Martín ( I )

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Miguel tiene la piel oscura, el pelo negro y los ojos de color extraño. Es como marrón pero no porque es un par de tonos más claro. Martín es rubio, de tez clara y ojos verdes. Y aunque Martín está consciente de que una muy grande porción de chicas en su escuela lo considera muy atractivo, a veces no puede evitar preguntarse si no será muy común. Puede que tenga que ver con el hecho de que ve su cara todos los días en el espejo. Quizás es solo su imaginación.

La cuestión es que por algo que no sabe explicar, Miguel se le hace interesante. Es fácil de mirar, por algún motivo. Martín nota que lo observa mucho durante los ensayos. Cuando el pelinegro se muerde una esquina de la boca y su ceño se frunce mientras lee de nuevo las partituras, o la plácida sonrisa que tiene cuando hay algo de comer en sus manos.

Se podría decir que le interesa. Decir que le gusta es apresurado, exagerado, o eso cree Martín. A él nunca le gusta nadie en verdad. Sinceramente, nunca ha habido ninguna chica–o chico–que logre hacer que Martín pierda el sueño o se le corte la respiración. Él no opera de esa manera e incluso le gusta decir que es de esos que siempre irán por la vida buscando conquistas rápidas y momentáneas.

La atracción y el deseo, sin embargo, son frecuentes en él. Un día Martín toca a Miguel, y él sonríe y lo toca de regreso. Desliza sus manos por su cintura, por su cadera y se atreve a aventurarse

-¿Qué hacen tus manos ahí?

Miguel sonríe con su nariz pegada a la mejilla de Martín, y ambos saben que la respuesta a esa pregunta no es necesaria. Martín se relame los labios, cierra los ojos y susurra.

-Tengo ganas...

-¿De que?

-De ti.

Una descarga eléctrica se dispara por la espina dorsal de Martín, como una corriente que se termina de esparcir por todo su cuerpo cuando se pega a Miguel. Mientras que el profesor busca prepararse un buen café en los quince minutos de intermedio, ellos se esconden en un polvoriento y estrecho armario de escobas y se tocan, besan, se frotan uno contra otro.... 

Terminan cubiertos en sudor y suciedad, el polvo del armario hace que Martín estornude y Miguel se ría en complicidad de lo que acaban de hacer.

Es un descuido. Martín se deja enamorar por ese chico descuidado y torpe. Se enamora de sus conversaciones tontas, de su risa estruendosa, sus manos que descienden hábilmente por su espalda, y el alboroto que sus besos provocan en su cuerpo.

No es muy serio lo que tienen, pero es divertido y excitante y es suficiente para Martín por el momento.

No Me CantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora