15

4.1K 243 21
                                    

Martes 16:35
102 horas de atraco

¿Sabéis quien no se había saltado una puñetera hora de sueño? Berlín. El resto íbamos sobreviviendo con seis o siete horas en cinco días, los que teníamos suerte, al menos. Helsinki no tuvo esa suerte. Su cerebro pasó a modo supervivencia, su paciencia se agotó y nadie le culpó ni le detuvo cuando apartó a Arturito y cubrió su cuerpo con dos kilos de explosivo plástico.

Mientras tanto, su novia, supongo que ahora ex, estaba desesperada porque su vida acababa de caer a pedazos. Mi hermano y mi padre estaban con ella. Debería haber estado ahí, en su lugar, Berlín, estaba durmiendo sobre mis piernas, esa hora y media la aprovecho para cambiarle el vendaje de la cabeza.

—Ana ¿tan molesto es cambiarme las vendas cuando estoy despierto que lo tienes que hacer cuando duermo?—murmura Berlín mientras sonríe.

—Que va, de hecho eres la mejor persona que he conocido para ponerle vendas, en otros sentidos podrías mejorar.—Berlín vuelve a sonreír.

—¿No te dan ganas de matarme mientras duermo?—Berlín abre los ojos y me mira.

—No, sólo me dan ganas de hacerte acupuntura en la cabeza.—beso su frente y él ríe, bueno, ambos lo hacemos.

—Si la cosa sale bien, cosa poco probable si no vuelvo a tomar las riendas pero, si todo sale bien, quiero proponerte un trato. Un negocio romántico.

—No me estarás proponiendo matrimonio, señor De Fonollosa.

—¿Crees que quiero volver a comprometerme después de cinco divorcios y con menos de seis meses de vida?—niego. Nadie querría casarse en esas condiciones.—Pues te equivocas... sería maravilloso que te enamoraras mucho de mí.

—Andrés...

—Yo no vivo de expectativas,—me interrumpe mientras se incorpora a mi lado.—de falsas ilusiones...yo tengo muchos defectos y lo sé, podría conformarme con que vinieses conmigo. Quiero que seas mi compañera hasta el último viaje. Tú y yo juntos hasta el final.

—Tú y yo juntos hasta el final.—repito. Berlín toma mi rostro entre sus manos y empezamos a besarnos, estamos un buen rato. Luego nos abrazamos y nos quedamos mirándonos un par de segundos.

—Voy a retomar el control de esta situación.—murmura al fin mientras me aparta un mechón de la cara.

—Me encantaría quedarme a verlo, pero quiero hablar con mi padre y mi hermano.—Berlín asiente con cierta tristeza y levanta las manos, dejándome marchar. Me agacho y beso su mejilla.—Ya estoy muy enamorada de ti, Andrés de Fonollosa.

Me doy la vuelta y me dirijo hacia los despachos. No paso por el museo pero escucho los gritos de Nairobi. Ojalá ser tan valiente como ella. Ojalá tener su fortaleza. En definitiva: ojalá ser Nairobi.

Subo a los despachos y veo a mi hermano y a Mónica discutiendo con un montón de pasaportes en la mano. Me apoyo en el marco de la puerta y observo.

—¿Qué nombre me pongo?—pregunta ella. Mi hermano la mira de arriba a abajo.

—Ágata.—responde mi hermano con total confianza.

—¿Ágata?—preguntamos Mónica y yo al mismo tiempo. Ambos se giran y me acerco al ordenador. —No tiene cara de actriz porno, Denver.

—Pero si Ágata es nombre de estas buenísima,—replica mi hermano. Mónica y yo nos miramos y nos aguantamos la risa.—si fueses fea te diría que te pusieras Felisa o Mari Cruz...

—María.—interrumpe Mónica. Denver y yo nos miramos, claro que sí Mónica, da gracias a que a mí no me llaman María.— María Fernández.

—¿María Fernández? María Fernández, pues, eso no se lo cree nadie. Hazme caso.

Montauk | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora