XVIII

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Shin DongHee, obispo de Ciudad Morgue y capellán del templo de Santa Sirena, terminaba de colocarse la túnica gris de Gran Celebración, como lo ordenaba el rito morgueniano, y se contemplaba frente a un espejo de cuerpo entero. El silencio en el interior de la sacristía contrastaba con el murmullo in crescendo de los miles de fieles que abarrotaban el templo. DongHee, un hombre rechoncho, cabello bien peinado, de uno ochenta de estatura, lamentaba que su túnica, en lugar de adelgazarlo, lo hiciera verse más gordo. ¿Qué se le iba a hacer? Se trataba de la ropa ceremonial, y no estaba dispuesto a ponerse a dieta.

A sus cuarenta y tres años, aún se sentía jovial y lleno de vida. Nada mal para alguien cuyos padres fueron asesinados, y que tuvo que habérselas visto solo en la vida desde joven. La religión morgueniana le dio la oportunidad de lograr sus objetivos. Públicamente agradecía a Santa Sirena, pero en su fuero interno se agradecía a sí mismo. Hacía mucho que había perdido la fe, aunque tenía la prudencia de no compartir ese secreto con nadie, ni siquiera con sus queridos monaguillos.

Uno de ellos, un efebo rubio de unos dieciséis años, vestido con ropajes blancos, se mantenía en obediente expectación a sus espaldas. DongHee lo miró por el espejo, de arriba a abajo. Qué adolescente tan bello, algo, delgado. ¿Cómo era que no lo había visto antes? ¿Tendría ya sus músculos bien definidos? Probablemente.

—¿Se le ofrece algo, su Eminencia? —preguntó el efebo con voz andrógina.

—No, muchacho. ¿Cómo te llamas?

—LuHan, su Eminencia.

—Eres nuevo aquí, ¿verdad?

—Sí, Eminencia. El pastoreo milenarista me envió aquí gracias a mis buenas calificaciones en el seminario. Y fui elegido para dar hoy el mensaje a la juventud.

—Apuesto a que lo harás bien —DongHee admiró sus rizos rubios y su piel tan suave como durazno—. Claro que sí...

La limusina de SeHun recorría la avenida principal de Ciudad Morgue, rumbo al templo de Santa Sirena. Detrás y delante del vehículo, una extensa comitiva de motocicletas y patrullas resguardaba al presidente. Caía la tarde, refrescada por la brisa del mar. Los vehículos acababan de encender los cuartos de sus luces.

En el interior de la limusina, SeHun veía un talk-show en una pantalla plana de dieciséis pulgadas. JunMyeon, que viajaba en el mismo asiento, no prestaba atención. Miraba ausente a través de sus lentes obscuros, por la ventanilla, mientras acababa de tener una conversación mediante el celular.

—Disculpa que te distraiga, SeHun —llamó JunMyeon su atención—. Acabo de hablar con él procurador. Tiene un reporte acerca del paradero de ChanYeol.

—¿Dónde está? —preguntó ansioso SeHun, dejando de ver la pantalla.

—Parece que lo han visto al sur de la ciudad...

—¿Está confirmado o es un rumor?

—Aún no está confirmado.

—Entonces no me distraigas —SeHun volvió a concentrarse en el caso de un hombre que se casó, sin saberlo, con su propia madre. "Edipo 2009", era el título del programa—. Háblame de ChanYeol cuando ya lo tengan.

—Hay otro asunto que es más importante.

—Yo decido que es más importante —replicó SeHun.

—De acuerdo a una buena fuente, es probable que "El Marqués" esté en la capital.

—Otro rumor idiota...

—Creo que tendremos que considerarlo. Eso traería consecuencias.

SeHun apagó molesto la pantalla y miró a JunMyeon.

Park ChanYeolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora