Capítulo 1

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Tantas cosas que me pasan.

Hace una semana empecé a sentir algo tipo... no sé, en realidad, no sé cómo explicarlo. Es algo tan confuso.

—¿Por qué no buscas acá en el trabajo? —pregunta mi amiga, Rose.

Rose es una compañera de trabajo y una vieja amiga. De casualidad nos topamos en esta empresa y aquí estamos, laborando juntas. A mi me gusta platicar de mis cosas con ella, así como ella platica de las suyas conmigo. Me gusta como me da diferentes consejos, y los correctos en cada momento.

Ella insiste en que pueda ser alguien del trabajo. Cada vez que podemos hablar del tema me dice que pueda ser alguien del trabajo, y no diré que no, ya que ni yo sé quién pueda ser la persona que está causando tantas cosas dentro de mi corazón.

Lo más curioso es, que siento que ya lo he visto, pienso que al verlo mi corazón reaccionaría de una manera extraña, pero a la vez bonita. De solo pensarlo el corazón ya me quiere salir del pecho. ¿Es posible eso? Que el corazón me salga del pecho, no. Que piense esas cosas y crea en que será así, tampoco.

—No lo creo, mis sentimientos por el jefe ya han pasado, así que no creo que sea de acá.

—A lo mejor es Santiago. Es lindo contigo y también es muy apuesto —dice mientras ordena las copias y me las entrega.

—No, Santiago no. No puedo verlo más que como un amigo —tomo las copias y agradezco –. Gracias, Rose.

—Vale, tu sabrás. Y de nada, cuando quieras estaré para ti.  —dice. Asiento y camino hacia mi oficina.

Cada vez que se llegan las 4:00 P.M estoy muriendo por un Ice Coffee de Starbucks.

Tomo mis cosas y me dirijo a la oficina de mi jefe.

—Ingeniero, buena tarde. Con su permiso —entro a su oficina y le dejo los papeles encima de la mesa.

—Gracias, Stephanie —agradece y los toma para guardarlos en su escritorio.

—Nos vemos, ingeniero —le ofrezco una simple, pero linda sonrisa —. Hoy salgo temprano —termino de informar.

—De acuerdo, feliz tarde —elevo mi mano en forma de despedida y salgo de la oficina.

Al salir de ella suelto un suspiro de alivio agradeciendo que ya estoy afuera y no cometí ninguna ridiculez. Mi jefe llegó a gustarme hace dos años, así como yo también le llegué a gustar. Cada vez que lo miraba o le hablaba el corazón me palpitaba a mil y siempre, pero siempre, botaba un papel al suelo, o le dejaba caer las cosas en el escritorio porque mis manos se hacían débiles y temblaban mucho. En sí, nos pasaba a los dos. El problema aquí soy yo, eso lo tengo en claro. Mi jefe tiene 50 años y yo tengo 24, eso sería raro, intentar algo con él.

Creo que el enamorarse de su jefe o profesor llega a suceder mucho. Todos pasamos por eso y ahora me siento pura tonta.

—¿Iremos juntas? —se acerca mi mejor amiga, Lourdes.

—Claro —asiento, y caminamos hacia el sótano de la empresa para subir a mi auto —¿Traes el tuyo? —le pregunto. Ella niega.

—¿Puedes llevarme? —hace un puchero, el cual me da gracia y me molesta un poco.

—¿Podrías dejar de hacer pucheros? —pido. Juro que no la llevaré si sigue haciendo eso. No me gusta que hagan eso.

Reímos y subimos a mi auto para ir juntas al Starbucks. Cada vez que se puede vamos juntas, a veces yo la invito, a veces ella me invita, y así estamos.

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