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Las explosiones sobrecogieron dentro y fuera del edificio. Todos nos tiramos al suelo, Andrés me ha cubierto con su cuerpo y muchos rehenes nos miran con miedo, porque a lo mejor algo se huelen.

—Están atacando el banco.—dice Palermo con la mirada al frente, Andrés se pone en pie y me tiende la mano. —¡Están atacando el banco! ¡Sellamos el banco!

Todo el mundo empieza a gritar, en breves estarán Nairobi y Tokio intentando llevarse al gobernador. El banco se sella por completo, como predijeron Andrés y Palermo. Y habíamos usado la fuerza del enemigo. El banco es un edificio muy grande, pero sólo la parte central era la que nos interesaba, porque era una caja fuerte gigante.

En una hora teníamos que hacer que el gobernador nos diera la contraseña para poder sacar las cajas rojas con los secretos de estado que están en la misma cámara en la que está el oro. Y ahí, yo, sería el elemento sorpresa.

Cuando Berlín y Palermo elaboraron el plan, no contaron con la chica que estaba en la cárcel, encerrada injustamente por su pareja, que había robado una cantidad inmensurable de dinero y la había guardado en una cuenta corriente a mi nombre. Así que, con su nombre e historial limpio, no le fue muy difícil aplicar para convertirse en el gobernador del Banco de España.

Tampoco contaron con mi hermano, cuyas ganas de matar a ese cabrón eran desmesuradas. Había estado siete años viniendo a verme todos los días de visita, informándome de todo y cada vez que veía u oía su nombre le daba un ataque de ira. Y ahora, que lo vería en persona...bueno, la venganza está más cerca que nunca.

Cinco guardaespaldas, pero había uno que conocía mejor que a nadie. Gandía y yo tuvimos algo, ambos pusimos los cuernos a nuestras parejas. Fue corto, muy corto, pero intenso.

Andrés y yo nos hemos separado del grupo. Palermo y Helsinki llevan los monos rojos debajo del traje militar. Termino de ponerme el mono y cojo una máscara. Tenemos que esperar a que todo el revuelo empiece y, cuando todo este controlado, bajaré a la cámara a ayudar a Bogotá y Nairobi con el oro.

—Montauk.—no me doy la vuelta, tengo que terminar, tengo que asegurarme que todo va bien. —Nos veremos cada tres horas, si alguno necesita hablar...

—La palabra clave es oro. Lo sé.—lo habíamos repasado un millar de veces. Habíamos acordado trabajar separados, pero encontrarnos cada poco tiempo y asegurarnos de que ninguno estaba muerto.

Palermo estaba dando el anuncio a los rehenes, que estaban levantando las manos, como si estuvieran en un atraco, que por otra parte lo estaban. Habíamos elegido a Palermo porque nadie lo conocía, pero Andrés se estaba muriendo por ser él quien diera el discurso.

Los gritos empiezan y, ahí, es cuando entramos nosotros, armados y cubiertos, pidiendo calma a todo el mundo. Nairobi había estudiado para su papel de paracaidista y Tokio estaba buscando la manera de salir de ahí. A su estilo, el Tokio style.

Y llámalo intuición o que escuché el disparo, pero corrí hacia el despacho del gobernador. Armada con dos pistolas, un rifle y la navaja. Escuchando los gritos de Andrés de fondo, pero él no me sigue. Sabe lo que voy a hacer.

Abro la puerta de una patada y apunto a Gandía, que tiene a Nairobi aprisionada. Está sorprendido de verme o, al menos, eso parece. La cara del gobernador también es para verla. Me quito la máscara y se escucha un jadeo.

—Señorita Ramos...—dice el gobernador en un hilo de voz. Mis compañeras me miran,  ya no es un secreto el que el gobernador y yo nos conocíamos. —Gandía, suelta a la chica, no quiero que haya heridos.

—Eres una traidora, ladrona hija de puta.—murmura Gandía entre dientes.

—Sueltala Gandía o te juro que de aquí no sales vivo.—me voy acercando a Tokio y al gobernador, ella lo ha soltado y está apuntando a los otros dos guardaespaldas. —Y a lo mejor Tokio no dispara al gobernador, pero yo sí que lo haré y sabes que le tengo muchas ganas.

Montauk | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora