rubia acompañada de otra nueva, me siento tentada de ir a ver si los pilotos son otras dos mujeres rubias de metro ochenta.
-¿Celosas?.- Pregunta Yarel cerrando un poco la pantalla de su MacBook Air.
Miro a Yarel y lo fulmino. Anker sonríe.
-¿Deberíamos estarlo?.- Pregunta Mirella con cara se póker.
Ambos dejan de sonreír. España uno, Dinamarca cero.
Tras poner en orden la agenda de Ulrik por última vez para los eventos y algunas reuniones que tiene este fin de semana, guardo mi MacBook Air en su funda. Mirella siempre atenta a lo que sabe que me gusta, guardó el libro que ahora me estaba leyendo «Todas las canciones que suenan en la radio» de Diana Prada en su bolso, que es algo así como el bolsillo de Doraemon: el gato cósmico, pero siendo de color negro y de cuero. Entre nosotras y los dos neandertales, solo hay una mesa de menos de un metro de ancho y un metro veinte de largo. Me acomodo y empiezo a leer el libro. Después de leer varias páginas me doy cuenta que estoy llegando al final del libro. Saco el iPhone y busco alguna manera de envío rápido de la segunda parte a Jerez.
-¡Mierda!.- Digo cuando me doy cuenta que aún no ha sacado la segunda parte en papel.
Todos me miran con cara de sorprendidos y me doy cuenta que lo he dicho en voz alta.
-Mmm... Perdón.- Frunzo el ceño y mi cabreo va cada vez más en aumento. Realmente no hay ni en edición que no sea de bolsillo, solo lo hay para leerlo en una pantalla. Y tampoco tengo iBook.
-¿Que te pasa?.- Dice Yarel.
Levanto la cabeza y veo a Yarel mirándome fijamente con los brazos apoyados en la mesa para tenerme más cerca, tiene los ojos brillantes y me pone nerviosa. Esos ojos van a ser mi perdición. Lo sé.
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¡No! Es mio.
RomanceDesde que era pequeña siempre he querido tener unos pequeños pies corriendo por casa, el problema es que jamás he encontrado con quien hacer eso. Hace unos meses decidí que fuera así, pero sin necesidad de tener que hacerlo con alguien, criaría esos...