A penas quedan unos segundos para que explote la bomba. Escuchamos la explosión. El cuerpo del gobernador tiembla sobre mis rodillas y la mirada de mi hermano no muestra un ápice de arrepentimiento.
—No no no, no baja, no baja, no baja...—comienza a decir Nairobi. Ella está llevando los hilos en esta situación. Cojo otra jeringuilla de anazepan y se la clavo en el pecho. No sé si Palermo ríe o llora, podría ser cualquiera de las dos cosas.
—¿Qué pasa?—pregunta Palermo ante los gemidos del gobernador. Sigue temblando, todos lo miramos con preocupación. Ojalá se muera ya. No va a ocurrir.
—Se ha estabilizado.—sentencio mientras me pongo en pie. Dani también lo hace y rodea mis hombros con sus musculosos brazos. Contengo las lágrimas. Sé que le he llamado gilipollas por haber actuado de una manera tan irracional, pero, en verdad, me produjo cierta alegría su reacción.
Quedan unos pocos segundos para que se desbloqueen las puertas, Tokio y Estocolmo están controlando a los rehenes, esperando con paciencia a que el espectáculo de comienzo.
Y el crujido, seguido de la alarma, nos alerta de que la función ha comenzado. Helsinki está con la browling y los policías. Primero fue el humo, para intentar disuadirlos. Dani quería subir a por Estocolmo, pero sabía que estaría bien. Porque ahora entrábamos nosotros con los maletines, en verdad tenía que salir él solo, pero no iba a dejarle solo.
Luego vinieron los blindados, con una terraza llena de rehenes encapuchados y enmascarados no podían hacer nada. Así que pasaron a la puerta principal.
Bogotá sale de la cámara con dos pares de cajas rojas. Dani me mira, frunce el ceño y empieza a negar y a murmurar que no voy a salir. No le escucho, simplemente cojo las cajas y comienzo a correr. Él me persigue.
Cuando éramos pequeños jugábamos mucho a polis y cacos, él siempre era poli porque era mucho más alto y más fuerte, a mí siempre me elegían de caco porque era mucho más rápida. Las partidas siempre acababan en una persecución de los hermanos Ramos. Siempre ganaban los cacos.
En el ascensor me llega a alcanzar. Me mira de reojo y vuelve a mirar al frente.
—Júrame que no saldrás, primero convencemos a los guardias y luego...
—No van a querer.
Salimos del ascensor y llegamos donde Helsinki. Me saluda con la cabeza, no hay tiempo para más, mientras Dani intenta convencer a Gandía. Imposible.
—Me cago en la puta...—murmura mientras pulsa el botón para abrir la puerta. Agarro un pañuelo blanco y me coloco al lado de Dani, que me mira furibundo.—¡Una mierda, Montauk, tú de aquí no sales!
—¿Quieres ver como sí?—Dani me va a agarrar el brazo pero me desmarco y corro hacia la puerta con la bandera en alto. Los blindados siguen acercándose. Dani sigue intentando convencer a los guardias de salir. La policía se va acercando a nosotros.
Dani deja a Gandía noqueado, se acerca a mí, que estoy apoyada contra el dintel de la puerta y me da la mano.
—Te quiero.—murmura. Asiento y los dos salimos con las cajas en alto y la bandera blanca, los gritos de Helsinki no nos detienen.
—¡Bandera blanca!—empezamos a gritar mientras salimos repetidas veces. Dani está temblando, tal vez sea yo. Nos quedamos a medio camino con las cajas y la bandera en alto. Lanzamos las cajas y nos mantenemos ahí durante unos segundos, hasta que empezamos a ver los a los cuerpos replegarse. Los vítores de los nuestros.
Y la radio empieza a sonar según terminamos de entrar. Helsinki nos abraza, nos regaña, nos congratula, pero no deja de abrazarnos. El resto hace lo mismo. Mónica y Dani se funden en un largo beso.
—Montauk.—me llama Nairobi. Voy a la sala del teléfono. Palermo me tiende el auricular con el ceño fruncido, sigue teniendo los ojos vendados. Nairobi tampoco parece muy feliz.
—¿Sergio?
—Montauk, por qué...—la voz de Sergio parece temblorosa, extasiada, como si acabara de realizar una actividad tan frenética que le ha dejado sin aire.
—No había manera de convencer a Gandía y al resto de que lo hicieran. Así que he tenido que actuar yo. —un suspiro. Una voz lejana y otro suspiro más. —Creo que estás ocupado, ya hablaremos Sergio.
Cuelgo la radio y Palermo me sonríe con suficiencia. El mejor sexo es el gay porque no había mujeres, dijo una vez en una de las tantas comidas que tuvimos en el monasterio. Sergio acababa de besar mi homóplato desnudo para que me calmara. El sexo entre mujeres también es homosexual, había rebatido él, que parecía mucho más calmado.
Las mujeres, según Palermo, buscábamos el sexo para reproducirnos. Ahí Sergio casi pierde los papeles, pero nos miramos y todo parece calmarse. No queríamos ser padres, pero las cosas ocurren por algo. No podíamos abortar, lo intentamos. Sergio no iba a permitir que me muriera o que fuera a la cárcel otra vez, así que tomamos la decisión de tenerlo y darlo en adopción. Y ya sabemos que ocurrió.
—Boom boom ciao, Palermo.—salgo de la habitación y siento la sonrisa de suficiencia de Palermo en mi nuca.
El gobernador abre los ojos. Acabo de vendarlo y conectarlo a una máquina para controlar sus constantes. En cuatro horas ya teníamos 1600 kilo de oro fundido. Estaba todo lleno de bolitas de oro, como si fuera alpiste.
Subo con Mónica y empiezo a mandar las imágenes de los documentos de las cajas, los teníamos agarrados por las pelotas. Los teníamos muy bien agarrados. Porque nadie quiere ir a la cárcel, ni él ni nosotros. Lo que no sabía es que a nosotros también nos tenían bien agarrados por los cojones, y era la inspectora Sierra la que nos tenía bien agarrados.
Siento unas manos en mis hombros, por una milésima de segundo no estoy en el Banco de España, sino que estoy en la finca de Toledo, con mi padre y Andrés vivitos y coleando. El día que Andrés se enfadó porque mi padre había ido al baño por la mañana, y le molestaba mucho que lo hiciera. Creo que el día que se enfrentaron, sé que mi padre sabía que estábamos juntos. Él se jugó su vida por él, no de forma directa, pero me protegió. Y entraron y salieron juntos. En cuerpo y alma.
Cuando hemos terminado, bajo con Bogotá y su equipo a ayudarles con la fundición, empiezo a transportar el oro de lado a lado, bajo la atenta mirada de Matías, que me ayuda y me corrige.
—Montauk.—me llama Bogotá mientras se acerca a mi y me mira con severidad.—Deja eso y hablemos.
Bogotá me lleva una sala apartada y nos sentamos en unos sacos. Siento que me empiezo a romper de manera emocional.
—Está con Raquel ¿no?—Bogotá tuerce el gesto y empieza a negar. —No me niegues la verdad.
—Aquí nadie sabe nada.—Bogotá se enciende un cigarro y me lo tiende. No dudo un segundo en tomarlo.—Nos podemos divertir más o menos por la separación, pero al final siempre volverá a ti porque eres la mujer por la que lo ha arriesgado todo.
—Ese hombre ya murió.—le devuelvo el cigarrillo y me recuesto sobre los sacos.
—Y este de aquí tomaría su lugar si pudiera.—Bogotá se pone en pie y sale de la habitación. Sigo fumando e imaginándome todos los escenarios posibles.
El Profesor contempla la mujer que duerme a su lado y se pone en pie. Sus manos sujetan el teléfono que tiene contacto directo con el de Montauk, pero lo vuelve a esconder. Su culpabilidad no le deja efectuar la llamada.
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Montauk | LA CASA DE PAPEL
Hayran KurguMontauk fue condenada injustamente a siete años de cárcel por algo que ella no hizo que, junto a su padre y su hermano, se une a uno de los atraco más grande de la historia junto a otros miembros. Berlín asume el papel de cabecilla, Moscú es el exp...