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Nunca había visto tanta sangre. Dani estaba acostumbrado a ello pero, para mí, era la primera vez que veía ese líquido espeso y rojo que nos recorría el cuerpo.

Fue él el que me llevó en volandas mientras veía la sangre.

Teníamos catorce años. Dani me saca ya unos cuantos crímenes pero yo soy la mayor. Papá estaba en la cárcel. Mamá nos había abandonado. Estábamos solos.

Dani y yo nos apoyábamos mutuamente, papá intentaba que Dani fuera por el buen camino pero nunca lo consiguió, siguió matando a gente a puñetazos y se metía en problemas con camellos. La última vez que le salvé el culo fue cuando el imbécil perdió un buen número de pastillas.

Era la única de mi familia que no se había metido en líos con la policía, hasta que mi novio, un hombre casado y contable de una importante empresa, decidió robar mucho dinero que ingresó en mi cuenta bancaria. Él se salvó el culo y yo me fui a la cárcel.

Cuando salí dejé de ser la misma, me convertí en lo que soy ahora: una ladrona. Mis compañeras de cárcel me enseñaron todo lo que necesitaba aprender.

Así que aquí estoy, saliendo de la cárcel con un traje de Chanel negro y gafas de sol, he pasado por la peluquería, manicura, pedicura... todo para estar perfecta, para que mi familia viera una triunfadora. Todo esto es fruto de mi inversión y mis contrabandos en la cárcel. Después de siete años había amasado una pequeña fortuna que dilapidé con esto.

Los policías se despiden de mí y me abren las puertas. Mi padre y mi hermano esperan en la puerta, ambos se quedan boquiabiertos al verme. Dejaron a una niña asustada y ha salido una mujer segura de sí misma.

—Madre mía, papa, dile algo a tu hija.—mi hermano ríe. Tiene una risa muy peculiar, de esas que te taladran el cerebro.—Hermanita, estás...

—¿Preciosa, maravillosa, guapísima?

—Follable.—mi padre le pega una colleja a mi hermano y, después, me mira con orgullo antes de abrazarme.

—Hija ¿estás bien?—asiento y acaricio la mejilla de mi padre.—Y de donde has sacado todo esto.

—Una ha estado trabajando en la cárcel.

En la cárcel hay un solo trabajo por el que consigues tanto dinero y es el contrabando. Contrabando de objetos y personas, las segundas dan mucho más dinero pero su sabe que su hija tiene principios.

—Venga, papa, dale la noticia.—mi padre mira molesto a mi hermano y le da otra colleja mientras él ríe.—¡Au, papa, deja de darme!

Miro a mi padre y me meto en el coche, Dani hace lo mismo pero se mete en la parte de atrás, mi hermano apoya su mano en mi hombro y me sonríe. Lo he echado de menos, no nos separamos desde que fuimos concebidos.

Mi padre mira a ambos lados y se mete en el coche. Conducimos en silencio hasta el bar en el que trabajaba Dani como stripper, ahora mismo no hay mucha gente pero, los hombres, me miran con lascivia, cosa que molesta a mi padre y hermano.

—Vamos a dar un palo.—comienza a decir mi padre entre susurros.—Uno muy grande, hija.

—Papá, no me jodas.—comienzo a decir antes de que mi padre vuelva a toser. La mina le dejó los pulmones hechos mierda, encima era claustrofóbico, cosa que heredé de él.—Papá que nos conocemos.

Mi hermano se adelanta y da a mi padre un golpe amistoso en el pecho mientras me lleva aparte.

—Ana, hazme caso.—Daniel intenta agarrarme el brazo cuando me doy la vuelta pero soy más rápida que él.—Ana María Ramos, por favor, escúchame.

Montauk | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora