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Mientras las explosiones se sucedían me imaginaba cuál sería la banda sonora y me permitía el lujo de tararearla mientras todo el caos sucedía a nuestro alrededor, entre gritos de rehenes y los falsos gritos de preocupación de Palermo por el golpe. Las puertas de acero se van cerrando.

—Y el Banco de España quedará sellado.—repito con un murmuro, tal y como predijo el Profesor.

El edificio era muy grande, lo sabíamos todos, pero el que tuvo el valor de preguntar fue Helsinki. Demasiados huecos, pocos hombres, un gran problema de defensa. Lo único que nos interesaba era el edificio central. Y la única persona que nos interesa: el gobernador del Banco de España.

Tokio, Nairobi y yo nos encargaríamos de él. Puede ser porque las tres somos un súper equipo. Puede ser. No lo tenemos muy claro ninguna de las tres.

Tokio va en cabeza, Nairobi y yo nos quedamos a la espalda, las tres vestidas con los trajes de camuflaje y armadas hasta los dientes. Cuando abrimos la puerta del despacho nos encontramos con cinco escoltas con cara de pocos amigos, pero mantenemos el tipo.

—Señor gobernador.—comienza a decir Tokio. La secretaria me mira directamente a los ojos, como si me reconociera. —Soy la teniente Lorenzo. Tiene que acompañarnos. Tenemos un blindado esperando para desalojarlo lo antes posible.

—Gracias, Amanda.—Amanda. Reconozco el nombre. —De momento no voy a abandonar este lugar.

Contábamos con ello.

—Señor.—insiste Tokio.—Es una orden directa del general Salas- Núñez. Viene del JEMAD.

—No, si la orden la he recibido...pero no la voy a acatar. No voy a abandonar el banco hasta que el último de los funcionarios haya salido.—Nairobi y yo nos miramos. El plan se va a la mierda. —Así que, si lo que quieren es custodiarme, lo único que pueden hacer es sentarse y esperar...¿quieren un café?

Y ahí nuestro plan cayó por completo. No sé que piensa Nairobi, pero Tokio está deseando ponerse a disparar como una loca porque parece la mejor salida.

—No voy a rechazar su oferta.—me adelanto y me coloco delante del gobernador, que me sonríe y me indica que me siente.

—¿Cómo quiere el café?—me pregunta Amanda.

—¿En qué regimiento sirven?—el gobernador debe sospechar. Sonrío de la forma más sincera que puedo y me quito el casco mientras miro a mis compañeras.

—Somos tapadoras paracaidistas.—responde Nairobi mientras se sienta a mi lado y se quita el casco.—Del BPAC, brigada 6.

—Con misiones de desminado en Mali, Líbano—el gobernador vuelve a centrar su atención en mí.—Afghanistán...

—Un trabajo muy peligroso.—concluye el gobernador. Asiento y agarro la mano de Tokio. El gobernador mira ahora a Nairobi—Por cierto ¿cómo se desactiva una mina antipersonas?

—Si me disculpa, señor gobernador,—el gobernador me mira de nuevo con una sonrisa de esas que te intentan seducir pero que dan ganas de vomitar. Me agarro a la mesa mientras me pongo en pie, fingiendo un mareo. El gobernador se pone en pie también y me tiende una mano.—discúlpeme, debe ser una bajada de tensión...

—¿Puedo ir al baño?—pregunta Tokio de repente. Amanda deja de servir el café y se acerca a nosotras.

—Sientese...

—López, soldado López.—respondo mientras vuelvo a sentarme. Nairobi mira con terror a Tokio.

Segundos después, Tokio se encierra en el baño del gobernador, dejándonos solas. Me cago en todo. En la parte de abajo todo el mundo se está empezando a reunir, abandonando los lados del edificio y quedándose en el central. Nairobi sigue hablando de minas. El suelo estaba empezando a inhundarse.

Montauk | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora