JunMyeon apagó su celular y miró con desprecio a ChanYeol. Lo había liberado de la telaraña, para sujetarlo a unas argollas en la pared. El cuerpo desnudo de ChanYeol tenía costras de sangre seca y su cabello apelmazado le daba un aspecto asqueroso que no impresionó a JunMyeon.
Un subordinado entró al cuarto de juegos, sujetando con unas cadenas a dos perros rottweilers con bozales en los hocicos.
—Aquí está lo que pidió, señor...
—General —le corrigió JunMyeon—. General Kim JunMyeon.
—Sí, general.
Los perros tenían una mirada fría.
—¿Están entrenados para matar? —preguntó JunMyeon.
—Son asesinos, general.
—Quíteles los bozales, y cuando se lo ordene, soldado, haga que maten a ese prisionero.
Apenas se sintieron liberados de los bozales, los perros comenzaron a ladrar a ChanYeol. El ruido hizo eco en el cuarto. JunMyeon se impresionó gratamente por el aspecto feroz de los animales, e incluso se colocó a prudente distancia detrás de ellos.
ChanYeol alzó el rostro y abrió los ojos, dos ojos de obscuridad ancestral. JunMyeon pretendió no dar importancia a ese detalle, aunque esa mirada era casi hipnótica.
—Prepárese, soldado —indicó.
Los perros impulsaban sus cuerpos hacia adelante, haciendo cada vez más difícil la sujeción al subordinado. JunMyeon contempló a ChanYeol. Quería verlo vivo por última vez, antes de que las bestias lo despedazaran. Cómo disfrutaría cuando le devoraran el rostro y las entrañas. SeHun y ChanYeol muertos el mismo día. Apenas podía contener su regocijo.
—Ordénales que maten a JunMyeon —habló ChanYeol al subordinado con su voz más profunda que de costumbre.
JunMyeon se sorprendió por sus palabras.
—Urthaeranfo, mujeoiusjol atebnnmdsos, brohfullhde... —se dirigió ahora a los perros.
¿Qué estaba sucediendo? JunMyeon no podía comprender.
—¡Ahora, soldado! —ordenó JunMyeon.
—¡No! —replicó con firmeza el subordinado, entre los ladridos de las bestias.
Y orientó los perros hacia JunMyeon.
—¿Qué está haciendo, soldado? ¡Obedezca, es una orden!
—¡Iagdteron-uhjolertg, jhdfdteohfnf alarteodjdn, jserfuehifjos! —clamó ChanYeol.
JunMyeon bajó la vista a los perros, que de pronto se transformaron en dos amigos y cómplices de Jackson, y el paramilitar tomó la forma de su mismo ex torturador. Habían vuelto del pasado aquellos que se burlaban de su defecto y le hacían bromas pesadas. Era absurdo, pero JunMyeon tenía que creer a sus ojos, porque cada detalle se presentaba tal y como él recordaba: sus ropas de cuero y mezclilla, las calaveras en las hebillas de sus cinturones, sus botas con punta de acero, y hasta el olor a marihuana que los rodeaba. JunMyeon se estremeció. Trataba de pensar, de aplicar la lógica, pero en ese momento no había lógica posible. Tenía que ser una alucinación. Por más que intentaba resistirse a creer, su razón se hundía más profundamente en sus temores.
—Crees en mí —se burló Jackson—. Es en lo único que crees, bicolor.
—Bi-co-lor, bi-co-lor —canturrearon los amigos con voz ronca.
—¡Ustedes ya no existen! —replicó JunMyeon. Un sudor frío corría por su espalda.
—¡Escuchen al bicolor! —rió Jackson—. ¡Dice que no existimos!

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Park ChanYeol
HorrorChanYeol está por enfrentarse, al menos, a dos enemigos muy poderosos, mucho más que un profesor que había enfrentado antes, el profesor Kang. El primero de ellos es Do KyungSoo, el rey de los medios de comunicación en el país, un hombre hermoso, hi...