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Nairobi sale del tubo que han incrustado a la puerta de la cámara vestida con el neopreno rojo y la máscara de oxígeno. Se pone de pie y nos mira a todos mientras se quita la máscara.

—Cariños, cariños, cariños, mirad lo que os traigo. —Nairobi levanta dos lingotes de oro y todos los amigos de Bogotá empiezan a gritar de felicidad. No se han visto en una igual. —Mirad que pendientitos me he pillao. Doraitos doraitos, manteca colorá.

Matías se queda a mi lado durante medio minuto mirando a Nairobi y los lingotes con devoción. Nairobi se da cuenta y le da los dos lingotes al chico. Matías no se ha visto en otra igual.

—Niña, que te pasa.—Nairobi termina de quitarse las bombonas, los aparatejos y se queda en neopreno.

—Nada, de verdad, dejad de preocuparos por mí todos.

—¿Otra vez ha habido problemas con el antiguo de tu hermano?—niego. Nairobi me agarra por los hombros y me mira.—Hija, lo que no te ocurre a ti en un atraco no le ocurre a nadie...

Nairobi me tiende un neopreno y me lo coloco todo lo rápido que puedo. Me toca entrar, mientras no haya nadie herido, mi misión, es estar ayudando donde pueda.

—No te queda mal ese neopreno, Nairobi.—Nairobi y yo nos giramos y nos quedamos mirando a Bogotá.

—¿Cómo?

—Tienes un culito para forrar pelotas.

—Pa' forrar pelotas el pellejo que te sobra a ti de los huevos, maleducado.—Bogotá empieza a reírse a carcajada limpia. Martín me tiende la bombona de oxígeno y me ayuda a colocármela.—A mí no me hace gracia ¿cómo me hablas así? Eh, aquí dentro. de este taller, yo soy tu jefa.

—Sí, jefa, perdón.

—No nos perdamos el respeto.—Matías se queda mirándome durante media milésima de segundo. Después, Nairobi, comienza a dar órdenes.

—Vaya forma de conquistar a una mujer, Bogotá.—le doy en el pecho con la mascarilla de oxígeno y él me sonríe.

—Si quisiera conquistar a una mujer, tú, ya estarías divorciada.

—Ya bueno, si eso ocurriera, tus siete hijos, se quedarían sin padre.—me tumbo en la camilla y me meten en la cámara.

Al rato llega Bogotá a fundir las puertas de la caja fuerte que contienen los secretos de Estado. Nadie repararía en ella entre tantos lingotes de oro, pero era la pieza clave de nuestro atraco.

Antes de marcharse, Marsella, me dio un teléfono con un único número. Me advirtió que sólo lo podría usar una vez porque comunicaba, de forma directa, con el Profesor. Ese teléfono está bien guardado en mi mono, fuera de la cámara.

Cojo unos cuantos lingotes y me vuelvo a meter en el túnel. Espero a que el agua baje y me transporto a nuestra casa en Palawan. Sergio sentado en casa, haciendo figuras de origami y yo a su lado, cuando aún estábamos solos. No sé si sabe o supo en su momento, que mantenía una relación con Berlín, ninguno lo ha mencionado desde que llegamos.

—Sergio.—Sergio levanta la vista por encima de sus gafas y acaricia mi mano con una sonrisa.

—¿Quieres jugar al ajedrez?—niego. Sergio se pone más serio y se incorpora.—¿Ocurre algo, Ana?

—¿Tuviste alguna relación durante el atraco?—Sergio me mira dubitativo durante una milésima de segundo y asiente temeroso.—¿Con quien?

—Raquel Murillo, la inspectora al mando. Fue una mera estratagema para estar más cerca de la policía.—Sergio se pone en pie y se agacha a mi lado mientras apoya sus manos en mis rodillas descubiertas.—No quiero que revivas nada del atraco, sé que sufriste demasiado ahí dentro.

Montauk | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora