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Martes 22:15
108 horas de atraco, 03 horas desde el tiroteo

Cuando me dieron por muerta, el día que estaban aprendiendo las venas y arterias, no conté con los ataques de ansiedad.

Menos mal que el Profesor les dio clase, llegan a depender de mí y mi padre ya estaría muerto.

—¡Ayuda, ayuda!—empieza a gritar Denver. Nairobi pide que traigan el botiquín. Tokio se agacha a mi lado. Escucho a momentos, mi cerebro no está conectando bien con mis nervios. —Me cago en la puta, se está desangrando...

—Tranquilo que tengo sangre a punta pala.—comienza a decir mi padre. —¿No ves que he comido muchas morcillas?

—Vale, sujetadmelo.—Nairobi me mira alarmada.—¡Llevaos a Montauk!

—Mi niña ¿qué le pasa a mi hija?—comienza a preguntar mi padre. Río me ayuda a levantarme y me deja en brazos de alguien. Mi ritmo cardíaco es muy elevado, tengo palpitaciones. Esto es un ataque de ansiedad en toda regla.

Alguien me deja a un lado, apartada y apoyada contra la pared. Quiero levantarme y ayudarle pero el cuerpo no me responde, todo me da vueltas, siento náuseas y mareos. No veo nada, a veces oigo algo. Mi hermano se pone en pie y se acerca a mí.

—Ana, necesito que te pongas bien, hermanita, por favor.—miro a mi hermano desdibujado.—Que le han metido tres disparos...

—Ha sido mi...

—No, Montauk. No ha sido tu culpa. —murmura Río mientras me levanta.

—Ya me la llevo yo.—determina Berlín mientras me cambian de manos. —Cuando esté mejor la bajaré.

Berlín me sube a nuestro cuartel general y me acuesta sobre el sofá, me tapa y besa mi frente. No sé si se queda a mi lado, lo que sé es que, a continuación, entra Tokio muy enfadada.

—Tres tiros.—dice ella.—Le han metido tres tiros. Tenemos que llamar a un médico, no podemos hacer nada.

Me incorporo pero alguien vuelve a tumbarme.

—Es momento de mantener la cabeza fría, Tokio.—dictamina Berlín sentándose a mi lado. —No solo estoy pensando en Moscú. Voy a llamar al Profesor.

—¡El Profesor no está!—grita de nuevo ella. Me siento una completa y absoluta inútil.—¡Le he llamado mil veces, no está en el hangar, no sé donde coño está!...tenemos que llamar a la inspectora Murillo.

—¡Nosotros no podemos hacerlo!—responde Berlín elevando el tono.—Ya lo sabes, no está en el plan.

—¿Qué plan?

—No hables tan alto, por favor.—pide Berlín.—Está teniendo un ataque de ansiedad.

—Pues ¿sabes cual era mi plan?...matarte..., pero ahora, el que se está muriendo es Moscú, así que no vuelvas a decirme lo que está o no en el puto plan.

A continuación, Berlín coge el teléfono rojo que hay sobre la mesa y llama a la carpa. Algo prohibido pero necesario.

—Coronel, soy Fonollosa, me gustaría preguntarle que lleva puesto, pero no tengo tiempo para charletas. Acaban de meterle tres disparos a uno de nuestros hombres. Quiero a un cirujano aquí dentro. Ahora.

Tokio se sienta a mi lado y me acaricia el cabello, como si me estuviera diciendo que vamos a salir de aquí.

—Mire, ha sido un rescate limpio por nuestra parte.—continúa diciendo Berlín.—Ustedes, sin embargo, se han puesto a pegar tiros. Estaría muy bien que ayudasen a salvar la vida de este hombre...no vamos a entregar a nuestro hombre coronel...

Montauk | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora