Kathell y Jack

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Narra Kathell
Al despertar todo puede cambiar, a diario la vida no te está enviando instrucciones de lo que deberás hacer en el día y te está preparando para los cambios y eso lo había aprendido en todos mis años de vida, que afortunadamente habían sido bastante crueles conmigo, pero agradecia los aprendizajes. Consideraba que si algún día escribiera un libro acerca de mi vida, sería bastante bueno, porque en realidad ha sido todo un recorrido de enseñanzas.

Jamás imaginé que al despertar ese miércoles por la mañana, unas horas después tendría una cita con un desconocido que resultó ser mi otra mitad, tampoco imaginé que viví engañada durante años por mi propio bien y mucho menos que llegaría a Canadá tomada de la mano de alguien tan parecido a mí.

— Estoy muy nerviosa— admití mientras nos subíamos a un auto de la casa Bernard el cual había llamado Sean.

— Eso te hace humana— respondió mi hermano y apretó mi mano en busca de brindarme seguridad— Puedo sentir lo que tu sientes, es como una conexión especial.

— No estoy sola, estoy completa, justo eso siento y creo que poco a poco los miedos se están llendo— confesé.

— Vine para quedarme y te amo desde siempre— sonreí y me lancé a sus brazos mientras estaba cada vez más cerca de mi realidad.

°°°°

— Familia he llegado— gritó Sean desde la puerta de entrada.

La casa de los Bernard era bastante acogedora y enorme, toda una mansión, quizá sino viviera en la de los Williams aún seguiría reparando su infraestructura por horas. Seguí a Sean hasta una sala de estar y escuché unos pasos apresurados femeninos que llegaron hasta la sala, mi ritmo cardíaco se aceleró aún más si fuera posible y mi respiración se volvió irregular. Tomé dos bocanadas de aire y por fin pude observar a la mujer de aproximadamente 80 años de edad, se mostraba fina y conservada, aparentaba tener 70, mostraba una mirada dulce y me sorprendí al ver lo inquietante que era su gesto; sostuvo sus ojos ámbar un par de minutos sobre mi persona y luego sonrió a Sean y se tapó la boca. 

—¡Oh Dios! ¡Esto es increíble e inconcebible a la vez— exclamó— ¡Santiago, Ed, tienen que venir a ver esto!

Tragué grueso al ver el gesto de confusión en Sean y el apretó mi mano de manera fuerte, esperando brindarme serenidad, que ninguno de los dos podíamos compartir en el momento.

— ¿Que sucede Rose?— pregunto un anciano de la misma edad de la que suponía era mi abuela pero menos conservado mientras entraba a la sala— ¡Oh! Pero mira que tenemos aquí. 

— Mamá espero que esta vez tus gritos sean por algo que verdaderamente haya valido la pena para dejar mi trabajo a medias en el estudio— dijo una voz gruesa, para la cual no estaba preparada para analizar a la persona de la que provenía. 

—¡¿Crees que este es el modo adecuado de presentarnos a la primera chica que te hace poner tan nervioso que has perdido hasta el color?!— Recriminó Rose en tono de alegría dirigiéndose a Sean.

Estaban confundidos y los niveles de ansiedad entre mi hermano y yo eran demasiado elevados.

—¡Vamos muchacha, no seas tímida! ¡Levanta tu rostro!— musitó la voz ronca y gruesa de quien supuse sería mi padre, porque Sean me había dicho que era hijo único.

—¡Basta ya! La han puesto nerviosa y yo también lo estoy, no es lo que creen, no es una chica que me hace perder el color, ni es una mujer que quiero presentarles como mi novia— dijo de manera intermitente mi hermano.

A Sus Órdenes Joven WilliamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora