Epílogo

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Diecisiete años después del atraco al Banco de España

Había evitado todos los controles de la policía. Por fin estaba otra vez en España. Sandra me había invitado a su casa. Le iba bien en el negocio de las drogas y había conseguido que me infiltrase hasta Madrid. 

Han pasado diecisiete años desde la última vez que estuve aquí y, a pesar de que mi cuerpo ni mi mente son los mismos, estaba deseando volver a ver a Isabella. 

No dejé de pensar en ella ni un solo segundo, al igual que en su madre. 

No he vuelto a planear un atraco desde que dejamos Madrid con el oro. 

Cuando la furgoneta se detiene empiezo a sentir miedo. Sandra era una buena amiga, así como su marido, pero la recompensa por mi cabeza era alta y, como me dijo una vez Andrés, todo el mundo te va a traicionar, solo importa la magnitud. 

La puerta trasera se abre y me cubro los ojos ante la fuerte luz fluorescente del garaje. Cuando mis ojos se acostumbran, Sandra, se lanza a mis brazos y ambos nos fundimos en un largo abrazo. 

—Gracias por todo, Sandra.—ella se separa de mí y niega un par de veces. —He traído dinero, por las molestias. 

—No hace falta, ahora me sobra el dinero. —asiento un par de veces, Sandra levanta mi barbilla y me obliga a mirarla. —¿Estás seguro de esto, Sergio?

—He tardado demasiado en volver. 

Sandra vuelve a asentir y me acompaña por unas largas escaleras que llevan a un salón abierto con grandes ventanales que iluminan la casa con luz natural. Es agradable volver a ver la característica luz de Madrid. 

—Espérala aquí, tardará poco en venir de clase. 

Vuelvo a afirmar y Sandra me sirve una taza de café, por un segundo no veo a Sandra, sino que es Ana, con Bella entre sus brazos, con el cabello áspero y desordenado por el mar y dándome uno de sus tés medicinales. 

La puerta principal se cierra con un gran estruendo, me pongo en pie y empiezo a temblar. Una chica alta, atlética y delgada entra en la casa. Está mirando el móvil y va vestida con un uniforme poco reglamentario, con pantalones cortos rojos y medias de rejilla, con pendientes de aro dorado y los labios pintados de rojo. Cuando levanta la vista me quedo paralizado ante el gran parecido de Isabella con Ana. 

—¿Y tú quien eres?—pregunta con desparpajo y una ceja enarcada. 

—Isabella, yo...

—¿Isabella? ¿Por qué coño me llamas así?

—A ver, yo...

—Tú, tú qué.

—Llevo años buscándote, te pareces tanto a tu madre...

—Eres el primero que lo dice.

—No a Sandra, a tu madre.

—Sandra es mi madre. Me llamo Rebeka, con ka, de Bormujo Ávalos

—Lo sé, pero ese no es tu nombre real ni Sandra es tu verdadera madre. —le explico con lentitud, ella deja caer la mochila de clase y comienza a caminar hacia mí con el ceño ligeramente fruncido. —Tu verdadero nombre es Isabella Marquina Ramos. Tu madre se llamaba Ana María, tuvimos que dejarte con Sandra hasta que se terminara el atraco.

—¿Atraco? ¿Eres un atracador? —Isabella, ahora Rebeka, mira hacia abajo con estupefacción y me mira de nuevo.—¿Por qué no ha venido mi madre, digo, mi madre biológica?

Trago saliva al rememorar como Ana caía en mis brazos, su mirada aterrorizada mientras ambos caíamos al suelo. Sus últimas palabras y sus gemidos ahogados. 

—Tu madre... tu madre murió, hace muchos años. En un atraco, le dispararon por la espalda. 

Tendría que haber aprovechado más mis momentos con Ana, lo que un día sentí por Raquel no tendría que haber resurgido. No tendría que haberla traicionado. 

—Hostia puta.—murmura al fin Rebeka con la mirada desorbitada y señalándome. —Eres el Profesor. 

—Lo soy. —ella se sienta y sigue mirándome con estupefacción. —Y tu madre era Montauk. '

—Entonces la mitad de mi familia es parte de la banda de payasos con nombres de ciudad ¿no?

No quiero responder. Nos odia. 

—Mira no sé que de que va esto, pero yo ya tengo suficientes movidas con el colegio de pijos al que Sandra me ha mandado y creo que puedo vivir otros diecisiete años sin ti...¿qué quieres de mí?

Recuperarte, quiero decir, pero sé que eso no será posible, así que me limito a sonreír y colocarme las gafas. 

—Sólo quería verte, quería saber si estabas bien. 

—Llegas diecisiete años tarde, Profesor. 

Asiento y me pongo en pie. Me cruzo con Sandra cuando vuelvo al garaje, no le tengo que decir nada. Ella conoce mejor a Isabella de lo que la conoceré yo jamás. 

Hemos llegado al final de esta parte de Montauk. No sé como agradeceros a todos los que estáis ahí apoyando siempre esta novela, de verdad, esto que empezó como un hobbie ha acabado quitándome el sueño, pero voy a echar de menos seguir escribiendo esta historia. 

¿Os gustaría saber algo más sobre Montauk? Cualquier cosa os leo por los comentarios y por privado. 

Y una vez más, muchas gracias. 



Montauk | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora