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Domingo 16:00
54 horas de atraco

Nunca había presentado una pareja a mi hermano. Nunca había tenido el valor, no después de que, con catorce años, le pegara una paliza a Javier, el chico que iba a nuestra clase y que me pidió salir y luego me dejó delante de todo el instituto, haciéndome llorar durante horas. Sí, esa fue la primera vez que vi tanta sangre.

Y mi hermano tenía que enterarse de que el padre era Berlín, el tío que le había amenazado de muerte en un par de ocasiones, que le había ordenado matar a la chica de la que se estaba enamorando y que no destacaba, precisamente, por su amabilidad con las mujeres.

Berlín es el que me quita la brida y me tiende la mano para poder ponerme en pie, pero lo hago yo sola, porque sé que eso le ofendería. Nairobi es la que se acerca a mí para comprobar que no me ha pasado nada, mientras Berlín vuelve a la puerta del baño en el que está Mónica.

—Disculpa, voy a dejar que termines con calma. No quiero ser yo quien perturbe tu intimidad.—Berlín cierra la puerta y nos mira a todos con una sonrisa.

Denver y yo nos miramos. Aquí va a liarse una muy gorda.

—Voy a hacerte una confesión, Denver. Cuando la vi ahí tirada, muerta, algo en mí se removió.—se acerca al espejo sin dejar de sonreír.—A veces me precipito. Oh, este carácter mio...

Nairobi me deja y se acerca a Denver mientras Berlín se lava la cara y se moja la nuca. Hace calor y la tensión en el ambiente se puede cortar con un cuchillo.

—Claro que, esta, no deja de ser una situación incómoda y vamos a tener que solucionarla, pero como.—Berlín empieza a pasear por el baño.—En un lado de la balanza, Denver tiene que tener su castigo.

Oslo y Helsinki entran en el baño con los rifles en alto. Nairobi y yo nos llevamos las manos a las pistolas.

—Me has desobedecido. Yo te pedí que la mataras, porque esa mujer había puesto en peligro el plan, nuestro plan, y tú la has salvado...

—Yo también...

—Calla.—me ordena Denver mientras me frunce el ceño.—Montauk, calla...

—No te preocupes por Montauk, ella también va a ser castigada. —Berlín me agarra de la barbilla mi me da un beso en la frente.—Quería recibir tu castigo, pero no la he dejado.

Berlín rodea mi cintura con sus brazos. Denver aprieta los puños y frunce aún más el ceño.

—Por no hablar del botón.—continúa diciendo Berlín sin soltarme.—Que, por tu torpeza, ha puesto mi cara en los telediarios, los aeropuertos, las comisarías... y ahora sí ha roto definitivamente nuestro futuro.

Y, después de todo, Berlín, vislumbraba un futuro en el que estuviéramos juntos. Sus brazos siguen abrazándome, su cuello está rozando el mío y siento su corazón acompasarse con el mío.

—Y, en el otro lado de la balanza, tienes que esa mujer está viva.—al fin me suelta, pero se pone delante de mí, se va acercando a la puerta del baño en la que está Mónica.—Y yo me pregunto...¿que lado de la balanza crees que pesa más?

Berlín es el primero en apuntar a mi hermano a la cabeza, Oslo también lo apunta a él y Nairobi levanta la pistola para defender a su compañero.

—No me jodas, Berlín, que esto no es una película de Tarantino, eh.

Oslo ha decidido apuntar a Nairobi, al igual que Helsinki. Sólo quedo yo, que levanto la pistola y la clavo en la nuca de Berlín.

—Baja el arma.—ordeno.—Baja el arma.

Montauk | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora