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1:30 p.m.

–El pueblo libre y democrático de Morguenia y la junta de gobierno me ratifican, en este día, como el líder supremo de nuestra nación, por seis años más. Yo, Oh SeHun, seguiré al frente de Morguenia con igualdad y justicia, basado en los buenos valores, proporcionando dicha y felicidad sólo a quienes obedezcan a las leyes de mi gobierno. El respeto a las autoridades, el orden y la disciplina son indispensables para la nueva democracia. Seguiré combatiendo todo aquello que se aparte de estos valores, como el crimen y las fuerzas siniestras que aún pretenden desestabilizar a mi gobierno designado por el Altísimo. ¡Ay de aquellos que se atrevan a romper el orden! ¡Las leyes de hicieron para cumplirlas, y todos las van a cumplir, por su voluntad o por la fuerza!

Los aplausos y los gritos de júbilo resonaron por todos los rincones del Congreso. De pie, ovacionaron al presidente de Morguenia los miembros de la junta de gobierno, los representantes de las organizaciones civiles, juntas de padres de familia, cuerpo diplomático, Iglesia Milenarista, y los cientos de estudiantes de escuelas particulares que, gracias a sus notables calificaciones, se ganaron el derecho de estar presentes en la toma del poder.

Las luces de los reflectores destacaron a Oh SeHun en tonos azules y rojos, los colores de la bandera de Morguenia. Aún en su silla de ruedas, el general parecía un gigante. Portaba, en su uniforme de gala, varias condecoraciones como la Cruz de Santa Sirena, la Orden de la Nueva Inquisición y el Águila de la Decencia, además de la banda presidencial. SeHun hubiera querido estar de pie, en aquella más que en otra ocasión, pero era por todos conocida la historia del atentado, cuando cinco años atrás, un comando de comunistas satánicos acribillaron el auto en que viajaba. Sólo SeHun sobrevivió, quedando paralítico de la cintura para abajo, lo cual sus publicistas aprovecharon para presentarlo como elegido y mártir ante la opinión pública, previamente condicionada a responder a los mensajes progobiernistas. El que la mujer que representaba el papel de su esposa hubiera muerto en el atentado, le daba al presidente, además, la imagen de viudo, fiel al recuerdo de su "amada", lo que ganaba puntos en las encuestas.

SeHun puso sus manos enguantadas sobre los brazos de la silla y disfrutó aquel momento de gloria. Contempló a la selecta multitud que lo reconocía como su jefe supremo. Algunas mujeres, elegantemente vestidas, lloraban de emoción. Sólo gente blanca y bonita llenaba esa mañana el congreso. De su ojo derecho, SeHun dejó escapar una lágrima de emoción. El izquierdo era de vidrio, otra consecuencia del atentado. Las cámaras hicieron un eficaz close up de esa lágrima rodando por su mejilla. Seguramente muchos televidentes lo estarían bendiciendo en ese momento. La banda militar interpretó solemnemente el himno de Morguenia y todos lo cantaron con fervor patriótico.

Afuera, más allá del cerco que el ejército implementaba en cinco manzanas a la redonda, un grupo de gente andrajosa se manifestaba contra el gobierno. Gente de piel cobriza y negra y de rostros desagradables, a diferencia de la gente en el congreso. Obreros, estudiantes, amas de casa y, sobre todo, desempleados. En Morguenia las oportunidades de una vida feliz se brindaban de manera exclusiva a los blancos de clases media y alta.

Las pancartas de los manifestantes rezaban consignas como "NO A SEIS AÑOS MÁS DE DICTADURA", "EL PUEBLO SE MUERE DE HAMBRE", "BASTA DE REPRESIÓN" y "¿DÓNDE ESTÁN NUESTROS HIJOS DESAPARECIDOS?" Gritando y alzando los puños, los manifestantes empujaban al cerco de soldados que les impedían acercarse al congreso. El ruido de la manifestación parecía ser el de un monstruoso avispero.

Una camioneta Van de Canal Azur, la principal televisora de Morguenia, se detuvo cerca del conflicto. En cuanto descubrieron su presencia, varios de los manifestantes comenzaron a arrojarle cuanto tenían a mano, sin olvidar los insultos y las imprecaciones. La camioneta tuvo que retroceder, aunque los manifestantes la rodearon impidiéndole la huída. Asomado por la ventanilla, un camarógrafo grababa la acción, cuidándose de no ser blanco de algún proyectil. El reportero que iba sentado junto a él se colocó sus audífonos.

Park ChanYeolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora