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Tenía sueño. Madrugar no era lo mío y, aún menos, cuando tenía que meterme en un coche. Gracias a Dios, el olor a humanidad, me mantiene despierta.

Estaba a las ocho y media de la mañana encerrada en una furgoneta en la E-80.
Todos estamos en la parte de atrás de un furgón, estoy sentada a la derecha de mi padre, justo al lado de Berlín pero vigilada por mi hermano. Río va a lo suyo, me apuesto una mano a que va medio dormido.

Tokio está maquillándose al final del furgón, Nairobi tiene cara de pocos amigos, tampoco le gustará madrugar. Rio se quita la máscara y la mira con duda y cierta antipatía, como si no comprendiera la situación.

—¿Quien ha escogido la careta?

—Qué problema hay con las caretas.—pregunta Berlín, aún cubierto con la máscara. No hace falta que le vea para saber que Río le está tocando los cojones.

—Que no dan miedo,tú ves las películas de atracadores y las caretas dan miedo .—Río, cariño, no es el momento para hablar de ridículas máscaras.—Zombis, esqueletos, la Muerte...

Berlín lo apunta con una pistola y aún con la máscara puesta. Estoy a dos segundos de hacer un facepalm, hay que ser imbécil.

—Con un arma en la mano, te aseguro, que da más miedo un loco que un esqueleto.

Si, querido, da mucho más miedo pero da miedo el hecho de que esa pistola te va a arrancar lo que te queda de vida como hagas algo mal. No es la máscara, el miedo a la máscara es una consecuencia.

—¿Quien era el payo este del bigote?—pregunta Denver mientras mira la máscara. Enarco una ceja y Denver se encoge de hombros.

—Dalí, hijo,—comienza a explicar mi padre mientras mira la careta.—un pintor español. Muy bueno.

—¿Un pintor?—pregunta Denver.Venga, a ver qué dice el genio de mi hermano.—¿Un pintor de pintar?

—Denver ¿tú que crees?—Denver asiente y pongo los ojos en blanco, mi hermano me da un golpecito en la rodilla y ríe.

—¿Tú sabes que da miedo de cojones?

—Sé que hago mal preguntando esto pero ¿qué?

—Los muñecos de los críos.—mi hermano va totalmente en serio. Berlín, hastiado, se quita la careta y mira con hartura a Denver. —Esos sí que dan miedo.

—¿Qué muñecos?

—Pues el Goofy, el Pluto, el Mickey Mouse...

Dejo de escucharlos desde hace rato. Nairobi, Tokio y yo nos miramos con cansancio pero aguantando la risa porque es absurdo. Todo lo que hablan. Sólo los hombres discutirían esto, una mujer puede elegir durante horas que zapatos va a usar, pero no gastaría un segundo de su tiempo en esto.

El primero en bajarse es Moscú, en medio del monte. Antes de bajar nos mira a mi hermano y a mí, tal vez deseándonos suerte, tal vez diciéndonos que nos vemos en un rato o, la más probable, pidiéndonos que no la caváramos. Después bajamos todos a recoger lo que necesitamos para el atraco, básicamente armas.

A las nueve y media pasaba el camión que llevaba las bobinas de papel moneda escoltado por dos coches patrulla. Río hacia rato que estaba preparándolo todo para cortar las señales de radio, quería que estuviera con él pero sabía que yo no pintaba nada entre máquinas, yo era más de estar a punta de pistola.

Helsinki y Moscú tenían que cortar la carretera, para que nadie nos interrumpiera en el momento de subir al camión y de achantar a la Policía Nacional.

Montauk | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora