Un Tercero (Extra)

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No hay nadie en el teatro. Las butacas negras están vacías. Solo esta él, parado bajo las luces brillantes, cegadoras, calientes. Martín las conoce bien. Es como estar parado bajo el sol, en medio del desierto. Su boca esta seca, su mente en blanco. Antes de que pueda preguntarse qué está haciendo ahí, termina mirando su cuerpo. Entonces lo nota.

Está desnudo. Completamente expuesto. Arruga el entrecejo, confundido, y mira a su alrededor de nuevo. Esta solo. Solo en ese teatro.... Sus ojos se detienen en las largas y pesadas cortinas que caen a ambos lados del escenario. Una tras otra, formando pequeños pasillos que llevan a más oscuridad. Entonces sus ojos distinguen una silueta. Es como una sombra, acercándose lentamente. Primero es la forma: las lineas, las curvas familiares. Luego hay color: los ojos grandes y dorados mirándolo fijamente, y la piel tostada tan expuesta como la suya. Y la sonrisa. La sonrisa que se esparce por su rostro es tal y como la recuerda.

Se acerca a él y Martín puede sentir su cuerpo arder bajo las luces. Se acerca, hasta que están a apenas unos pasos el uno del otro. Se sujetan la mirada y el cuerpo de Martín vibra por dentro. Levanta una mano y sus dedos aterrizan sobre el hombro desnudo de Miguel, descendiendo lentamente por su cuerpo. Miguel toma un paso, también, y rodea su espalda con un brazo. Su mano sube hasta llegar a su cuello, acaricia despacio.

No pasa nada hasta que sienta la boca de Miguel sobre la suya, sus labios moviéndose con parsimonia. Se queda sin aire, y cierra los ojos por un segundo. Se siente raro. Miguel no se despega de él, enreda sus brazos alrededor de su cuello y se pega más su cuerpo. Martín termina poniendo sus manos en su cintura, tocándolo con el mismo desespero.

Lo arrastra al suelo con él. Sus rodillas sienten el piso de madera, siente la piel de Miguel, siente miles de cosas. Abre los ojos solo para encontrarse con los de Miguel, llenos de deseo como los suyos. Sus manos se pierden en medio de los dos, y Miguel abre sus piernas para darle paso.

Miguel jadea, envuelve sus piernas en su torso, mientras Martín sujeta sus piernas y embiste. Cierra los ojos, aprieta los párpados cuando se siente perder el control. Se pierde en su propio mundo, donde solo existen él y Miguel y nadie más.

Pero cuando abre los ojos de nuevo, no puede evitar distinguir algo por el rabo del ojo. Una breve mirada lo congela, cuando ve el teatro lleno de gente que los mira con atención.

***

A Martín no le gusta ir al colegio. Nunca le agrado mucho la idea de despertarse temprano en la mañana. Recuerda las rabietas que hacía antes, cuando era chico. Ahora no hace rabietas, porque esta grande y sus padres lo sacarían de la casa a empujones de todos modos. Pero si pudiera quedarse en su cama, sintiéndose mierda como lo hace desde hace semanas, definitivamente lo haría.

Empuja las sabanas, se asea, se viste, baja a desayunar y luego vuelve para llenar su mochila con los pocos libros que se encuentran sobre su escritorio. Un calendario enano de cartón le avisa que no falta más que una semana para el concurso. Dos ensayos más.

Su estómago se retuerce.

***

Martín está sentado, jugando con el celular cuando Miguel se le acerca despacio. Miguel lo observa mientras come una manzana. Martín apenas levanta la mirada un segundo antes de volver a colocarla sobre la pantalla de su celular. Están en el salón de ensayo. Ya no salen a los pasillos o se meten dentro de armarios de escobas y se besan. Después de los ensayos, cada uno va a su casa y no le manda mensajes al otro ni nada por el estilo.
Martín no le cuenta de cuando sueña con él.

-¿Estas nervioso?

Pregunta Miguel, deslizándose contra la pared hasta quedar sentado con las piernas estiradas, a apenas un metro de donde se encuentra Martín.

-No,- responde Martín, torciendo la boca un poco. -¿Tú sí?

Gira un poco la cabeza, lo necesario para ver sobre su hombro. Miguel se encoge en hombros, mientras sigue comiendo la fruta en su mano.

-¿Qué tan malo puede ser?

Martín mira su reflejo en la pantalla. Se dice que tiene razón.

A este punto ya nada puede ser peor.

***

Intentar ser amigos es difícil. Mucho más difícil de lo que alguna vez pensó que sería. Martín se repite que ya va a acabar, ya va a acabar y entonces todo volverá a ser como antes. Él volverá a ser el chico por el que todas las chicas del colegio mueren, y Miguel desaparecerá. Con quien sea, con quien sea que quiera estar. Con quien sea que haya importado más que Martín.

A veces piensa de nuevo en ese chico, en el día en que se le apareció a la hora de salida.

(Y en el fondo, sabe porque aún siente ese espesor en el pecho cuando piensa en que Miguel se irá con él cuando todo acabe.)

Cuando cruza caminos con Miguel en su camino al portón de salida, tiene que ahogar un suspiro de cansancio.

-¿Te vas a casa?

Martín asiente despacio, sin voltearse a mirar la mueca que hace. Miguel hunde sus manos en sus bolsillos. Insiste.

-¿Tus papás van a ir a la presentación?

-Supongo que sí. A menos que mi viejo tenga algo que hacer....

-Ah.

-¿Los tuyos?

Miguel menea la cabeza. Ahora es Martín el que tuerce la boca.

-¿Por?

Hay silencio. El sol ha bajado lo suficiente para esconderse detrás del edificio de la escuela y el frío de la tarde insiste en pelear contra sus uniformes. El pelo rubio de Martín choca contra sus ojos y tiene que apartar los molestos mechones que golpean su rostro.

-Porque mi papá aborrece las artes. Dice que son para niñas.- Explica Miguel, y su cara cambia por un segundo, casi como si le doliera algo. Casi como si tuviera un poco de miedo. Termina mirando hacia la cancha de deporte del colegio mientras caminan. -Además no les he dicho nada. Tampoco planeo hacerlo.

Martín no puede evitar pensar que todo lo que rodea a Miguel tiene que ser mentira o un secreto. Nada puede ser simple y ya.

-¿Porque no les dices la verdad y listo?

Miguel resopla bajo, su mirada se pierde por un par de segundos.

-Trate...- Empieza, volviendo a mirar a Martín. Deja de caminar, y por algún motivo, Martín se detiene también. Miguel frunce el ceño despacio. -Si le vuelvo a sacar el tema, va a sospechar. Y no serán gritos lo único que voy a tener que aguantar.

Martín le sostiene la mirada, recordando entonces que Miguel ya le había contado de su padre. De su carácter volátil, de cómo su madre le dice amén a todo lo que diga y todos bajan la cabeza.

Quizás se había olvidado porque desde hace un tiempo que cuestiona todo lo relacionado a Miguel. No es fácil creerle.

Y aún así, siente un escalofrío recorrerlo cuando imagina cómo sería si su padre fuera así.

-Mi mamá pregunta que porque ya no vas a la casa. Ahora me insiste todo el día.

Martín cambia de tema, odiando el rumbo que toma la conversación. Odiando pensar que sus conversaciones siempre andarán en círculos y terminaran en el mismo punto de siempre: en el pasado.

Se remueve un poco, termina resoplando antes de continuar su camino hacia la salida.

-Me cagaste, me cagaste por completo.

Una sonrisa se dibuja despacio por el rostro de Miguel. Crece, rápido como siempre, hasta que Miguel deja salir una pequeña risa que hasta contagia a Martín.

A veces quiere estamparle un beso, y luego se acuerda de todo. Que ya no puede.

(A veces recuerda la piel, las caricias, y el sudor bajo las luces brillantes del teatro y quiere desaparecer.)

A veces quiere ser su amigo y dejar todo ahí, volver al relajo de antes. Y es como tratar de mantener un fósforo prendido en medio de una tormenta.

No Me CantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora