🔴24🔴

670 63 6
                                    

Todo el mundo clamaba el nombre de Río, todo el mundo lo quería, pero los que realmente estábamos deseando verlo, abrazarlo y besarlo éramos los que estábamos dentro. Sobretodo Tokio. Si Andrés fuera el que estuviera ahí, yo no me contendría como lo esta haciendo Tokio. 

A cambio de la vuelta de Río saldrían cuarenta rehenes, Andrés no estaba de acuerdo, pero teníamos que ceder en algo. Y Río se había mezclado entre los rehenes.

La primera en saludarlo fue Tokio. Se abrazaron y se besaron, después nos saludó a todos. Mi hermano había ordenado cerrar puertas, cuando al capullo más grande de España decidió colarse justo antes de que la puerta se cerrara. 

—No me jodas.—murmuro, Andrés comienza a reír. 

—¡Una entrada magistral, Arturito! Es una lástima que ninguna cámara lo haya captado, viejo amigo. 

Dirijo mi atención a Mónica, parece tranquila, pero nunca estás del todo calmada cuando vuelves a ver a tu ex-pareja y todo es peor por el mero hecho de ser Arturito. 

Los aplausos comienzan, Nairobi motiva a los rehenes y Andrés no deja de escudriñar a Río. Sabíamos que podía tener un micrófono en alguna parte de su cuerpo, pero no sabíamos donde ni teníamos la certeza de que existiera. 

—Voy al baño.—me avisa Andrés con un tono anodino y susurrante. —Tiene que tener algo metido, estate atenta. 

—No sufras.—Andrés asiente y desaparece con rapidez. 

Río continúa con su discurso y comienza a saludarnos a todos. Uno por uno. Los únicos que no están ahí son Andrés y Palermo. Mi hermano y Río se abrazan, sé que la siguiente soy yo y que nuestra relación no es muy estrecha. El amor que sentíamos hacia nuestras parejas había destrozado la poca relación que podíamos tener. 

—Montauk...—murmura Río cuando llega mi turno. No sé muy bien que decir ni tampoco sé como va a reaccionar ni lo que va a decir. —lo siento. 

—Eso ya es agua pasada.—ambos nos fundimos en un abrazo cálido y siento sus lágrimas resbalarse por mis mejilla. —Hace tiempo que te perdoné, niño. 

Tokio se lleva a Río y Mónica a Arturo, Denver tensa su mandíbula al verla marchar, pero Mónica y yo nos parecemos más de lo que jamás pensé que me parecería a ella. Tal vez por eso Denver la eligió, al menos eso defendería Freud.  Y cuando escuché el disparo fue cuando ya había dejado a Denver en la fundición y fui yo la que relevé a Mónica. 

—Pero bueno, Arturito.—él traga saliva al verme, me he encargado de llevar conmigo un rifle, para acongojarlo más. Este iba a ser mi pequeño pasatiempo. —Vamos a añadir un epígrafe a la lista de cosas que te pasaran si se te ocurre llamar macarra a mi hermano ¿te parece bien?

Arturo asiente un par de veces y mira al suelo. 

—Así me gusta, acatando las normas. Quítate la ropa y ponte el mono. 

—No... no...

—¡Que te quites la puta ropa y te pongas el puto mono, Arturito!—Arturo cumple con rapidez la orden y, a los pocos minutos, ya está completamente uniformado. —Si se te ocurre acercarte a Estocolmo o llamarla Mónica o dirigirte a ella delante de mí... te arrancaré la piel a tiras ¿me has entendido?

—Sí.

—¡Muy bien, Arturito, muy bien!— lo saco a empujones del baño y lo dejo con el resto de rehenes. —¡Y ahora calladito que estás menos feo, si es eso posible!

Yo continúo mi trabajo, al menos durante muy poco tiempo porque sabía que en cualquier momento me llamarían para operar a Río. Los fundidores eran ahora mis únicos amigos, no hablan mucho, pero al menos podía llevar bien lo de sumergirme, a pesar de mi claustrofobia. Andrés y Dani eran los únicos que sabían que la sufría y querían que dejara la inmersión, pero yo lo veía como una forma de superar mi pánico a los espacios pequeños. 

El día de las prácticas del cerdo yo no estaba, me había permitido el lujo de desaparecer y decidí pasar el día con mi sobrino. Era un niño muy vivaracho y le encantaba jugar a policías y cacos, con sus muñecos de plástico o corriendo y escondiéndose. 

Andrés pudo escaquearse antes y nos observaba desde lejos, yo sabía que estaba ahí observándonos y no quería que dejara de hacerlo. Esa noche dormimos juntos, a pesar de mis pesadillas y su costumbre de ir a practicar canto gregoriano al amanecer. Nunca nos habíamos planteado romper ni hubo muchas más fracturas en nuestro matrimonio, aunque el monasterio nos había desgastado y era algo que no podíamos negar. 

—Toca operar. —me avisa Andrés con severidad. 

—Voy. —me detiene un segundo y nos besamos, necesito estar relajada y lo que mejor me vendría ahora es meterme alguna droga, una tila o follar, pero no teníamos drogas o tila ni tiempo para follar. —Espero que tengas energía para después, porque sino me tendré que buscar un amante. 

Andrés vuelve a besarme antes de escoltarme hacia la sala de operaciones. Me coloco unos guantes, una mascarilla y Helsinki comienza a pasar el detector por el cuerpo de nuestro compañero, cuando lo encontramos comienza la operación. Tokio le seda y comienzo a abrir a Río. He perdido práctica y tal vez debería haber asistido a la clase con el cerdo. 






Montauk | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora