A Miguel le parece una locura poner un kiosco en la azotea de un teatro. De cualquier manera, supone que es una suerte que exista y que la viejita de ojos enanos que los atiende no se moleste en preguntarles qué demonios hacen ahí.
Se sientan contra la baranda de acero que encierra el techo, con las piernas colgando hacia fuera. Martín come una empanada y Miguel un sándwich de pollo. Esta atardeciendo, y de seguro el teatro está lleno de música, aplausos, y gente que murmura después de que los coros terminan de cantar. Son apenas diez minutos, dos o tres canciones por coro, y luego se acaba todo. Los jueces bajan sus cabezas y llenan papeles, sus decisiones y opiniones incambiables.
Una canción. Ellos solo tienen una canción, una sola oportunidad de la que depende todo.
Miguel mastica despacio, su mirada perdida en el suelo debajo de ellos. De la nada se siente un poco mareado. Martín silba de nuevo, sus dedos tamborileando sobre la baranda despacio.
-Es raro, ¿verdad?
Pregunta Miguel sin voltearse.
-¿Que cosa?
-No cantar con el coro.
Martín parpadea despacio, devolviendo su mirada a la vista delante de ellos.
-Sabes, antes no me importaba nada de esto. Nada de coro, cantar....
Miguel le da otra mordida a su sándwich y mastica despacio.
-¿Entonces?- Pregunta Martín, mirándolo por el rabillo del ojo. -¿Por qué aceptaste participar en el concurso?
Miguel medita por un par de segundos, tantea soltarle la dura verdad a Martin. "Dinero. Lo hice por dinero." Suena muy mal, e incluso Miguel sabe que no debe mencionar ese pequeño detalle.
-No sé.
Termina respondiendo. Se gira a mirar a Martín por un segundo, esperando a que entienda a lo que se refiere. Sin embargo termina mirando a los metros que los separan del suelo cuando sus ojos chocan con los de él.
El viento sopla frío, le congela los nudillos de las manos y la nariz. A su lado, Martín se remueve un poco.
-Supongo que no fue tan malo,- continua Miguel. Siente los ojos de Martín sobre él. -Por lo menos no nos pusieron a cantar una estúpida canción de iglesia o algo así.
Martín bufa y la línea de su boca se tuerce hasta que una sonrisa aparece en su rostro. Miguel juega con la idea en su mente, sabiendo que Martín hace lo mismo. Se imagina a ambos parados en el escenario con togas blancas, el pelo partido a la mitad, aplaudiendo despacio mientras el ronco sonido de un órgano de iglesia retumba en las paredes.
Pero que porquería.
Se quedan callados, y un ventarrón golpea sus caras obligándolos a entrecerrar los ojos hasta solo ver confusos borrones de colores. Miguel está apunto de ir por otro bocado de su sandwich cuando siente un empujoncito en su hombro.
-Oye.
-¿Hm?
Martín lo mira fijamente, parpadeando despacio como si se le acabaran de ir de las palabras. Frunce el ceño ligeramente, y Miguel piensa que ha pasado un buen tiempo desde la última vez que vio a Martín a los ojos por más de tres segundos.
Y si no luciera como si se estuviera atragantando con algo, podría incluso decir que es justo como solía ser.
Está a punto de preguntarle si está bien cuando Martín por fin abre la boca.
-Ya no estoy molesto contigo.
Miguel lo mira fijamente, sin saber muy bien que decir a continuación. Le molesta, porque antes cuando pensaba en cómo pedirle perdón, se le ocurrían mil cosas que decirle y ahora ya ni sabe como se llama.
Traga saliva, y se remueve en su sitio.
-¿En serio?
-En serio.
Responde Martín, sonriendo de lado. Miguel se siente tonto, porque es obvio que a Martín le ha costado decir eso. Maldita sea su inhabilidad de lidiar con las palabras, siempre truncando momentos importantes en su vida. Siempre arruinando las cosas.
-Gracias.
Miguel mece sus piernas, devolviéndole la sonrisa y apretando el sandwich en sus manos sin darse cuenta.
-¿Estamos bien, verdad?
Pregunta Martín y Miguel asiente.
-Creo que estamos bien...
-¿Crees?
Martín suelta una risa ahogada. Miguel se voltea, le da un mordisco a su sandwich y se encoge en hombros. Todo en un intento por evitar atrapar una de las manos de Martín entre la suya.
-Es que...- Miguel mastica lo que queda de comida en su boca. -Depende.
-¿Depende de que?
-De si me vas a seguir hablando después de que acabemos con esto o no.
Martín ríe a su lado, y Miguel siente las esquinas de su propia boca alzarse por fuerza propia.
-¿Y si te prometo que sí?
-Entonces estamos muy bien.
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No Me Cantes
General FictionTodos tienen su propia versión de la misma historia. Además de ser uno de los chicos más guapos de la escuela, Martín también es el mejor tenor del coro de esta. Su dedicación y pasión por el canto le aseguran un futuro prometedor. No tiene miedo a...