Manuel ( IV )

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Son las tres de la madrugada y podrían asaltarlo en esa calle oscura y sola por donde camina, pero es la única manera de llegar rápido a la casa de Miguel.

Saca el celular de su bolsillo, y se pasa una mano por el pelo pegajoso mientras teclea el número de su novio. Mira hacia los pequeños y estrechos callejones de la calle mientras trata de acelerar un poco el paso.

Tiene que presionar remarcar dos veces más hasta que Miguel por fin responda el teléfono.

-¿Miguel–?

-Jódete.

Es todo lo que dice Miguel antes de cortarle. Manuel rueda los ojos, presionando remarcar otra vez. Miguel contesta de nuevo, esta vez con un par de maldiciones amortiguadas.

-Miguel–

-¿Que carajos quieres, Manuel?

Miguel levanta la voz, e inmediatamente después un sonido agudo hace que Manuel aparte el aparato un segundo. Cuando lo vuelve a acercar, le parece escuchar a Miguel moviéndose y maldiciendo bajito.

Tiene que estar en su casa.

-Quiero hablar contigo, ¿donde estás?

Pregunta Manuel, apurando más el paso porque el viento helado de la noche le pone la piel de gallina y hace que el polo mojado que lleva se sienta como una bolsa de hielo en su espalda.

-Que te importa. Ya déjame dormir en paz.

Responde Miguel, de nuevo con la voz amortiguada.

-No cuelgues, escúchame un segundo, por favor.

-¿Para que? ¿Que me vas a decir, que estaba borracho y vi las cosas mal, que no era lo que parecía?

Resopla con sarcasmo. Manuel puede ver la casa de Miguel, apenas iluminada por las luces amarillas de la calle.

-¿Estás en tu casa? Sal al jardín y hablamos.

-Ni siquiera estás tan borracho, ¿verdad?

Miguel refunfuña. Manuel esta ocupado, pensando en si habrá sido buena idea meterse en el hueco que hay entre la cerca de la casa de Miguel y la de vecino. Avanza despacio, tratando de no despertar al perro del vecino cuando pasa por su costado.

Finalmente alcanza la reja de madera vieja, la empuja despacio y entra al jardín de la casa. Se pasa una mano por la cara, cansado.

-Ven, baja. Vamos a hablar.

Dice, antes de terminar la llamada. Espera en el jardín, jugando a patear pequeñas rocas en los círculos de tierra seca que se abren entre el pasto. A lo lejos se escucha el sonido de una motocicleta y carros que pasan haciendo ruido con el motor. El sonido de la puerta de reja y vidrio abriéndose bruscamente sobresalta a Manuel, que se voltea a ver a Miguel parado en la entrada de la cocina.

-No hay nada de que--

Empieza Miguel, levantando tanto la voz que Manuel tiene que apresurarse a ponerle una mano sobre la boca y apartarlo de la puerta de su casa. Apenas la puerta se cierra, Miguel empuja los dedos de Manuel fuera de su cara, y se tambalea hacia atrás, lanzándole una mirada de disgusto. El perro del vecino olfatea profundamente bajo la cerca que separa el jardín, hasta que por fin se aleja en silencio.

Manuel suspira. Miguel no deja de mirarlo con el ceño fruncido. Manuel traga, se relame los labios.

-Perdón, ¿si? En serio, perdón.- Empieza, peleando por encontrar las palabras exactas para explicar lo que pasó en la fiesta. Miguel parece no escucharlo, parece no querer hacerlo. -Tenía la cabeza en otro lado, no se ni que chucha estaba pensando. Perdón, en serio no quería molestarte....

No Me CantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora