Martín ( IV )

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A partir de entonces las cosas cambian un poco.

Los ensayos siguen su curso normal, por supuesto, y sin que nadie se entere de nada. Después de las dos horas y aprovechando que aún anochece tarde, Martín y Miguel se escapan de la rutina y se van a vagar. Se burlan del profesor de coro mientras comen empanadas en un pequeño puesto cerca al colegio de Martín. Miguel lo lleva a ver el edificio de su colegio y se esconden detrás de unos arbustos para tirar piedritas a la ventana de una muy confundida profesora.

Mientras el sol baja y convierte el cielo en un cuadro abstracto de naranjas y azules derretidos, beben cerveza que compraron con un dni falso, se paran en un puente de cemento que pasa sobre una carretera, y juegan a piedra, papel, o tijera. Quien pierda tiene que bajarse el pantalón y enseñarle el trasero a los carros.

Se parten de risa como nunca en sus vidas.

Si no hay nadie prestando atención o lo suficientemente cerca para verlos, Martín enreda sus manos en la cintura de Miguel y lo jala para besarlo, para jugar en su cuello y murmurar tonterías en su pelo. Cuando se despiden, porque el celular de Miguel no deja de sonar y seguro son sus padres para preguntar donde esta, Martín lo besa despacio y busca sus manos. Cuando Miguel hace adiós con la mano mientras se marcha, Martín solo puede preguntarse porque de la nada siente una extraña pesadez en el cuerpo.

No le pone nombre, ni intenta descifrarla. Se dice que nada ha cambiado, aunque sabe que no es cierto.

Aún lo hacen desesperados en los quince minutos que tienen de descanso, se manosean en el cuarto de Martín, y se besan como locos en la oscura parte de atrás de una sala de cine. Ninguno menciona la palabra "nosotros", ninguno se molesta en aclarar el significado de todas esas tardes juntos, de los besos y las manos explorando el cuerpo del otro.

A Martín no se le vuelve a escapar decirle "novio" a Miguel. Miguel no menciona el incidente ni una vez.

Y aunque Martín sabe que no esta del todo bien—que quizás muy en el fondo si quiere ponerle nombre a eso que tiene con Miguel—siempre termina ignorando el ardor en su garganta y caminado solo a casa.

No Me CantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora