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KyungSoo apartó sus sábanas. El llanto del bebé de MinSeok acababa de despertarlo.

—¡MinSeok! ¡Calla a tu bastardo!

El cuarto de servicio se hallaba al otro extremo del penthouse, y KyungSoo siempre indicaba a su sirviente que cerrara la puerta. Seguramente el estúpido se olvidó de hacerlo. En momentos así, KyungSoo se preguntaba si realmente sería buena idea la adopción. De que se le metía algo en la cabeza...

—¡Cállalo de una vez!

Se sentó en el borde de la cama, se puso una bata azul de seda y se dirigió a la puerta de su recámara. Apenas dio unos pasos y sintió que el piso ondulaba. Al principio pensó que se había levantado rápido, y que estaba mareado. Como la sensación continuó, se preguntó si no sería un sismo, cosa extraña, porque Morguenia no se hallaba en zona sísmica. Además, el candil permanecía inmóvil, o sea que esa tampoco era la explicación. La ventana estaba entreabierta, y el viento agitaba suavemente las cortinas de encaje llevando a la habitación el aroma del mar.

El bebé dejó de llorar. Todo quedó sumergido en un pesado silencio.

—¿MinSeok?

Avanzó con cierta dificultad. Una vez en el pasillo, la ondulación dio paso a algo todavía más extraño.

Quien salió al pasillo no fue un hombre en bata de seda, sino un niño vestido con pijama de pingüinos.

Un niño. Él mismo, cuando tenía siete años. Un rayo de luna le permitió verse en un espejo de cuerpo entero.

—¿Pero qué...? —murmuró, y se sorprendió al escuchar su voz.

Tenía que estar soñando. Ahora, una voz lo llamó desde el fondo del pasillo.

—Ven, Soo...

La voz de su madre.

KyungSoo retrocedió. Intentó regresar a la recámara. La puerta estaba cerrada. Forcejeó con la perilla, desesperado al ver su mano de niño.

—Ven, hijito...

Sus pies lo traicionaron. Caminó hacia el fondo del pasillo. Él no quería, pero no tenía otro remedio. Miró los cromos de las paredes. Jesucristo surgía entre los edificios de la ciudad, como un King Kong sagrado, y sus ojos llameantes lo miraban. Ese cromo en particular, le traía malos recuerdos, de los tiempos en que vivía en casa de su familia, con la fanática de su madre y el beato de su padre.

—No es posible —murmuró con su voz infantil.

—¡KyungSoo! ¡Si no vienes me voy a enojar!

KyungSoo abrió la puerta de la recámara de mamá. La encontró desnuda, recostada en la cama. Tenía el cabello entrecano y si delgadez la hacía parecer una serpiente. En la habitación, brillaban veladoras de todos colores, lo que daba un aspecto de capilla.

—Eso es, ven con mamá...

—¡No! —gritó él tratando de reaccionar.

El rostro de mamá se tensó, como cuando el pastor hablaba del diablo en sus prédicas.

—¿Cómo que no? —sus pezones erectos le apuntaban—. ¿No sabes que los hijos deben someterse a sus padres?

—Esto es un sueño —replicó KyungSoo.

No podía aceptar algo tan absurdo como que hubiera regresado en el tiempo.

—No es absurdo —dijo ella, como leyendo sus pensamientos—. He vuelto.

—Tú estás muerta —KyungSoo sintió que poco a poco recuperaba su aplomo—. Te mataste con tu amante en la carretera. Estás muerta, y ahora yo soy un hombre.

Park ChanYeolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora