13

4.2K 273 38
                                    

Lunes 19:00
81 horas de atraco

Tokio había sido entregada. Río no dejaba de temblar. Después de los gritos siempre vienen los temblores, los lloros, el dolor y las ansias de venganza. Y yo tenía todas las papeletas de ser la víctima de la venganza de Río, porque era la única manera que tenía hacer sufrir a Berlín tanto como estaba sufriendo él.

—Tokio perdió la cabeza.—Berlín nos ha reunido a todos en nuestro cuartel. Él encabeza la reunión. Denver está a su derecha, Helsinki a su izquierda y cerrando el círculo está Río.—No aguantó. Y no es fácil, pero no he tenido más remedio que entregarla.

Todos nos quedamos en silencio, mirándonos los unos a los otros. Era de esperar que la rebelión de Tokio tuviera represalias.

—Daos las manos.—ordena Berlín. Nadie hace caso. Río y yo nos miramos. Sé que quiere hacer y me aterroriza pensar que tenga las agallas de entregarme.—Por favor, estamos aquí jugándonos la vida.

Helsinki es el primero en dar el paso. Mi padre y yo le extendemos nuestras manos a Río. Nairobi coge la mía con reticencia, no sabe si cumplir la orden de Berlín.

—No hace falta tanto valor—continúa diciendo Berlín mientras todos nos tomamos de las manos.—para darse las manos.

Río no coge mi mano, ni la de mi padre. Su mirada se queda fija en Berlín, seguro que está planeando las mil maneras que tiene de matarlo, o las mil ciento cincuenta que tiene de torturarlo.

—Cuando se produce una herida, las plaquetas, se unen para cerrarla.—Berlín cierra los ojos. Llevo esperando mi muerte en este lugar desde hace un buen tiempo y, esa idea, nunca me había aterrado tanto como ahora.—Sino, el cuerpo, se muere. Se ha producido una herida y tenemos que unirnos.

—Tú que coño estás hablando de plaquetas.—dice, al fin, Río.

—Río...

—Qué te crees ¿un predicador? ¿El líder de una secta? ¿Qué vais a viajar todos de la manita al espacio con él?

—Río, es preciso que te tranquilices.—Berlín mantiene aún la calma. Cada segundo que pasa comprendo con más claridad por qué él es el líder del atraco.

—No.

—Ahora.

—No, no me tranquilizo. Has mandado a Tokio a la cárcel. No tengas los santo cojones de pedirme que me tranquilice. Es mi novia y le has jodido la vida.—Río me dedica una rápida mirada y vuelve a mirar a Berlín. Es una amenaza que sólo hemos entendido los tres implicados.

—Es el primer amor, estás al final del verano y te despides de Susan en la Costa Azul. Parece el fin del mundo, pero no lo es.

—Que te calles la puta boca, psicópata de mierda.—interrumpe Río.—Que no tienes ni puta idea de lo que estás diciendo ¿vale? ¿Hay alguien aquí que no esté loco?

Mantengo la mirada en Berlín, enarca una ceja y asiento. Estoy bien. Por ahora.

—Moscú—mi padre mira a Río. Le está empezando a temblar la voz.—¿A ti te parece bien lo de Tokio?

—Hijo, perdió los papeles. Lo vimos todos.—Río empieza a asentir. Está solo.

—Nairobi.

—Aquí hay unas reglas. Votamos. Ella no aceptó y luego se le fue la pinza.—Río está cada vez más solo.

—Denver. Tú sí ves el pedazo de mierda que es esto ¿no?

—Claro que lo veo, tío, pero le hizo la puta ruleta rusa a Berlín ¿tú que piensas?

Montauk | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora