10 de Julio
Querido Diario:
No sé si debería estar avergonzada o radiante. Sólo sé que anoche viví la experiencia más increíble de mi existencia. Cuando lo expreso en palabras suena algo morboso, pero realmente fue algo tremendo, maravilloso y milagroso.
En casa de Jill los muchachos fueron tan afectuosos y naturales, tan a sus anchas que, inmediatamente, me hicieron sentir como en mi propia casa. Me aceptaron como si siempre hubiese sido uno de los suyos, y todos parecían contentos y sin prisas. El ambiente me encantó. Fue estupendo, estupendo, estupendo. Luego, un poco después de mi llegada, Jill y otro muchacho trajeron una bandeja con refrescos y en seguida se sentaron todos por el suelo, sobre almohadones o enroscados en sofás y sillas.
Jill me hizo un guiño y dijo: «Esta noche jugamos a botón, botón, ¿quién tiene el botón? Ya sabes, el juego que solíamos jugar de pequeños». Buí Thompson, tendido en el suelo junto a mí, se echó a reír. «Sólo que ahora -dijo- es una lástima que alguien deba hacer de niñera.» Le miré y sonreí. No quise parecer demasiado estúpida.
Todos sorbieron sus bebidas lentamente, y cada uno parecía observar al otro. Fijé mis ojos en Jill suponiendo que debía imitarla.
De repente, comencé a sentir algo extraño en mis entrañas, algo como una tempestad. Recuerdo que, desde que habíamos tomado nuestras bebidas, habían sonado dos o tres discos, y en ese momento todos empezaron a mirarme. Las palmas de mis manos sudaban y noté gotas de humedad en mi cráneo y en la nuca. La habitación me pareció insólitamente silenciosa, y cuando Jill se acercó para cerrar totalmente las persianas de la ventana yo pensé: «Tratan de envenenarme ¿Por qué querrán envenenarme?». Cada uno de los músculos de mi cuerpo se puso tenso, y un extraño sentimiento de aprehensión me envolvió toda, me estrangulaba, me asfixiaba. Al abrir los ojos me di cuenta de que Buí rodeaba mis hombros con su brazo, eso era todo.
«¡Qué suerte la tuya! -me decía con un tono de voz parecido al que produce un disco puesto a menor velocidad de la adecuada-. Pero no te preocupes. Yo te cuidaré. Harás un buen viaje. Vamos, relájate, gózalo, gózalo. -Acariciaba tiernamente mi rostro y mi nuca, diciendo-: Honradamente, no dejaré que te ocurra nada.» De repente pareció como si se repitiera incesantemente, una y otra vez; como un eco muy lento procedente de un espacio cóncavo. Empecé a reír, salvajemente, histéricamente. Me pareció oír la cosa más divertida, lo más absurdo que había oído en mi vida. Luego noté unas formas extrañas moviéndose en el techo. Bill me atrajo hacia sí y recliné mi cabeza en su pecho, sin dejar de mirar el remolino de cambiantes colores, enormes planos rojos, azules y amarillos. Intenté que otros compartieran conmigo aquella hermosura, pero mis palabras salían espesas, húmedas y chorreando o saboreando color. Me incorporé y di unos pasos, sintiendo un leve escalofrío tanto dentro como fuera de mi cuerpo. Quise decírselo a Bill pero sólo conseguí reír.Muy pronto, entre cada una de las palabras, se atropellaban los pensamientos. Había encontrado el lenguaje perfecto, auténtico y original: el lenguaje que utilizaron Adán y Eva. Pero, al tratar de expresarlo, las palabras que pronunciaba no tenían nada que ver con mis pensamientos. Perdía, se me escapaba ese objeto maravilloso, incalculable y auténtico, eso que debe ser guardado para la posteridad. Me sentí terriblemente, incapaz de decir una palabra, y caí sobre el suelo, cerré los ojos y la música empezó a absorberme físicamente. Podía olerla y tocarla con la misma precisión que la oía. Nunca había existido nada tan hermoso. Yo era parte de cada uno de los instrumentos. Cada nota tenía carácter, forma y color propios y parecía enteramente autónoma, de manera que yo podía captar y precisar su relación con la composición en su conjunto, antes de que sonara la nota siguiente. Mi mente poseía la sabiduría de los siglos y no había palabras apropiadas para describirlo.
Mis ojos se detuvieron en una revista que estaba sobre la mesa y pude verla en cien dimensiones. Era tan bella que no podía soportarla, y cerré los ojos. Inmediatamente me quedé flotando hacia otra esfera, otro mundo, otro estado. Las cosas se escapaban de mi ser y volvían, privándome del aire, como al descender velozmente en ascensor. No podía distinguir lo real de lo irreal. ¿Era yo mesa, libro, música, o sólo parte de ellos? Pero en realidad no tenía la menor importancia, pues, fuese yo lo que fuese, aquello era maravilloso. Por primera vez en mi vida supe que todo me estaba permitido. Bailaba ante el grupo, interpretando, exhibiéndome y disfrutándolo en todos sus instantes.
Mi sensibilidad alcanzó tal nivel que podía oír la respiración de alguien en el piso de al lado, podía oler a kilómetros de distancia a quien estuviera preparando gelatina de naranja, roja, o verde...
Tras lo que me pareció una eternidad, empecé a desplomarme y la fiesta se disgregaba. Creo haberle preguntado a Jill qué había ocurrido, y ella dijo que diez de las catorce botellas de refresco contenían LSD y que, al igual que en el juego de «botón, botón», nadie sabía cuál le tocaría. ¡Uy, qué contenta estoy de haber sido una de las afortunadas!
La casa de los abuelos estaba a oscuras cuando yo llegué, y Jilí me acompañó hasta mi cuarto, me desvistió y me acostó en la cama. Caí en una especie de sueño como el que produce el mareo, envuelta en una sensación de bienestar general, pero con una ligera migraña que, probablemente, era resultado de haber reído tanto y tan intensamente. ¡Qué divertido fue! ¡Qué éxtasis! ¡Fue glorioso! Pero no creo que vuelva a probarlo. He oído contar demasiadas historias espantosas sobre la droga. Ahora que lo pienso, creo que debí haberme dado cuenta de lo que pasaba. Hasta la tonta más tonta pudo saberlo, pero la fiesta me pareció tan extraña y excitante que, seguramente, m siquiera oi lo que se decía, o tal vez no quise escuchar. De haberlo sabido, me habría muerto de miedo. Así que me alegro que lo hicieran sin advertirme, pues ahora puedo sentirme libre, honesta y virtuosa porque no tomé yo misma la decisión. Además, la experiencia se acabó por completo y no volveré a pensar en ello.
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Pregúntale a Alicia
FanfictionPregúntale a Alicia es algo más que un libro. Son las confesiones de una joven de quince años que busca su lugar en el mundo mientras descubre, sin quererlo, el lado más oscuro de la vida.