XXXI

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El anciano ChanYeol arrastraba los pies por las arenas del desierto, en medio de una feroz ventisca. Sabía que tenía que seguir avanzando, y así lo hizo durante horas del tiempo relativo, sin más compañía que el viento y la arena. Finalmente contempló con dificultad la sombra de un santuario en ruinas. Columnas y capiteles se alzaban gigantescos, rodeados por el desierto. El santuario perdió su esplendor, eones atrás, pero aún conservaba restos de su majestuosidad.

ChanYeol atravesó un velo de obscuridad y entró. Dejó atrás la ventisca, y diez años de vejez, lo cual alivió un poco su decrepitud.

Conocía aquel lugar. Había sido su templo, y lo llevaba dentro de él, durante sus encarnaciones. En algún punto lejano, más allá del desierto, escuchó los gritos e insultos de SeHun. Les dio la espalda y se internó en los desolados pasillos del santuario, que conformaban un verdadero laberinto. Sólo un iniciado podía recorrerlo sin perderse para siempre. ChanYeol avanzó, primero tambaleante, y luego con mayor aplomo, a medida que reconocía cada fisura y grieta en los muros.

Se olvidó por completo del dolor. Al salir del laberinto, era un hombre de cuarenta años, en plenitud de sus facultades. Sólo un ser obscuro puede ser libre en su interior, y él estaba recuperando esa libertad.

Llegó a una cámara mortuoria donde se hallaba un sarcófago iluminado por dos antorchas que se apagaron en cuanto él entró. Una voz lo recibió, en el lenguaje de las Criaturas de las Tinieblas, pero ChanYeol entendió el significado:

Has roto las leyes eternas y has caído. Mas he aquí, por haber no-vivido muchos siglos en el hueco de mi mano, te doy una oportunidad, hijo nuestro.

—No por amor, sino por orden —respondió ChanYeol.

Las antorchas se encendieron de nuevo. ChanYeol se acercó al sarcófago y lo abrió. En el interior había un niño vestido con una túnica negra. ChanYeol le ofreció la mano para ayudarlo a salir. El niño era muy pálido, su cabello rubio resplandecía y sus ojos guardaban el no-color de los abismos.

—Abba Aiwass —le saludó ChanYeol.

A través de los eones, su guía se le había presentado de muchas formas. Como viento, estrellas perniciosas, arcoiris de obscuridad. Aquella era la primera vez que aparecía en una forma tan sencilla.

Si fallas —sentenció el niño con una voz grave y poderosa incongruente con su físico—, alguien más será levantado como vampiro de la escala superior.

—Lo sé —murmuró ChanYeol, pensando en KyungSoo.

Y tú serás borrado del Libro de la Obscuridad.

—No por odio, sino por orden.

El niño asintió. Se inclinó al sarcófago y extrajo un cuchillo de doble filo, con mango de oro e incrustaciones de esmeraldas. Se lo tendió a ChanYeol y éste lo tomó.

¿Has comprendido tu error? —preguntó el niño.

—Amor y soberbia —afirmó ChanYeol.

Las antorchas volvieron a apagarse. ChanYeol y Aiwass ya no se hallaban en la cámara, sino en un espacio abierto y obscuro, en la cima de la Montaña de la Más Lejana Media Noche. Desde ahí, ChanYeol contempló a las Criaturas de las Tinieblas, viajando a través de los vértices, mas ya no en expansión constante.

Bienaventurado el vampiro que recibe la Disciplina de las Tinieblas —declaró Aiwass.

ChanYeol extendió los brazos, sintiendo el viento de la Noche Infinita.

El conocimiento obscuro requiere sabiduría —dijo Aiwass—, o serás destruido por ti mismo, pues tu mente no podrá soportar la verdad, y morirá. Y tú vagaras errante, siendo sin ser, muriendo sin ser no-muerto, herido por la luz mas sin ser vampiro.

Park ChanYeolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora