Miguel ( II )

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Miguel termina vagando por el laberinto de salas vacías, vigilando el reloj de su celular constantemente mientras da vueltas por el lugar.

El último ensayo había sido raro. Desde todo lo ocurrido, Miguel había tratado de ser amigo de Martín. Solo porque no le gusta quedar en malos términos en la gente—sobre todo cuando es su culpa—pero también porque sinceramente, le había gustado ser su amigo y no era justo que todo terminara jodido. Gracias a Dios, Martín no era como Manuel e incluso cuando había estado bastante resentido al comienzo, había podido entablar un par de conversaciones civilizadas con él en el último par de ensayos.

El viernes se habían despedido con un tenso "nos vemos" y desde entonces Miguel no ha oído de Martín.

Al dar vuelta a una esquina, se topa con el baño del teatro y entra para echarse un poco de agua a la cara. Son las cinco. Le quedan algo de veinticinco minutos más antes de tener que regresar a la sala donde seguro lo irán a ir a buscar para que suba al escenario.

Juega con el celular, se lava las manos de puro aburrimiento, y procede a marcharse del baño. La puerta apenas se ha cerrado tras él cuando escucha el silbido de una canción muy familiar acercarse por uno de los pasillos. Martín se acerca despacio, su silbido muriendo en sus labios cuando distingue a Miguel parado en medio del pasillo. Miguel alza una mano en modo de saludo y Martín lo imita, antes de acercarse más.

-¿Te perdiste?

Pregunta, porque Martín luce como si hubiese estado dando vueltas por un buen rato. En jean y polo blanco—como les pidieron que fueran vestidos—Martín se ve más alto, limpio y brillante a pesar de las marcas de tierra en sus zapatillas de tenis celestes. Mucho más apacible, mucho más listo que Miguel.

-No,- responde Martín. -Ya había estado aquí antes.

Miguel bufa.

-Este teatro es estúpidamente grande.

Martín se encoge en hombros, deslizando sus manos dentro de sus bolsillos. Miguel se apoya contra la pared y mira hacia el pasillo, incómodo, sin saber qué más decir. Y no es necesario que diga nada, porque el sonido de su estómago hambriento rompe el silencio.

Martín deja salir una risa corta, que retumba en las paredes del corredor vacío. A Miguel le gusta la sonrisa relajada que se expande por su rostro.

-¿Ya encontraste el kiosco?

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