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Tokio se estaba pegando una buena borrachera con la botella de champán que había llevado para compartir con Río, todos lo sabíamos y por eso la dejamos beber y bailar con los auriculares puestos.

Estoy en el baño con Río, terminando de curar su herida de la operación. Él está sentado sobre el mármol negro y yo estoy arrodillada, con una botella de alcohol en la mano y la venda preparada al lado de Río.

—¿Te escuece?—Río niega.

—Sigo yo si quieres.—Río coge el algodón y sigue limpiándose. Me lavo las manos y él termina de limpiarse. La puerta se abre y entra Tokio, pero rápidamente sale.

—Uy. Uy. Perdón.—dice. Está muy borracha ya. Se tapa con una mano.—Si quieres espero fuera.

—No, a estas alturas no nos va a dar vergüenza.—responde Río.

—Bueno chicos, yo voy a ir saliendo.—Río me agarra de la muñeca y niega.—Vaya, pues parece que no.

—No sé vendarme.—rebate Río.

—Tokio sabe.—vuelvo a intentar irme. Río me suplica con la mirada que me quede. Resoplo y me siento en el sofá del baño. Tokio me mira burlona, yo me encojo de hombros y ella se quita los auriculares.

—Río.—comienza a hablar Tokio.—Yo quería decirte que...que has hecho lo que tendríamos que haber hecho hace mucho tiempo.

—Hombre, hace mucho tiempo no, que lo hemos pasado de puta madre.—rebate Río.

—Río date prisa que esto se está poniendo muy incómodo para mí.—agarro una revista de moda, esas típicas de dentista, y empiezo a ojearla para no prestarles demasiada atención.

—Joder y que, para estar como una puta cabra, no me has metido un cabezazo en todo este tiempo.—responde Río. Me giro y veo que se limpia cada vez más lento ¿de que va?

—Sí, ha estado divertido eh. Buenos momentos, pero no ha sido suficiente.—continúa diciendo Tokio a la vez que lleva su mano a la cadera de él. —Nos arrastró la ola.

—¿Qué ola, Tokio? ¿De qué puta ola me estás hablando?—a Río le empieza a temblar la voz.

—La del atraco, la presión,ser millonarios—alguien tira de la cadena. De unos de los cubículos sale Denver, que me mira con incredulidad, me encojo de hombros y se va a lavar las manos.—Hola, Denver.

—¡Denver!—me pongo en pie y le agarro del antebrazo.—Vayámonos que esto...

—Sí, mejor.—Río me vuelve a detener y Tokio detiene a mi hermano. Ya se ha liado.

—Denver...no te vayas...—se queja Tokio.

—Que pasa, que pasa, que pasa...—mi hermano me indica con la cabeza que salga y yo le señalo el brazo de Río. Tokio también lo ve y sonríe.

—Río ¿tú sabías que yo estuve a punto de enrollarme con Denver?—ale, ya se ha liado.

—¿Pero que se te pasa a ti por la puta cabeza?—responde mi hermano con enfado y desconfianza.

—En Toledo.—responde Tokio. —En la verbena.

—¿Qué dices?—me cubro el rostro y empiezo a recordarlo todo. Fue el día en el que Denver robó a Berlín su americana, el día que los dos dormimos en el Seat Ibiza y que, por culpa del botón, casi muere.—Tokio...

—Tú estabas borracho.—le explica Tokio a Río, en ese momento, la mano de Río aprieta con fuerza mi brazo.

—Claro, claro, borracho él, borracha tú y borracho yo que iba.—Tokio titubea.

Montauk | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora