VIII

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A unas horas de que llegara esa noche en que Yerim mató a su hermanito, la tarde en Morguenia fue calurosa. Un sol rojo se adivinaba tras la plomiza capa de contaminación. KyungSoo tomó una desviación en la avenida principal hacia la Casa Verde, donde de encontraba el primer retén militar. Detuvo el Lamborghini y un soldado se acercó a la ventanilla.

—Buenas tardes, joven Do —saludó, una vez que KyungSoo se identificara.

El soldado le autorizó el paso. La calle de alejaba cada vez más de la avenida, y al doblar una esquina se encontró ante la Casa Verde, un complejo militar construido en los sesentas, que constaba de un edificio principal y anexos. No era la primera vez que KyungSoo visitaba aquel lugar, aunque se trataba de la primera en que lo hacía sin su equipo de producción.

Detuvo el auto frente al portón de reja para el consabido procedimiento de revisión. Un soldado abrió la cajuela mientras otro pasaba un detector de metales por la parte baja del vehículo.

—Adelante —autorizó el segundo soldado.

KyungSoo rodeó las glorietas con jardineras que se hallaban en el trayecto hacia el edificio principal. Estacionó el auto en la sección para invitados. No le sorprendió no encontrar ningún otro auto en esa zona. Nunca le creyó realmente a SeHun el cuento de la reunión con los comunicadores. El general llevaba años intentando conquistarlo con patéticas estrategias dignas de un adolescente. La gran mayoría de los morguenianos sentía respeto y temor por SeHun, pero KyungSoo conocía su risible lado humano.

Se apeó del Lamborghini y caminó hacia la puerta principal. Se había cambiado su ropa importada por otra del país, que lo hacía ver elegante, pero más sencillo. No debía mostrarse deseable, para que el imbécil del general no confundiera las cosas.

JunMyeon lo recibió en lo alto de las escaleras. KyungSoo se preguntó de qué color tendría los ojos. Nunca lo había visto sin los lentes obscuros.

—Bienvenido, joven Do —saludó con formalidad—. El señor presidente lo espera.

—Gracias —dijo él, entrando a la Casa Presidencial.

JunMyeon caminó junto a él por el amplio vestíbulo. Subieron por una escalera de mármol de Carrara, mientras JunMyeon hablaba por un intercomunicador que portaba en la solapa. Los agentes de seguridad apostados en el pasillo se replegaron hacia la pared dejándolos pasar. Llegaron a la oficina de SeHun.

—Espere un momento, por favor —indicó amablemente JunMyeon

Entró en la oficina, dejando a KyungSoo en el pasillo, soportando el disimulado interés con que los agentes lo miraban. Y las familias de Morguenia decían que la homosexualidad era una asquerosidad, pues no, ni el presidente de salvaba de eso. JunMyeon salió pronto, para su alivio.

—Puede pasar.

KyungSoo entró. SeHun lo esperaba detrás de un escritorio de caoba. A sus espaldas, libreros repletos tapizaban la pared. En la pared este, había un conjunto de monitores apagados. Sobre el escritorio parpadeaba el monitor de una computadora, y junto había una maraña de teléfonos y cables. Una escultura de Napoleón sobre un pedestal parecía recibir a todo aquel que tenía el privilegio de entrar, y no podía faltar la pintura tamaño natural del propio SeHun, de pie, con su banda presidencial. Así, el buen general se hacía la ilusión de no estar minusválido.

—Siéntate, KyungSoo.

La oficina olía a incienso, y quizás también a marihuana, lo cual no le sorprendió demasiado. Las adicciones eran cosa común en el medio político y artístico de Morguenia. Por lo que hacía a KyungSoo, ya había tenido suficiente de esa mierda durante su breve pero agitado trayecto como actor. Y era lo suficientemente sagaz como para no divulgar las adicciones de los poderosos.

Park ChanYeolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora