🔴23🔴

634 63 22
                                    

Andrés siempre se despertaba antes que cualquiera en el monasterio y se encargaba de despertarnos a todos, con voz pausada y paciencia. Él sabía que odiaba madrugar, por eso siempre me despertaba la primera, para que me tomara mi tiempo para desperezarme y empezar el día.

Ambos habíamos tenido relaciones antes, pero ninguno de los dos preguntaba por la vida anterior del otro. Sí, él se había casado y divorciado cinco veces, él sabía que yo había ido a la cárcel por culpa de uno de mis amantes, pero no nos atrevíamos a contar mucho más de nuestro pasado. Tampoco pensábamos demasiado en el futuro, nos habíamos acostumbrado al presente.

Ambos arriesgaríamos el plan por el otro y no lo dudaríamos ni un sólo segundo y de esto me di cuenta mientras seguía sacando oro de la cámara inundada, mientras Palermo y Andrés se ponían al día con el Profesor. Teníamos que soldar y preparar las defensas. íbamos bien, demasiado bien. Rompiendo récords.

—Montauk ¿podemos hablar?—Andrés me quita la máscara de buzo y acaricia mi pómulo con su índice. Miro a Nairobi y esta asiente con cierta reticencia. Llevo muchas horas trabajando y me merezco un descanso.

Pasamos la zona principal, los rehenes han empezado a despertarse y puedo ver a Denver observar al becario de sistemas charlando con Amanda. Le encantan las historias de amor y seguramente actúe como un celestino en la relación. Todo el mundo veía en Denver un monstruo que no es y me destroza que la gente no pueda ver su alma sensible.

—¿Por qué lo hiciste?—pregunta Andrés en un murmuro, me doy la vuelta y ambos nos detenemos en medio de un pasillo. —¿Por qué no seguiste el plan, Ana?

—Si no lo hacía yo no lo iba a hacer nadie, Andrés.

—¡Yo lo hubiera hecho! ¡Yo! ¡Cualquiera menos tú, Ana!—Helsinki aparece por el pasillo y Berlín se coloca delante de mí. —¿Qué ocurre, Helsinki?

—Reunión.

Todos estábamos ahí. Denver no sujetaba la mano de su mujer, sino que sujetaba la mía. Helsinki estaba a mi derecha y todos esperábamos a que Palermo terminara de hablar con Berlín. Nadie más que yo nota la mirada de preocupación de los dos amigos, nadie más que yo sabe que algo no va bien.

—Van a entrar.—comienza a explicar Andrés con seriedad. —Y todos sabemos lo que significa.

—Nos encantaría tener más información, —continúa Palermo.—pero lamentablemente no la tenemos, así que sólo nos queda un camino. Usar la violencia como método disuasorio.

—¿Cómo?—pregunta Tokio con sorpresa.

—Que en cuanto aparezca el primer blindado lo vamos a volar por los aires.—explica Andrés en un tono conciliador. Empiezo a negar una y otra vez. Eso no es parte del plan.

—¿Y eso te lo ha dicho el Profesor?—vuelve a preguntar Tokio.

—Hemos perdido el contacto con el Profesor.— vuelve a responder Andrés con calma. En el fondo está preocupado, preocupado de que se repita lo de la Fábrica. —Y no sabemos si ha sido un fallo técnico o algo peor. Ya hemos estado en esta situación, ya hemos estado solos y estamos preparados para esto.

—No sabemos por donde van a entrar.—Tokio da un paso al frente y se acerca a Andrés como una pantera a punto de dar caza a su presa. Denver no suelta mi mano, no deja que me separe de él. —Ahí fuera está nuestra gente. Hemos entrado lanzando dinero, no bombas... esa nunca sería una estrategia del Profesor. Él intentaría ganar tiempo.

—Así que doña gatillo fácil propone ganar tiempo, que curioso.—Tokio mira a Palermo con incredulidad. —¿Sabes lo que creo, Tokio? Que si sacamos los antitanques no te van a dar a Río... ¡Y nos van a quemar con napalm! ¡¿Qué carajo les pasa?!

Andrés se ha mantenido al lado de la conversación, algo poco común en él, pero necesita establecer sus prioridades. Todos empezamos a preparar armas y a disculparnos con Tokio. Todos nos armamos hasta los dientes, menos Andrés y Tokio.

El único deseo de Tokio era recuperar a Río, por eso la fiesta de cumpleaños de Estocolmo le pareció la estupidez más grande que se nos pudo ocurrir, ella no lo veía como una celebración sino como una estúpida pérdida de tiempo. Tenía sus momentos felices y otros que la llenaban de amargura. Entendía que jugáramos al fútbol para fomentar el trabajo en equipo, no comprendía que celebráramos una fiesta mientras su amor estaba siendo torturado.

Nairobi era el alma del grupo, ella sabía subirnos a todos la moral y mantenernos a raya. La mejor jefa que podía pedir cualquiera. Ella debería haber sido la que lideraba este atraco, junto a Andrés.

María mi vida, mi amor...—continúo con la fundición de los lingotes, Matías tararea a mi lado e intento subir la moral, a pesar de que todos sabíamos que nos iban a atacar en cualquier momento. Tal vez ese era uno de mis defectos, el intentar olvidar que en cualquier momento estaría muerta.

Y de repente me acuerdo de que el padre de Cincinnati estaba ahí fuera, el padre biológico de mi sobrino, el capullo más grande que ha parido España estaba ahí fuera esperando el mejor momento para jodernos, seguramente esté con la policía... hablando de mi hermano como si fuera un terrorista.

—Voy al baño.—Matías asiente y subo al baño, sé que está el de Totana, el becario de sistemas. No me importa, sólo vengo a lavarme la cara y recomponerme.

Empiezo a sentir un sopor y cansancio que se apodera de mí, caigo al suelo, no me da tiempo ni a advertir a mis compañeros de que nos estaban filtrando un gas narcótico. Y la policía no le dio tiempo a encontrarme, porque Matías era más rápido y entró cubierto con una máscara para sacarme de ahí.

Habían dejado un rastro de rehenes narcotizados como si fueran miguitas de pan y, entre ellos. estaba yo, cubierta con la máscara de Dalí y la capucha puesta. Habíamos pegado unas máscaras y unos monos a los escudos blindados y mis compañeros estaban disparando a la policía. Eran ellos o nosotros.

Andrés y Palermo les habían dejado sin salida, encerrados en una cárcel de láseres que explotaría si alguien se atreviera a tocar un haz de luz. Se estaban quedando sin oxígeno y nosotros les habíamos mandado un vídeo respuesta con sus agentes desnudos y cantando el Bella Ciao.

—Te hubiera gustado verlo. —afirma Andrés con una sonrisa y acariciando mi pelo con delicadez. —Ha sido maravilloso, mi vida.

—Y yo echándome una siesta, que vergüenza.—Andrés vuelve a reír y asiente.

Él fue a buscarme, en cuanto se enteró del plan de la policía decidió ir a por mí a la fundición improvisada y, al no verme, Matías le dijo donde estaba. Fue muy rápido y quería bajarme al sótano, pero no le dio tiempo y tuvo que dejarme en medio de la recepción.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por sacarme del baño y arriesgarte.

—¿Qué otra opción tenía? ¿Perderte? Ni en siete vidas renunciaría a ti.

Esa noche descansamos juntos, dormimos hasta el amanecer y, cuando salió el primer rayo de sol, comenzamos a besarnos con avidez. Nunca tuve un vis a vis íntimo, pero muchas chicas venían a pedirme cosas para sus citas y me explicaban con todo lujo de detalle lo que ocurría ahí. La desesperación de ver a tu amado, como empiezas a desearle con locura y acabas extasiada sin haber hecho nada.

—Te quiero.—le murmuro una vez estoy apoyada en su pecho, viendo la entrada de Río al Banco.

Había merecido la pena, todo estaba siendo tan bonito y perfecto que no sabía si era real. La risa de Río me devuelve un segundo a la realidad, pero no durante mucho rato. Desde que soy Montauk he aprendido a que nada bueno dura demasiado y que lo malo te marca para siempre.

Montauk | LA CASA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora