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Al principio no oigo los gritos de Denver, sí siento como me sientan en una silla. Sigo aturdida por la bala. También siento como empiezan a echarme alcohol en la herida. Escuece.

—¡Explícame que puta mierda ha sido eso, explícame que cojones ha sido eso!

Nairobi me limpia la herida mientras Denver no deja de gritar a Tokio. Ese es mi hermano, el energúmeno gritón que daría todo lo que tuviera por mí. Ni Nairobi ni yo dejamos de temblar, el plan ha estado a una milésima de segundo de irse al garete.

—¡¿Se te va la cabeza?!—Nairobi aprieta los labios y frunce el ceño. El alcohol del algodón inunda mis fosas nasales. No ha sido nada, a Dios gracias.

Mi padre ha venido a verme, no quería moverse de mi lado pero Nairobi ha hecho bien en recordarle que tenía que ir a abrir la cámara acorazada por la que teníamos que salir. No merecía la pena preocuparse.

—Tranquilízate, apareció un puto policía disparándome—no Tokio, te adelantaste, no cumpliste los tiempos.— ¿qué hubieras hecho tú? ¿Escupirle?

—¡Mira, me cago en mi vida!

—¡¿Pues que vas a hacer, tía, qué vas a hacer?!—Denver se sienta a mi lado y comprueba que estoy bien. Ahora le toca el turno de los gritos a Nairobi. —¡Seguir el puto plan, joder! ¡Que lo hemos repasado cuatrocientas millones de veces!

—¿Cómo puedes estar tan tranquila?—pregunta mi hermano mientras vuelve a comprobar el roce.

—Hay que mantener la calma, ya has visto que, ante cualquier fallo, el plan se cae en pedazos.

Berlín entra en la habitación y todo parece calmarse durante medio segundo, su mirada imponente y su seriedad nos tiene a todos acojonados. Me mira, siento su mirada clavada en mi sien.

—Ya se están llevando a los policías heridos.—anuncia Berlín, como si nada hubiera ocurrido, como si el plan no hubiera estado a punto de joderse.—¿Están conectados los teléfonos?

Río saca un teléfono rojo, el que utilizaremos para contactar con el Profesor mientras estemos encerrados. Berlín me mira, con el ceño ligeramente fruncido.

—Fuera cualquier señal inalámbrica o de radio.

Todos nos quitamos los pinganillos. Estamos oficialmente aislados. Tampoco necesito hablar con alguien de fuera.

—Pasamos a analógico.—al recogerlos todos, Berlín, tira los pinganillos a la pecera y se agacha para mirar a los peces.—Llama al Profesor.

Río coge el teléfono. Tenemos una señal terrestre con el Profesor, un cable que lleva directamente al hangar donde ha establecido su centro de operaciones y donde tendremos que volver. Berlín me mira mientras espera la respuesta del Profesor, no me mira a los ojos sino que mira el disparo.

—Dos policías heridos.—dice sin dejar de mirarme, Denver se sienta a mi lado y apoya su frente contra mi costado.—Tokio. Conecta las cámaras, Profesor. Rozaron a Montauk.

Berlín tiende a Tokio el teléfono. Me pongo en pie y me acerco a mi hermano, que no duda en rodearme la cintura y besar mi mejilla. Mi energúmeno es, también, un peluche al que te apetece abrazar siempre.

—Pensaba que te perdía.—murmura mientras Tokio se pone a gritar y a mirar a la cámara.

—No te queda ni nada.—Denver y yo sonreímos. Nacimos juntos y moriríamos juntos, eso prometimos en nuestro décimo cumpleaños.

No escucho a Tokio, me centro en todo lo que tiene que ver con mi hermano. Su olor, su cabello, su risa...

—Disparé para protegerme, a mí y a mi compañera—me giro para mirar a Tokio. Está furiosa pero no conmigo, está furiosa con Berlín.—y, señor Profesor, por mucho que lo haya pensado, las cosas, no siempre salen como las tiene previstas.

Montauk | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora