XXVII

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El domoauditorio de Ciudad Morgue, con capacidad para veinte mil personas, estaba lleno a reventar. La gente aguardaba impaciente la actuación del profeta. Muchos que hasta entonces lo habían visto solo por televisión, tendrían la oportunidad de conocerlo en vivo. El ambiente se sentía lo más parecido al de un concierto de rock. Alegría y expectación por todas partes. Los vendedores, ahora controlados por la recién creada empresa Loey Inc, ofrecían tazas, playeras y encendedores.

El equipo de producción de Canal Azur se reportaba listo para transmitir en vivo el primer evento en la gira de milagros. Las taquillas recibirían alrededor de doscientos mil dólares por concepto de boletos, y esas ganancias, más las regalías por derechos de transmisión, serían repartidas entre Canal Azur, el gobierno y el propio ChanYeol. La gira estaba planeada a celebrar quince más de esos eventos en diferentes ciudades de Morguenia. En ese mismo instante, importantes patrocinadores aún competían por un espacio para anunciar sus productos.

Mientras le aplicaban una tenue base de maquillaje en el camerino, ChanYeol pensaba en todo aquel aparato de mercadotecnia, tan propio del siglo veintiuno. Todo parecía tan artificial, tan frívolo. Él no había hecho las reglas, simplemente se adaptaba a ellas para lograr sus objetivos, que eran muy superiores al dinero. Tenía que actuar como un vulgar tecnócrata neoliberal. Pero ya se acercaba el momento de terminar con la inmunda farsa, gracias a ¿Dios?

Se miró al espejo. ¿Alguna vez se quitaría públicamente sus pupilentes cafés, para mostrar sus verdaderos ojos? Sí, pronto. Incluso podía comprender el temor de JunMyeon de quitarse sus lentes obscuros. JunMyeon también había caído de su pedestal. ChanYeol decidió que aún lo seguiría atormentando con Jackson un poco más.

—ChanYeol, sales a escena en cinco minutos —le avisó una bella asistente.

Al camerino se filtró el ruido del público que aplaudía y coreaba su nombre. El siglo veintiuno sabía estimular el egocentrismo.

Sonó el timbre de su celular. Vio el número de SeHun en la pantalla.

—Sólo llamo para desearte suerte —dijo SeHun—, y recuerda que estamos juntos en esto.

—Lo mencionaré, no se preocupe —respondió ChanYeol sin que su interlocutor notara el sarcasmo.

—Dios te bendiga, muchacho.

ChanYeol apagó el celular, sonriendo frente al espejo. Dios. Qué concepto tan gastado. Pero ChanYeol ofrecía el cielo en la tierra, algo tan tangible, y por eso lo seguían.

Se levantó de su asiento. Vestía todo de blanco. Se puso encima una túnica, también blanca, y emprendió el camino al escenario.

Las luces del domoauditorio se apagaron. Miles de encendedores brillaron en la obscuridad. Los gritos y silbidos del público fueron ensordecedores. Tres explosiones consecutivas de fuegos artificiales iluminaron el escenario con tonos violetas. Un cenital destacó a ChanYeol, ascendiendo por una plataforma hacia el escenario. El público gritó y lo vitoreó mientras de un sintetizador se desprendían acordes majestuosos.

Un coro interpretó fragmentos de Carmina Burana. Rayos láser surgieron de la base del escenario y formaron una estrella de cinco puntas sobre el público que aplaudía a rabiar. Más explosiones. ChanYeol ya se hallaba en el escenario, que media vente metros de largo. Haciendo gala de condición física, ChanYeol corrió a todo lo largo, y los pliegues de su túnica se agitaron como olas en el viento artificial. Volvió al centro del escenario justo cuando el coro terminaba su interpretación. Las máquinas de humo lanzaron su contenido y luces rojas y azules tiñeron el humo convirtiendo al escenario en una especie de paisaje etéreo.

ChanYeol saludó con el índice y meñique y el público le devolvió el saludo. Cómo se veía que, quienes hablaban de los comunistas satánicos no sabían nada, ni de comunismo ni de satanismo. Pensaban que aquel saludo era divino. ChanYeol lo hacía sólo por burlarse de los prejuicios de toda esa gente.

Park ChanYeolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora