XXVI

136 29 7
                                    

MinSeok regresó sigiloso al penthouse en penumbras, una vez que los paramilitares se fueron. Minutos antes, apenas si le dio tiempo de arrancar a Chen de su cuna y esconderse en el gabinete del conserje. Encerrado en ese estrecho espacio, escuchó gritos de hombres, y ruidos de cosas rompiéndose. ¿En qué se había metido el amo KyungSoo? ¿Por qué violaban así su casa?

Las cerraduras estaban rotas y la puerta fuera de sus goznes. Las gruesas cortinas cubrían el ventanal y, a pesar de ser medio día, en el interior parecía de noche. Abrazando el envoltorio que contenía a su hijo, el criado pobre entró, con la respiración entrecortada por el miedo. Pasó sobre los cristales rotos, hojas de papel despedazadas y ropa diseminada en la alfombra. El televisor de pantalla gigante yacía volteado, lo mismo que la mesa de centro y el equipo de cómputo. En la recámara, los paramilitares no dejaron ningún cajón sin vaciar.

MinSeok no entendía lo que estaba pasando. Él sabía que a KyungSoo el mundo lo amaba. ¿O acaso Morguenia ya no amaba al amo? Entonces tampoco amaba ya a MinSeok. ¿O sería por causa de él, el maldito pobretón, que lo perseguían? Todo cambió a partir del momento en que MinSeok vio, en la televisión, el rostro de "El Marqués".

El rostro de su hermano.

MinSeok se sentía protagonista de uno de los dramas que tanto le gustaban. Su hermano mayor, en una familia de cinco, se fue diez años atrás a la selva y nadie volvió a saber nada de él. MinSeok incluso lo daba por muerto, hasta que lo vio por televisión. Se había convertido en el líder de los rebeldes, los asquerosos comunistas satánicos que tanto odiaba KyungSoo y por lo tanto él también.

Qué sensación de vergüenza experimentó cuando lo reconoció. Y luego tuvo miedo. El no tener noticias del amo no fue sino la primera de una serie de angustias.

Chen chilló en sus brazos. Ahora el amo KyungSoo ya no pensaría en adoptarlo. Es más, quién sabe si lo volvería a ver. Chen y MinSeok estaban solos en un país que súbitamente los repudiaba.

—Tranquilo —intentaba calmarlo meciéndolo en sus brazos—. Tenemos que salir de aquí...

Temblando de terror, salió del penthouse al silencio del pasillo, y escapó por la escalera de servicio, en el momento en que un nuevo grupo de paramilitares salía del elevador.

SeHun ordenó formar una valla de soldados en el pasillo que conducía al salón de prensa, para que él y ChanYeol pasaran en actitud solemne. El mismo JunMyeon tuvo que formarse como un soldado más, teniendo que soportar ser relevado por el muchacho, que ahora tenía su cargo.

En el salón de prensa los esperaban doscientos periodistas, más invitados especiales, como empresarios y funcionarios públicos. Apenas entraron, periodistas e invitados aplaudieron frenéticos. Las luces de los flashes los bañaron mientras se dirigían al presidium adaptado con rampa para el minusválido SeHun. Había en el ambiente una evidente admiración por ChanYeol, quien unificaba a las clases sociales del país. SeHun y ChanYeol se disponían a hablar de su nueva relación política y de los planes que ambos tenían para el país, una vez que el movimiento rebelde quedaba extinto. Ya nadie parecía acordarse de KyungSoo, y de hecho había la consigna de no preguntar por él.

KyungSoo veía la ceremonia en el televisor de su celda de lujo. De pronto, dos custodios, altos y fornidos, irrumpieron insultándolo y sujetándolo por los brazos. Lo trataron con tal agresividad que él pensó que lo golperian o que iban a violarlo. De nada sirvieron sus gritos y amenazas. Lo sacaron de la celda. En el pasillo, lo esperaban otros dos custodios, controlando con correas a un par de rottweilers que ladraban sin cesar. Los hombres que sujetaban a KyungSoo acercaron su rostro a los perros. KyungSoo gritó aterrorizado. Los perros parecían a punto de atacarlo, y lo hubieran hecho de ser liberados.

Park ChanYeolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora