Madrid. Hora cero
Varios dirigibles con la máscara de Dalí iban atravesando las calles de Madrid. Las cuatro torres, la Castellana, Callao... todo el mundo lo estaba viendo. Y todo el mundo vio caer la lluvia de billetes. El plan Chernobyl había dejado de ser un plan de huida. Estábamos colapsando Madrid. Estábamos llevando la capital de España al más profundo caos.
—Los dirigibles—Sergio comienza andar por el pasillo que dejan nuestros pupitres.—estarán programados para acudir a unas coordenadas GPS y, solamente cuando lleguen a ellas, abrirán sus compuertas. Después estarán volando en círculos por un radio de doscientos cincuenta metros, soltando fajos en intervalos de cuarenta segundos durante cincuenta minutos.
En el carrito de Isabella caen unos cuantos billetes. La gente se abalanza a atrapar los billetes entre sus dedos como si fuera maná. Sergio tenía razón, esto es un caos. Han soltado ciento cuarenta millones de euros. Marsella rodea mi cintura con su brazo.
—Sale carete meternos en la boca del lobo ¿no?—dice Denver después de un largo relincho. Me incorporo ligeramente y me acerco a su oído.
—Cállate o te pego una colleja.—Dani me sonríe y vuelve a cruzarse de brazos.
—A todos nos han llamado Robin Hoods—continúa diciendo Sergio.—tiene sentido que una parte de ese dinero acabe en la gente.
Las pantallas que rodean Callao empiezan a cambiar, los anuncios desaparecen y el Profesor aparece oculto tras la máscara de Dalí y el mono rojo. Todos miran hacia arriba. Marsella observa los alrededores. Yo quería ver el caos y Sergio intentó disuadirme, al final cedió y me suplicó que fuera acompañada de Marsella. No sabía que llevaba a nuestra hija, pero, una mujer con su hija llama menos la atención que el gran hombre que está a mi lado con cara de pocos amigos.
—Este mensaje—comienza a decir Sergio. Todo el mundo mira las pantallas con atención. Algunos murmuran, otros aprovechan esto para terminar de recoger el dinero del suelo.—es para los que entendéis esta máscara como un símbolo de resistencia. Os necesitamos.
El día que llegó Tokio fue la última noche que pasamos tranquilos. Nuestras rutinas siguieron, pero él estaba pensando en Río y yo en intentar meterme en esa mente brillante. El día que llegó Tokio volvieron los recuerdos de Berlín.
—El estado nos ha declarado la guerra. Una guerra sucia y hemos decidido plantar cara.—Sergio se baja la capucha del mono, se quita la máscara y se pone las gafas.—La policía ha detenido en un país extranjero a uno de los nuestros. Aníbal Cortés.
Los murmuros van en aumento. Marsella saca del carrito a Isabella y la coloca sobre su pecho. Puede que las cosas se pongan feas.
—Hace más de dos meses de esto.—continúa diciendo Sergio con seriedad. —No se ha abierto un sumario judicial. No se ha solicitado la extradición. No se le ha facilitado un abogado. Lo tienen cautivo en paradero desconocido y, con toda probabilidad le están torturando. Así que exigimos, que concluya inmediatamente esta detención ilegal y que sea sometido a la justicia con garantías de derecho. El Estado ha iniciado esta guerra y no nos vamos a esconder. Vamos a pelear.
—Golpe por golpe.—decimos Sergio y yo al mismo tiempo.
—Y esta vez, vamos a robar a lo grande.—la grabación termina. Marsella mantiene a Isabella contra su pecho y a mí lo más cerca que puede de él. Es hora de marcharse. Nuestra pequeña aventura ha terminado.
En una de nuestras partidas de ajedrez durante nuestra estancia en el monasterio, en la que él iba perdiendo, movió su reina a una posición que me puso en jaque. Me miró por encima de las gafas con seriedad y esperé pacientemente a que me confesara sus pensamientos.
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Montauk | LA CASA DE PAPEL
FanficMontauk fue condenada injustamente a siete años de cárcel por algo que ella no hizo que, junto a su padre y su hermano, se une a uno de los atraco más grande de la historia junto a otros miembros. Berlín asume el papel de cabecilla, Moscú es el exp...